En su fabuloso artículo “El contrato social se ha roto”, Ignacio Sánchez-Cuenca ofrecía una original, incisiva y meditada explicación del ascenso de Podemos. No sólo es la corrupción, argumentaba, sino que se “explica sobre todo por la fuerte erosión del 'contrato social'”, la ruptura de las “normas difusas de reciprocidad y justicia que hay en toda sociedad civilizada”. Creo que es un diagnóstico certero y que apunta al problema principal de las “reformas estructurales” del gobierno del PP –tan alabadas por tantos observadores de fuera–: que se ha aplicado “el bisturí sin anestesia”, dejando “caer a las familias más vulnerables”, con un “desmantelamiento de los servicios de dependencia, entre otras muchas consecuencias fatales”. El concepto de contrato social debería ser de discusión obligatoria en cualquier debate de fondo sobre la situación actual y hay que agradecer a Sánchez-Cuenca que lo ponga en la mesa.
El problema con el argumento de Sánchez-Cuenca es que mezcla una crítica legítima –la falta de anestesia– con otra, a mi juicio, más dudosa –que el bisturí no fuera necesario–. Se puede querer, como muchos de los intelectuales del “establishment español” a los que se refiere Sánchez-Cuenca en su artículo quieren, bisturí y, al mismo tiempo, anestesia. Y vitaminas y calmantes y una dieta rica y equilibrada. De hecho, creo que un gran número de los intelectuales a los que se refiere Sánchez-Cuenca –que, a su entender van de La Razón a El País en una simplificación que gustará mucho a los simpatizantes de Podemos, pero creo que es injusta– quieren una política más sofisticada del binomio reformas-austeridad al que se refiere Sánchez-Cuenca como si fueran dos políticas siamesas. Y, en líneas generales, en periódicos como El País han aparecido tantos ataques a la austeridad como defensas de la necesidad de acometer reformas estructurales.
Algunos incluso hemos combinado ambas ideas diciendo que España necesita políticas a la derecha de lo que propone el PP en reformas desreguladoras y, al mismo tiempo, un estado del bienestar a la izquierda de lo que defiende el PSOE. Esta combinación heterodoxa, esta “política bisexual”, entiendo que tiene poco eco en España. Y, entre otras cosas, ello es debido a la mentalidad frentista y polarizada: o estás con las reformas y los recortes o estás con las no-reformas y los no-recortes. Estar en medio penaliza mucho en España. Y artículos como el de Sánchez-Cuenca me temo que alimentan aún más esta mentalidad frentista.
Meter a todos los reformistas en el mismo saco –“el consenso del establishment español”–, etiquetarlos a todos como defendiendo lo mismo es un error. Obviamente, todo depende de a quienes incluye Sánchez-Cuenca en ese grupo, algo que no queda claro en su artículo. Pero, precisamente, esa brocha gorda es un rasgo característico de la mentalidad frentista ibérica, que tan exitosamente ha recuperado Podemos (y que, a mi juicio, es un factor clave para entender su éxito): hay una casta político-intelectual con una agenda neoliberal. Ciertamente, muchos intelectuales españoles han defendido políticas impopulares, pero, con la salvedad de algún extremista que sí seguiría el estereotipo de intelectual descrito por Sánchez-Cuenca (bueno, y el Gobierno del PP, claro, que en este clima polarizado se ha salido con la suya: bisturí sin anestesia), el paquete de reformas más austeridad no es muy popular. Por lo general, se desea anestesia, y mucha.
Por ejemplo, no es disparatado pensar que incluso la Comisión Europea –que suele encarnar al Mal absoluto para Sánchez-Cuenca– hubiera aceptado un plan socialmente más justo que el plan del gobierno del PP –que implica miles de millones para los bancos y descuida a los más desfavorecidos–. No es irreal pensar que se podría haber negociado algo distinto –por ejemplo, uno que hubiera implicado un pequeño coste para los bancos, sus accionistas y depositarios, a cambio de cosas tan sensatas como dar comida al hambriento y cobijo al sintecho–.
