Hay un monstruo en la habitación, pero no es la justicia social

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Ocurrió la madrugada del 6 de mayo. Justo Fernando Barriento, un hombre de 67 años, abrió la puerta de una habitación de una pensión de Barracas, en el sur de Buenos Aires, y lanzó un cóctel molotov casero contra las cuatro mujeres que allí dormían. Tres de ellas, Pamela, su pareja Mercedes y Andrea morían a las pocas horas por las heridas. Sólo sobrevivió Sofía. Y de milagro. Durante meses, Barriento las había hostigado y acosado llamándolas engendros, gordas o tortas. Las pasadas Navidades ya las amenazó de muerte. 

Tuvieron que pasar días hasta que los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia. Mientras, en la calle pedían justicia contra el lesbicidio. Las concentraciones recorrieron Argentina y otras ciudades del mundo. También en España. En ellas, se oyó gritar que les habían prendido fuego por ser lesbianas pobres, haciendo comunidad y refugio. Era mucho esperar una respuesta a la altura, pero la del gobierno argentino fue especialmente indignante porque se negó a reconocer que la orientación sexual de las víctimas fue un elemento clave en el crimen. 

Desde que llegó al poder hace siete meses, Miley y su motosierra han funcionado a pleno rendimiento. El ultra ha recortado pensiones, subsidios, las nóminas de los empleados públicos y ha anunciado el despido de 50.000 funcionarios. Al presidente argentino no le ha temblado el pulso al reconocer que es antifeminista, al eliminar el Ministerio de las Mujeres, al decir que quiere acabar con el derecho al aborto. Tampoco al negar la violencia machista a pesar de que se produce un feminicidio cada día en Argentina o al rechazar la brecha salarial. Ha prohibido el lenguaje inclusivo, se ha posicionado en contra de los derechos del colectivo LGTBI e incluso una diputada de su gobierno comparó a las personas homosexuales con los piojos. 

¿Cómo vamos a llevarnos las manos a la cabeza cuando leemos que en Argentina han aumentado los delitos de odio si hay quien da bola a esos discursos agresivos y testosterónicos que legitiman la violencia?

Milei bramó contra la justicia social y aseguró que era un monstruo horrible y empobrecedor. La presidenta regional, a su lado, lo permitió. Un ataque al Estado del Bienestar que nos sostiene. ¿Qué es, sino eso, la verdadera patria?

Fue a ese presidente de Argentina, y a las ideas que representa, al que Ayuso puso una alfombra roja en su visita a Madrid, a pesar de la evidente incomodidad del resto de su partido. Milei bramó contra la justicia social y aseguró que era un monstruo horrible y empobrecedor. La presidenta regional, a su lado, lo permitió. Un ataque al Estado del Bienestar que nos sostiene como sociedad, el que lucha por la igualdad de oportunidades, los derechos sociales y una distribución equitativa de la renta. El que nos permite tener una sanidad y una educación públicas o pensiones que nos dejan envejecer con dignidad. ¿Qué es, sino eso, la verdadera patria?

El espectáculo fue bochornoso pero el PP ha preferido mantenerse en un segundo plano. Ni les gusta la foto ni comparten ideología porque consideran que Milei es un aliado de Abascal, pero no quieren enfrentarse a Ayuso y han intentado darle a la visita una imagen de normalidad que todos sabemos que no tiene. Incluso el portavoz popular Borja Sémper se negaba a calificar las palabras del ultra asegurando que no tiene ni tiempo ni capacidad para responder a todos los mandatarios. Llámenme idealista, pero ¿no es, acaso, la política el altavoz más indicado para hacerlo? Se antoja complicado algunos días distinguir entre el discurso de la derecha y el de la extrema derecha en España.

Por cierto, que en Madrid el Ayuntamiento del PP —que gobierna en solitario tras la mayoría absoluta conseguida en las últimas elecciones municipales— no ha necesitado a Vox para borrar las reivindicaciones de los carteles del Orgullo. Ni siglas ni banderas. El consistorio de la capital ha elegido como imagen representativa un tacón, una copa, un oso y un condón. Lo cierto es que cuesta aunar más estereotipos en una sola imagen. Son las consecuencias —y ya van unos cuantos años— de querer despojar de contenido una reivindicación política

De ahí la importancia de nombrar las cosas. Como en el lesbicidio de tres mujeres en Barrancas, Argentina, que Milei no quiere reconocer. Hacerlo lo enmarcaría dentro de eso que él considera una bestia aberrante y que tanta urticaria le provoca. Lo cierto es que sí hay un monstruo en la habitación, pero sabemos que no es la justicia social. Y contra ese discurso, o cualquiera que estigmatice y enfrente de manera violenta, todos deberíamos tener clara la respuesta.

Ocurrió la madrugada del 6 de mayo. Justo Fernando Barriento, un hombre de 67 años, abrió la puerta de una habitación de una pensión de Barracas, en el sur de Buenos Aires, y lanzó un cóctel molotov casero contra las cuatro mujeres que allí dormían. Tres de ellas, Pamela, su pareja Mercedes y Andrea morían a las pocas horas por las heridas. Sólo sobrevivió Sofía. Y de milagro. Durante meses, Barriento las había hostigado y acosado llamándolas engendros, gordas o tortas. Las pasadas Navidades ya las amenazó de muerte. 

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