Gabriel García Márquez
Gabo, Lovely Pepa y los zapatos blancos
A García Márquez –que yo realmente no tengo tanta confianza como para llamarle Gabo– le gustaban las mujeres y los zapatos blancos. Sé que no descubro nada que no se sepa ni es un cutre recurso literario para decir algo distinto sobre quien ya lo dijo todo y lo hizo, además, mejor que cualquiera.
El caso es que estoy tan borracha de obituarios, de anecdotarios y de abecedarios con lo mejor de sus letras: Realismo Mágico, Macondo, Cien Años de Soledad, México, Memorias y putas viejas, Vargas Llosa, El Nobel, Fidel Castro, Periodismo, Cine… que aún no me he sentido con fuerzas para leer tanta elegía. Así que he decidido escribir de oídas y hacerlo porque: “Como es domingo y ha dejado de llover pienso llevar un ramo de rosas a mi tumba”. (Alguien desordena estas rosas, 1952).
Como todas esas muertes que no por ser muertes anunciadas son menos muertes, el deceso no causó sorpresa pero mucho menos indiferencia y no por haber coincidido en Jueves Santo está claro aunque, la verdad, eso sí que es digno de realismo mágico.
Como Realismo Mágico os habrán parecido estas referencias, ¿no? Para que veais que no siempre es moda todo lo que reluce.
Sorprenden más, sin embargo, las ausencias, que si de clasificar por movimientos artísticos se trata lo suyo sería Surrealismo puro y duro. Ya expliqué antes que escribo de oídas y aunque tenía activadas todas las alertas, la red nunca es perfecta y quizás en un rato alguien me exija alguna que otra rectificación. Pero hasta donde mi repaso llega, las versiones Vogue de los dos supuestos grandes medios impresos a nivel de Estado: El País y El MundoEl Mundo, no tuvieron capacidad de reacción. Y voy a ser eufemística y no pensar en la palabra “decisión” porque hacerlo me produciría dolor e ira. Ya no os digo al escritor colombiano, cronista entre los cronistas, que tanto alertó de los peligros y riesgos del oficio, aunque tal vez este, el de la invasión del blog y del color, se le escapó y ni él mismo imaginó.
Y no, no me vale el argumento de los especiales que acompañaban –con gran portada, por cierto, en el caso del experiódico de Pedro J– a los dos diarios. Dudo mucho que compartan público y no hablo precisamente de cabeceras, así que la complementariedad tendría que haber sido otra, no en el papel pero sí en el social media.
Presencias, ausencias y… Lovely Pepa, así amaneció ella.
La verdad es que yo nunca le habría puesto nombre de perra al espacio de mis relatos pero quizás sea ahí donde resida buena parte de nuestras diferencias, en que mientras ellas, muchas, la mayoría redactan generando influencia e ingresos, a 450 euros el tuit, entre un público especialmente vulnerable, el de la adolescencia o post-adolescencia; otras, algunas, yo misma escribimos, narramos trapos pero también circunstancias, con algún que otro Me Gusta como máxima gratificación y con una visibilidad y reconocimiento de la profesión apenas reducido a un puñado de frikis o de amigos.
García Márquez explicó muy bien la diferencia: “Escribir no es redactar respetando la corrección idiomática sino un acto de creatividad por encima de las normas académicas” y apostó por el destierro de las grabadoras, “que oyen pero no escuchan, son fieles pero no tienen corazón”.
Sí, a Gabo le gustaban el blanco y las putas; vestido de tal guisa, de hecho, tuvo el Nobel en sus manos. Lo hizo en 1982, cuando yo también lucía virginal, en todos los sentidos, porque fue cuando me dieron mi primera hostia y cuando, como él, aún creía en “la poesía como prueba concreta de la existencia del hombre”. Como nunca fui mucho de poner la otra mejilla, a mí, lo de la poesía, se me pasó pronto, que no lo de la crónica o el cuento, porque mucha creatividad tuve que invertir para justificar ante curas, fotógrafos y princesas que mi vestido no me cubriese todas las piernas.
Tal vez de aquellos polvos hayan venido estos lodos, el de seguir considerándome periodista por encima de todo, y por eso hoy, cuando toca seguir hablando de Cien Años de Soledad, no “redacto” como cualquier Lovely Pepa para hablaros de guayaberas; hoy “escribo” para contaros que “Gabo vestía un Liquiliqui, traje típico de los llanos colombianos, homenaje a su abuelo que lo vestía en días de fiesta y era una forma de conjurar la mala suerte que según su madre daba vestir de negro”.
De blanco pues, real o imaginario, espero que haya sido su mortaja… y América, su legado.
(Debo aclarar que la foto de los zapatos blancos no se corresponde realmente a García Márquez, es una “manipulación” ad hoc a partir de una foto de Moncho Fuentes para la Academia Galega do Audiovisual, de la familia que protagonizó la Gala de Premios Mestre Mateo 2014. Claramente, unos fúnebres visionarios).
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Anne Merkel es periodista y escribe el blog annemerkel.org.