La visión –no sólo de Sánchez-Cuenca, sino de muchos otros– de que unas supuestas élites político-intelectuales nos han intentado vender una receta económica entera y cerrada no es cierta, por los siguientes motivos. En primer lugar, hay intelectuales distintos defendiendo reformas distintas (unos la han tomado con el contrato laboral, otros estamos con la reforma de la administración, etc..). En segundo lugar, no creo que la mayoría de las reformas propuestas sean impopulares en el sentido de que la mayoría de la población se opondría a ellas (sobre todo, si se explican meridianamente). Muchas son más bien impopulares para ciertos intereses creados, ya sean insiders en el mundo empresarial o insiders en el mundo laboral. En tercer lugar, como he comentado más arriba, un gran número de estos reformistas “de inspiración tecnocrática” defienden reformas, pero no austeridad. Muchos están a favor de una "política bisexual". De hecho, es significativo comprobar cómo, a diferencia de otras crisis del pasado, un gran número de liberales españoles no alaban el modelo anglosajón sino el danés. De hecho, hay posiblemente más intelectuales liberales que nunca en España defendiendo impuestos altos a la danesa.
En cuarto lugar, creo que para mejorar la calidad del debate deberíamos enterrar –o utilizar con mucho cuidado– términos tan generales como “austeridad”. Creo que se puede ser progresista –de hecho, creo que sólo se puede ser progresista de verdad– y defender que se puede recortar cierto gasto público en España, para poder invertir en otro gasto público. Si consideramos que cada partida a la que etiquetamos como “social” (otro adjetivo a eliminar de los análisis sobre los presupuestos) como sagrada corremos el riesgo de acabar como Francia, que tiene un problema enorme: un gasto público mucho más alto que Alemania... pero menos redistribución: el dinero público beneficia a quienes menos lo necesitan.
Toda la evidencia apunta a que nuestro gasto es también poco redistributivo. Con lo que sí, y aunque esto me hará menos popular que Zapatero, meter la tijera también es de izquierdas. Este mantra –que el artículo de Sánchez-Cuenca sólo hace que magnificar– de que todo recorte es malo es otro ejemplo más de ese pensamiento polarizado y tribal que nos invade. Me recuerda, al revés, a la aversión que tienen los republicanos americanos a todo tipo de aumento de los impuestos y que ha llevado al país al borde de la bancarrota. Aquí, y en países como Francia, podemos estar pronto en un precipicio simétrico.
En conclusión, me entristece ver cómo esta mentalidad frentista no sólo no desaparece, sino que, como en EEUU, va in crescendo en España. Es una pena porque, a mi juicio y creo que al de muchos otros que nos sentimos cada vez más pequeños (y solemos vivir fuera, por cierto), España necesita reformas liberales y, además (de hecho, es una condición), una mayor justicia social. Llamadme iluso, pero el capitalismo eficiente o "justo" (no de amiguetes) que propugnan muchos de esos reformistas tan criticados por Sánchez-Cuenca necesita de mucha justicia social. El gran ganador de todo esto es el PP, al que le viene de maravilla esta polarización y que intelectuales “bisexuales” sean machacados por esa impureza tan imperdonable en este país que es pensar que los de la otra acera ideológica a lo mejor tienen razón en algunos temas.
Espero que este artículo sirva para que algún "bisexual" –alguien que algún día haya pensado que algunas reformas propuestas por los empresarios (o incluso el PP) tienen sentido– salga del armario. Si no es así, como mínimo, aceptemos que los poquitos que quedan en España también tienen derecho a la existencia política.
*Víctor Lapuente es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford. En la actualidad, enseña e investiga en el Instituto de Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo
En su fabuloso artículo “El contrato social se ha roto”, Ignacio Sánchez-Cuenca ofrecía una original, incisiva y meditada explicación del ascenso de Podemos. No sólo es la corrupción, argumentaba, sino que se “explica sobre todo por la fuerte erosión del 'contrato social'”, la ruptura de las “normas difusas de reciprocidad y justicia que hay en toda sociedad civilizada”. Creo que es un diagnóstico certero y que apunta al problema principal de las “reformas estructurales” del gobierno del PP –tan alabadas por tantos observadores de fuera–: que se ha aplicado “el bisturí sin anestesia”, dejando “caer a las familias más vulnerables”, con un “desmantelamiento de los servicios de dependencia, entre otras muchas consecuencias fatales”. El concepto de contrato social debería ser de discusión obligatoria en cualquier debate de fondo sobre la situación actual y hay que agradecer a Sánchez-Cuenca que lo ponga en la mesa.