En pocos asuntos se deja sentir tanto el peso de la globalización como en el cambio climático y en las complejas negociaciones que se ponen en marcha cada año, ya como un ritual, en las diferentes Cumbres del Clima. Este año ha sido Katowice, en la carbonífera Silesia polaca, la encargada de acoger una conferencia que ha mostrado a las claras el momento que vive la política internacional.
Los delegados acudían a la cumbre con la misión de acordar las reglas para desarrollar y aplicar el Acuerdo de París, y lo hacían tras el anuncio unos meses antes de un informe del IPCC –el panel de expertos que elabora el informe de referencia incorporando todo el conocimiento científico sobre la materia– en el que se alertaba de que, si la temperatura global asciende 2º C grados con respecto a las temperaturas de la época preindustrial, los impactos climáticos serán demoledores. Para evitar esto, plantean la necesidad de establecer la meta en un máximo de incremento de 1,5ºC, lo que supone reducir las emisiones de CO2 en casi un 50% en el 2030 respecto al 2010. Si no se hace nada, si no se cambia el rumbo y se incrementan los compromisos, estamos abocados a un incremento de 3ºC. Entonces el mundo dejará de ser como lo hemos conocido: fenómenos extremos, sequías, inundaciones, incremento del nivel del mar, y con ello, empobrecimiento general, aumento de las desigualdades y movimientos migratorios forzados que generarán conflictos y una dura competencia por los recursos en el conjunto del planeta. Esto es, en síntesis, lo que dice la comunidad científica, que no entiende cómo puede negarse la evidencia de lo que está sucediendo.
El sentido común haría pensar que tras semejante aviso la cumbre conseguiría dar un salto en la ambición imprescindible para parar la debacle. No ha sido así. El trumpismo ha aparecido en forma de una coalición que sólo de nombrarla da miedo: Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudí y Kuwait se conjuraron para fijar unas líneas rojas infranqueables y evitar cualquier revisión de los objetivos que pudiera suponer mayor ambición. El “eje del mal”, como lo define Antonio Cerrillo en La Vanguardia, se negó a que en el acuerdo se incluyera “acoger con satisfacción” el informe de la comunidad científica, negando así cualquier posibilidad de avanzar en la dirección señalada.
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El trumpismo climático, que lleva forjándose unos años y que ha hecho una primera exhibición de fuerza en Katowice, es la constatación de varias cosas. En primer lugar, de que el modelo de globalización actual se asienta sobre unas interdependencias cada vez más densas, de forma que el voto de un señora de Texas incide en los movimientos migratorios del cuerno de África ocasionados por las sequías extremas provocadas por el cambio climático. O la decisión de no ir a votar de un joven de Nueva York puede tener mucho que ver con las olas de calor que baten récord en España año tras año y que pueden, entre otras cosas, acabar con la gallina de los huevos de oro que es el turismo cuando nuestras playas vayan siendo devoradas por el mar y se cuenten por semanas los picos de 48º, como está empezando a pasar en Córdoba. El famoso trilema de Rodrik, en el que plantea la imposibilidad de hacer coincidir globalización con soberanía nacional y democracia —pues solo será factible la combinación de dos de estos elementos— encuentra aquí un buen ejemplo. Y una vez más, la que sale perdiendo es la democracia.
Por otro lado, asusta ver cómo se puede despreciar el conocimiento y la ciencia cuando ésta compromete los intereses de algunos países, despojándoles de su principal fortaleza tanto económica como, por tanto, política. Como afirmaba el expresidente de Maldivas Mohamed Nasheed, “no se pueden negociar las leyes de la física”, y la evidencia científica es incontestable. En este caso no solo es que se niegue, es que decide ignorarse. Da la sensación de que el desprecio al conocimiento y a la razón se ha convertido en paradigma político. Un elemento más que define el momento político iniciado con la elección de Trump y que va ganando aliados en otras partes del planeta.
El trumpismo climático ha salido a escena y lo ha hecho en Katowice, a cuarenta kilómetros de Auschwitz. Escalofriante.
En pocos asuntos se deja sentir tanto el peso de la globalización como en el cambio climático y en las complejas negociaciones que se ponen en marcha cada año, ya como un ritual, en las diferentes Cumbres del Clima. Este año ha sido Katowice, en la carbonífera Silesia polaca, la encargada de acoger una conferencia que ha mostrado a las claras el momento que vive la política internacional.