En Transición
La paradoja de la nueva política: hacerse mayor o envejecer
Hace solamente cuatro años, recogiendo la indignación que había llenado las calles, el sistema de partidos que emergió en la Transición de 1978 y que se había mantenido, con algún matiz, estable desde entonces saltó por los aires. Podemos por la izquierda –aunque con cierto discurso de transversalidad que la percepción de los electores no confirmaba- y Ciudadanos, en la derecha, irrumpieron para modernizar y regenerar la política española.
En solo cuatro años la ventana de oportunidad se ha abierto y cerrado, y a más de uno le ha pillado los dedos. Hay quien dice que son tiempos de turbopolítica. Podemos, que supo leer como nadie el clima del 15M, no ha conseguido articular el discurso de una izquierda moderna y transformadora que aspira, desde la responsabilidad, a transformar la sociedad. Más bien al contrario: en tiempo récord ha hecho suyos todos los complejos de la izquierda tradicional y no ha conseguido generar alternativas viables para los problemas actuales. A excepción del feminismo, cuya asunción comparte con el PSOE y otras formaciones progresistas, los grandes retos a los que nos enfrentamos no han tenido la importancia debida en su discurso. La crisis climática, los desafíos de la inteligencia artificial o el reto demográfico, entre otros, no han encontrado la relevancia ni la alternativa esperable en una formación como Podemos.
Por el lado de la derecha, el balance de cuatro años de Ciudadanos como partido de ámbito estatal no es más optimista. La posibilidad de tener en España una derecha liberal moderada, moderna, preocupada por los grandes temas globales, con vocación internacional y dispuesta a llegar a acuerdos transversales se ha disipado a toda velocidad. Borgen sigue estando muy lejosBorgen. La actitud que ha tenido en el conflicto catalán -apostando a cuanto peor mejor-, junto a una animadversión visceral a Pedro Sánchez poco recomendable en política, le ha llevado a abandonar su posición central para ser situado por los electores nítidamente en la derecha al tiempo que ha perdido capacidad de acuerdo estableciendo cordones sanitarios a la socialdemocracia para acabar en brazos de la extrema derecha. Sus socios europeos aún no dan crédito.
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El ciclo de esperanza y expectativas de la nueva política se ha cerrado. Hemos pasado pantalla. El actual escenario depende de que esta nueva política decida si quiere hacerse mayor o envejecer súbitamente. Hacerse mayor significa, al menos, tres cosas: entender que la política es -probablemente- el arte más difícil del mundo, asumir que España es una sociedad cada vez más plural y que la política útil debe ejercerse pensando en todos y todas –no sólo en los suyos–, y negociar con el pragmatismo que requiere la utopía de querer transformar de verdad la sociedad para que todos y todas, los que estamos y los que vendrán, vivamos cada vez mejor –fin último de la política-.
Si, por el contrario, no hacen ni la mínima autocrítica que exigen a otros, ni toman las decisiones oportunas (dimisiones incluídas), o acaban enrocados en posiciones maximalistas poniendo un supuesto interés del partido por delante del del país, envejecerán de forma súbita y más temprano que tarde perderán el aliciente que suponían para muchos electores. Es muy significativo que Podemos, que recogió bien el sentir de las generaciones más jóvenes, haya visto cómo desciende progresivamente ese porcentaje. Según el Barómetro del CIS de febrero de 2019, un 9% de los jóvenes entre 18 y 24 años declaraban su intención de votar a Podemos. En 2015 esa cifra alcanzaba el 27%. De la misma forma que Ciudadanos, que emergió ante el electorado no independentista catalán como una alternativa al independentismo, ha pasado de ser la fuerza más votada en Cataluña el 21 de diciembre de 2017, a no ser primera fuerza en ningún municipio, pese a haber pasado de 89 candidaturas hace cuatro años a 204 en esta ocasión.
Si es cierto que estamos insertos en la turbopolítica, todo es susceptible de cambiar en poco tiempo. Sin embargo, hay muchos indicadores que confirman que se inicia un nuevo ciclo y por lo tanto las decisiones que se tomen en estas próximas semanas marcarán el devenir de cada uno de los partidos, en especial de los que más expectativas habían levantado. Los tradicionales, aunque están sujetos también a desafíos y no tienen motivo para la autocomplacencia, disponen sin embargo de un fuerte arraigo histórico y territorial con el que los primeros no cuentan. Eso le ha permitido al PSOE hacer su particular travesía en el desierto, la misma que previsiblemente –y de forma más discreta– inicia ahora el PP.