El PP en su rincón

8

A esta legislatura le costó arrancar cuatro meses, pero en cuatro días han quedado claras las estrategias, debilidades y fortalezas de cada uno de sus protagonistas. Las vulnerabilidades del Gobierno eran sabidas y pasan por ver cómo gestiona las continuas exigencias que les están planteando, desde bien al inicio, quienes les acompañaron en la investidura. La negativa —de momento— de Junts a aprobar el decreto ómnibus y las medidas anticrisis es la primera de muchas y todo pasará por blindar la amnistía, hasta que ésta se produzca. Luego, vendrá otra fase.

Más llamativa resulta la situación del Partido Popular. La posición en que ellos mismos se han colocado les está bloqueando en un rincón del que no es fácil salir. Su estrategia de achicar el espacio a Vox aproximándose a ellos les obliga a deslizarse más y más hacia la derecha. La reciente propuesta de ilegalizar partidos que promuevan referéndums de independencia bajo el paraguas de un indeterminado delito de “deslealtad constitucional”, que tendría cuando menos un extraño encaje en nuestro ordenamiento jurídico, busca enarbolar con más fuerza la bandera de la España centralista y uniforme, en clara competencia con Vox.

Lo paradójico del asunto es que esto se anuncia mientras se vuelven a recordar las reuniones que los populares mantuvieron con Junts para explorar una posible alianza para la investidura de Feijóo. Y más curioso todavía resulta aguzar la intuición y suponer que, a medio y largo plazo, con un Junts devuelto a la fórmula CiU, el aliado natural del centroderecha catalán y catalanista, sería, como ya lo fue, la derecha española y españolista. Más allá de la hoy omnipresente cuestión nacional, comparten ideología en materia social y económica.   

Atrincherados hoy por hoy en el rincón al que les empuja Vox y en constante competencia con dicho partido, los populares lo tienen muy difícil para explicar que, como partido de Estado que son, institucional y de vocación de gobierno, su obligación es hablar con todos, incluídos los independentistas, con total normalidad democrática. Feijóo y los suyos quedan así presos de su continua hipérbole, de una escenificación que no cesa. La bola de nieve de la crispación que echaron a rodar para no quedarse atrás de las performances típicas de la ultraderecha les impide ahora explicar a los suyos que, como siempre, en los pasillos del Congreso y en los bares aledaños, todos y todas toman café con todas y todos. Son las reglas de la normalidad democrática las que el PP, preso de su estrategia y colocado en un callejón sin salida, no puede explicar a los suyos para no escandalizarles y perder su apoyo. ¿Cómo reconocer la normalidad de estos encuentros con quienes dices que quieres ilegalizar?

¿Cómo explicar a tus votantes que te vas a reunir, e incluso a llegar a algún acuerdo como la reforma del artículo 49 de la Constitución, con quien has definido como felón, déspota, sectario, ególatra y culpable de todos los males de España?

Una situación similar se produjo alrededor de la discusión sobre si Feijóo debía acudir a la reunión con el presidente del Gobierno. Un partido como el PP, que ha gobernado y volverá a gobernar este país, no puede cuestionar que cuando el jefe del Ejecutivo te llama, la única respuesta posible es acudir. Desorientado, y tras dudar, la contestación de Feijóo fue decir que iría pero no a Moncloa, como sí así le negara la condición de presidente a Pedro Sánchez. A  primera vista, tal situación podría parecer incomprensible, pero, ¿cómo explicar a tus votantes que te vas a reunir, e incluso a llegar a algún acuerdo como la reforma del artículo 49 de la Constitución, con quien has definido como felón, déspota, sectario, ególatra y culpable de todos los males de España? ¿Cómo defender la normalidad de un encuentro así mientras ríes las gracias de quienes llaman a Sánchez hijo de puta? ¿Cómo decirles a los tuyos que el diálogo es la base de la normalidad institucional mientras te cuesta distanciarte de quienes apalean a un muñeco del mismo presidente con el que luego te reúnes?

Como es sabido, la relación que la derecha institucional establece con la ultraderecha es la decisión estratégica más importante que los conservadores han tenido que tomar en los últimos años en todos los países europeos, y cada cual ha optado por la vía que consideraba más conveniente, de forma que ya sabemos qué ocurre en cada caso, y cuando la derecha institucional se acerca a la ultraderecha, generalmente es esta última la que acaba venciendo, como en el caso de España, donde ha conseguido colocar sus temas en la agenda y en las políticas públicas, y la bronca en las instituciones. De esta forma pretenden poner en valor aquel hashtag que tan bien expresa cómo la ultraderecha quiere ser vista. #SoloQuedaVOX, repiten en twitter, y buscan así erigirse como los únicos puros, honestos y al servicio de la ciudadanía, una vez que el ruido y las banderas totalitarias y xenófobas empiezan a ser consideradas normales.

En el Partido Popular, aunque se mantienen distintas vías claramente diferenciadas entre unos líderes y otros, la prueba de los hechos lleva a la conclusión de que la formación no sólo no se va a distanciar de Vox sino que, con el argumento de achicarle el espacio, le está comprando ya buena parte de su argumentario y sus políticas. La paradoja es que la primera víctima de esta estrategia es el propio Partido Popular, que se coloca así en una posición desde la cual es muy difícil volver a trazar alianzas para recuperar un día la Moncloa. Sólo le cabe esperar los fallos y la ruina de su adversario.

A esta legislatura le costó arrancar cuatro meses, pero en cuatro días han quedado claras las estrategias, debilidades y fortalezas de cada uno de sus protagonistas. Las vulnerabilidades del Gobierno eran sabidas y pasan por ver cómo gestiona las continuas exigencias que les están planteando, desde bien al inicio, quienes les acompañaron en la investidura. La negativa —de momento— de Junts a aprobar el decreto ómnibus y las medidas anticrisis es la primera de muchas y todo pasará por blindar la amnistía, hasta que ésta se produzca. Luego, vendrá otra fase.

>