En Transición
Con permiso de la campaña... Aquí se debate
ADVERTENCIA: Quienes se asoman a menudo a esta ventana y leen con asiduidad devaneos sobre los riesgos de la democracia y cómo afrontarlos esperarán encontrar aquí alguna idea sobre lo sucedido en el debate de la Cadena Ser de los candidatos a la Comunidad de Madrid. Ganas no me faltan, y he tenido que hacer un ejercicio de autocontención para no caer en la trampa. Los argumentos surgen a borbotones en debates y conversaciones varias al mismo ritmo que las dudas. Asusta comprobar hasta qué punto la campaña madrileña ha entrado en una espiral cada vez más irracional y delirante donde no cabe el debate, ni la propuesta proactiva, ni nada que sirva para proyectar un futuro mínimamente lógico. Por eso creo que para conjurar las amenazas y llegar a alguna parte es urgente que seamos capaces de seguir reflexionando sobre las alternativas y los cambios de todo tipo que exige la situación crítica de España, entre otras cosas porque esos son los temas que la ultraderecha quiere eliminar del orden del día. Madrid, los madrileños y madrileñas, y por lo que nos salpica, los españoles y españolas, no merecemos menos. Bastante daño se está imprimiendo a una campaña que ya no es capaz de digerir ni siquiera debates electorales al uso, como para obviar los asuntos que de verdad importan, esos a los que, si no damos respuesta, se convertirán en nuevo caldo de cultivo donde se multiplicará el desamparo, el miedo y la inseguridad en la que los no demócratas multiplican sus apoyos.Así que, con su permiso, vuelvo por hoy a lo mío, a lo de todos y todas, a lo que en verdad habría de interesarnos porque es la clave de nuestro porvenir, y sobre lo que hay que debatir mucho. Ya habrá ocasión de regresar al 4M y analizar sus resultados.
Esta semana el mundo ha cambiado. Es cierto que cambia continuamente, pero en apenas unos días se ha materializado una revolución.
El nuevo inquilino de la Casa Blanca ha decidido iniciar la senda para retomar el liderazgo de Estados Unidos en la batalla por el clima, y hacer de ello una bandera. Los días 22 y 23 convocó una cumbre de más de 40 líderes mundiales con objeto de redoblar los esfuerzos en los compromisos de reducciones de emisiones de CO2. El resultado es conocido: China ha acordado con EEUU compromisos históricos, el propio Biden se ha comprometido a reducir las emisiones un 50% en 2035, la Unión Europea, mediante la Ley Europea de Cambio Climático, un 55% para 2030, y el Reino Unido nada menos que el 78% para 2035. Quien no se apunte se quedará fuera de juego. Y quien encabece, definirá el futuro. (Una comparativa de los datos y lo que supone puede verse aquí).
Celebrada la noticia, conviene no emocionarse en exceso. Si miramos lo que dice la ciencia estos compromisos son insuficientes. Todos lo son. Pero sin ellos no se iniciará el camino que nos lleve a una reconciliación suficientemente clara con el planeta como para seguir viviendo en él, porque de eso se trata.
Una de las cosas que probablemente más nos ha enseñado la pandemia es a sabernos y a entendernos como parte de una biosfera, de la que dependemos íntimamente. Como no se cansan de decir los biólogos, el debilitamiento de los ecosistemas nos hace más vulnerables a fenómenos como las pandemias; el incremento de la frecuencia y virulencia de fenómenos meteorológicos debido al cambio climático compromete buena parte del territorio, y un largo etcétera de elementos que se podrían enumerar.
Menos atención se ha prestado hasta ahora, sin embargo, a las consecuencias sociales de la crisis ambiental. El cambio climático nos empobrece a todos, pero mucho más a los que menos tienen, que cuentan con menos posibilidades de hacer frente a las adversidades, habitan en viviendas y territorios más vulnerables y están más expuestos a riesgos externos. El cambio climático es ya el primer factor de migraciones y desplazamientos en el mundo.
También es un riesgo para la salud cada vez más estudiado. No sólo en lo referente a la contaminación atmosférica –eso es otro cantar–, sino también por las enfermedades y muertes asociadas, por ejemplo, a olas de calor o de frío, que afectan de forma especial a los más enfermos y a los más pobres. El gasto energético necesario para hacer frente a las olas de calor asfixiante en verano, o a episodios de frío extremo como la reciente Filomena este invierno, no está al alcance del conjunto de la población. En concreto, según las últimas cifras, del 11% de los hogares. De ahí que se lleve ya unos años hablando de pobreza energética, que como imaginarán se ceba en los sectores con menos recursos y de forma especial en los hogares monomarentales. Aunque no sea algo muy intuitivo y cueste a veces explicarlo, existe ya evidencia suficiente que demuestra que ser mujer es un agravante (también) en esta condena que es la crisis climática.
El cambio climático, como acelerador y catalizador de problemas preexistentes que es, incrementa la desigualdad y construye sociedades más débiles, más temerosas, menos solidarias, y agrava conflictos como el del agua, que en este país conocemos bien. De ahí que, ahora que los principales gobiernos, fondos de inversión y poderes de todo tipo han empezado a entender que más vale escuchar a la ciencia si queremos seguir habitando en este planeta y en sociedades mínimamente cohesionadas, sea el momento de empezar a debatir cómo se recorre este camino.
15M en permanente construcción
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Todas las transiciones tienen víctimas, y esta también las tendrá. Los chalecos amarillos, que surgieron como reacción al incremento del impuesto al diésel en Francia, dieron un primer aviso, pero no será el único. Es imprescindible que la transición ecológica vaya unida a la transición justa, como se encargaron de reivindicar hace más de una década los sindicatos españoles en las cumbres internacionales del clima, algo que hoy se ha convertido en una realidad no sólo en la política española, sino también en el Pacto Verde Europeo y en los fondos Next Generation con los que se financiará su aplicación.
Avanzar en la carrera por el clima y hacerlo con justicia es una prioridad para cualquier gobierno. Y de forma especial, para cualquier demócrata que se resista a ver crecer la pobreza, la desigualdad y los conflictos.
Y eso que había dicho que no quería hablar de la ultraderecha... ¡En qué estaría yo pensando!