La honestidad de una política alternativa

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El cambio climático tiene desorientadas a la fauna y a la flora. Ser flor o ser pájaro resulta una tarea complicada cuando en el invierno se dan temperaturas primaverales. Las cigüeñas no saben si cumplir los ciclos migratorios y las enredaderas dudan entre secarse o dar nuevos capullos. Sólo hay algo más desorientado que la vida natural: la política española.

Las organizaciones que trabajan en favor del dinero, pese al apoyo mediático que reciben, están pagando una factura de despecho popular por culpa de la corrupción. Además de sistematizar la desigualdad, han querido programar de forma descarada la rapiña individual. Los ciudadanos del bienestar suelen cerrar los ojos en épocas de negocios felices, pero se indignan cuando la necesidad aprieta.

Las organizaciones que quieren trabajar en favor de las personas viven una encrucijada interna. A mí me preocupa –por identificación personal– el destino de Izquierda Unida y de Podemos, dos organizaciones que, no me cabe duda, han querido y quieren dignificar la realidad difícil de la gente. Se habla de votos perdidos, de frente común, y se levantan quejas para afirmar que la falta de un pacto limita los resultados. Esto es así, pero no conviene olvidar que la decencia interna es imprescindible también para ofrecer soluciones en la plaza pública. La deshonestidad no sólo tiene que ver con el dinero que se roba. Puede afectar, sin rapiña alguna, al funcionamiento interno de las organizaciones, a su decencia política.

Po ejemplo: me parece deshonesto seguir hablando de pactos o de unidad en nombre de Izquierda Unida. Es más honrado hablar del Partido Comunista, porque Izquierda Unida desde su fundación no ha sido otra cosa que una máscara electoral. Desde un punto de vista histórico, esto no representaba un problema para las personas situadas a la izquierda del PSOE. El comunismo, en España, no ha generado nunca un aparato oficial de dictaduras estalinistas o populistas, sino campos de luchas muy dignas contra el fascismo y ámbitos heroicos de resistencia clandestina en la conquista de la democracia. Así que estar junto al Partido Comunista no fue un problema ideológico para los militantes de Izquierda Unida que quisieron oponerse a las políticas neoliberales de Felipe González o de José María Aznar, de José Luis Rodríguez Zapatero o de Mariano Rajoy.

Pero enseguida hubo graves problemas en la organización interna. Al no refundarse el PCE en Izquierda Unida, al no diluirse en la nueva organización, se produjo una dinámica en la que un aparato sectario asumió como tarea principal el control de su máscara electoral, sacrificando cualquier posible propuesta de modernización y la configuración de la nueva mayoría de izquierdas exigida por los cambios sociales en España. Esto hizo saltar por los aires la fraternidad, un valor imprescindible en el pensamiento alternativo y en la dignificación de la política. El enemigo estaba en casa, todo se analizaba en clave de conspiración, traición o control interno. Si no quedaba bajo el mandato del PCE, cualquier aportación de militantes de IU se consideraba hostil.

Las cosas se pusieron muy difíciles cuando la Izquierda Unida de Gaspar Llamazares trabajó para conseguir, durante la primera legislatura de Zapatero, avances sociales muy claros en las leyes de dependencia, interrupción del embarazo, memoria histórica y matrimonio de personas del mismo sexo. Algún mandarín del PCE, más famoso por su rencor y sus calumnias que por su trabajo al servicio de IU, no paró de denigrar al coordinador y de exigir el fortalecimiento del Partido. Quienes conocen la vida interna de IU no pueden dejar de sonreír al ver con qué facilidad se han prestado a liquidar Izquierda Unida esos dedos admonitorios que antes denunciaban en cualquier discusión una conjura secreta para pasarse al PSOE.

Pero la falta de fraternidad llegó a su punto extremo cuando las elecciones europeas dieron un resultado llamativo a Podemos. Muchos jóvenes comunistas, sin más puesto de trabajo que la política, se pusieron nerviosos al pensar en el futuro. Lo primero que pactaron fue cargarse al cabeza de lista de IU en las elecciones europeas, nombrado poco antes con su apoyo, en oposición a quienes habían defendido primarias y una verdadera renovación electoral de la organización. Willy Meyer es un comunista de la vieja guardia, un camarada que muy posiblemente no debería haber sido cabeza de lista en 2014. Pero es una persona honrada. Echarlo del Parlamento europeo bajo sospecha de corrupción, a causa de las ambiciones de algunos jóvenes, fue una canallada. Hubiera sido más decente no aprobar en la asamblea de IU su candidatura en nombre de los intereses del PCE.

La falta de fraternidad alcanzó a partir de ahí grados inenarrables. El sector del PCE partidario de Alberto Garzón perdió la asamblea de Madrid. Más que por un esfuerzo conjunto de necesaria renovación interna, este sector apostó por liquidar la organización y pasarse a Podemos. De manera inmediata se trabajó contra los otros afiliados del PCE y contra los militantes independientes. Estoy hablando de 5.000 militantes expulsados. Para justificar semejante decisión no se dudó en hundir electoralmente a IU en las elecciones municipales y autonómicas de 2015, y en crear la fábula de que la Federación de Madrid era la culpable de todas las corrupciones de Bankia. Un par de corruptos mancharon a toda una organización con ayuda de los labios de la mentira. Después, machacado desde Madrid el prestigio nacional de IU, se quiso modelar una máscara nueva: Unidad Popular.

La farsa llegó a extremos intolerables en Andalucía. Se robaron urnas y se falsificaron las primarias de Sevilla para evitar que el candidato elegido no estuviese bajo las órdenes directas del PCE, sector Antonio Maíllo, es decir, sector Alberto Garzón.

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Vamos a ser honestos: no se puede acusar a Podemos de no haber querido pactar con la nueva máscara del PCE. El núcleo dirigente de Podemos viene de Izquierda Unida. Pensó en fundar un nuevo partido cuando comprobó que el PCE no estaba dispuesto a dejar que nada viviese fuera del control de su dirección. Un acuerdo hubiese supuesto dejarse devorar y convertir a Podemos en una nueva farsa electoral. Los malos resultados de IU son culpa de su inmovilidad, primero, y luego de unas maniobras estúpidas que han acabado con su propia razón de ser. No sé qué es más grave, si la ambición necia de unos o la parálisis suicida de los otros.

Repito: seamos honestos. Quien considere que Podemos es una solución política para la transformación social de España no debe pretender convertirlo en una máscara de otra organización acostumbrada a la conjura interna. Y quien considere que Podemos se va a parecer en el futuro más al PSOE de Felipe González que a una fuerza transformadora, deberá pensar en una organización nueva en la que resistir, pero ya sin el tutelaje de un Partido Comunista que hoy sólo tiene rencores que ofrecer.

En la última Presidencia Federal, Enrique Santiago, ínclito candidato de Unidad Popular, se permitió una broma zafia sobre la dicción del Secretario General del PCE, José Luis Centella, afectado de un problema de frenillo. Muchos de los que respetamos la historia del PCE agradeceríamos que sus responsables humanizaran y abreviasen la agonía. No tiene sentido mantener una organización en la que los jóvenes han heredado todos los defectos de sus mayores y ninguna de sus virtudes.

El cambio climático tiene desorientadas a la fauna y a la flora. Ser flor o ser pájaro resulta una tarea complicada cuando en el invierno se dan temperaturas primaverales. Las cigüeñas no saben si cumplir los ciclos migratorios y las enredaderas dudan entre secarse o dar nuevos capullos. Sólo hay algo más desorientado que la vida natural: la política española.

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