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La vía Casado y el mapa de la derecha

Cristina Monge

Que la bronca en el Congreso de los Diputados y en la Comunidad de Madrid esté bloqueando la política española no es ninguna novedad. Lo que no está tan claro es la onda expansiva que puede generar. La estrategia de confrontación total que aplica el líder del Partido Popular conlleva asumir, al menos, tres grandes riesgos que pueden llegar a comprometer su condición de partido de gobierno y provocar una reordenación en el bloque conservador: la división interna dentro de su partido, el alejamiento de Ciudadanos y la consolidación de un cómodo espacio en el que Vox siga denigrando el debate público hasta convertirlo en una espiral de amenazas y rencor. Toda una vía Casado a la que no es ajena la línea informativa y editorial de una parte de los creadores de opinión conservadores.

Es sabido que buena parte de la estrategia de Casado viene marcada por el miedo a perder votos por su derecha. De ahí su renuncia a la moderación, que le lleva a extremar posiciones, agriar el tono y huir de cualquier tentación de acuerdo con el Ejecutivo actual. Los ejemplos darían para una columna entera: la negativa a aprobar las últimas prórrogas del estado de alarma, el bloqueo en la renovación de instituciones importantes -CGPJ incluido-, y por supuesto la actitud del gobierno de la Comunidad de Madrid en la pandemia, arropada de forma explícita por el líder del partido.

Digo Casado y no el PP porque cada vez son más las voces críticas dentro del partido que advierten de los peligros de esta estrategia, y que se apartan de la línea oficial en asuntos claves como la gestión de la pandemia. Ya no se trata solo de Feijóo, cuyo distanciamiento de Casado comenzó el mismo día en que éste fue elegido presidente del Partido Popular. Ahora es también Castilla y León la que se ha desmarcado de la línea oficial votando a favor de las propuestas de Illa, e incluso Murcia, absteniéndose. La estrategia diseñada por la dirección del PP con Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso como principales valedores puede ahondar las grietas entre los conservadores que avanzan en su travesía en el desierto sin tener muy claro el puerto de destino.

A su lado Ciudadanos tiene crecientes dificultades para mantener el discurso de partido de centro, regenerador y bisagra, apoyando a gobiernos como el madrileño. Ante la inminente declaración del estado de alarma en Madrid, a Inés Arrimadas no le quedaba otra opción que clamar en el desierto por un acuerdo que se ha demostrado imposible, y Juan Marín, vicepresidente de Andalucía por la formación naranja, afirmaba en sentido similar: "El Gobierno de España intenta, y creo que con buen criterio, salvar vidas y dar cobertura jurídica y legal". Este es el segundo riesgo que asume Casado: empujar a Ciudadanos a los brazos de Pedro Sánchez, quien tiene mucho que ofrecer, incluidos acuerdos presupuestarios, totales o parciales, y que está dispuesto a jugar a todas las geometrías posibles: variables, totales, o quién sabe qué nuevas opciones. ¿Hasta dónde podrá soportar Ciudadanos la tensión en el gobierno de la Comunidad de Madrid o la actitud obstruccionista de Casado en el Congreso de los Diputados?

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Mientras tanto, la extrema derecha de Vox se encuentra perfectamente cómoda en la guerra cultural que le permite tener a los suyos unidos. Los problemas internos, como la avalancha de impugnaciones en las primarias que han tenido en diferentes provincias, quedan ocultos tras las provocaciones cotidianas, como eliminar los nombres de Largo Caballero e Indalecio Prieto de calles y monumentos de Madrid. Saben que así no amplían su base electoral, pero mantienen la que consiguieron en la última cita con las urnas. Sobre todo al dar continuidad y elevar el tono hasta llegar a la amenaza. El último ejemplo, este fin de semana: a un tuit de Ábalos donde denunciaba una pintada aparecida en la estatua de Largo Caballero en la que se podía leer "Asesinos. Rojos no", el perfil oficial de Vox contestaba públicamente: "Derogad la ley de Memoria Histórica. Primer aviso". Quizá esta amenaza no llegue a encajar del todo en el tipo penal de los delitos de odio, pero qué cerca está. Y sobre todo, cómo se aproxima a las advertencias que Levitsky y Zibblat enumeran en Cómo mueren las democracias. Este es el tercer riesgo que asume Casado y que nos salpica a todos. Dejar que la extrema derecha avance en la guerra cultural cuestionando los valores democráticos, acelerando así la espiral populista antidemocrática y estableciendo un clima de crispación que alimenta la polarización y el odio.

Alguien debería recordar en el Partido Popular que en otros países europeos, cuando la derecha sistémica se ha dejado arrastrar por la extrema derecha, ha sido esta última la que ha salido beneficiada. La estrategia que el PP adopta para disputar el terreno a Vox le puede estar llevando a consolidar su espacio. Al igual que está ocurriendo en otros países de nuestro entorno, las extremas derechas populistas están estancadas o en retroceso, algo que encaja bien con el retorno a los "partidos refugio" en época de crisis, pero la volatilidad y los continuos cambios de escenario y guión pueden alterar esta tendencia.

En sistemas pluralistas como el nuestro todos los actores tienen un papel y una responsabilidad. Máxime, si es –o ha sido, al menos-, un partido de gobierno. La vía Casado, con Madrid como epicentro, puede achicar el espacio de la derecha democrática hasta extremos que asustan. El mapa conservador puede sufrir un terremoto cuya onda expansiva no deje nada ileso.

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