Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
La estrella y sus becarios
La edad de oro de la conversación. Según las últimas mediciones, estamos a un solo podcast de entrevistas de reventar por las costuras. Charleta en profundidad frente a un micrófono regordete y el atrezo de una tele local: neones y plantas de interior. La semana pasada, Manolo Lama, estrella del periodismo deportivo, fue a «Lo que tú digas», el podcast de Álex Fidalgo. Allí, frente a un vaso de agua y un tablero de ajedrez (metáfora, mon amour), el entrevistador se la pone botando: «[Cuando fuimos becarios en Onda Cero] nos encantaba la radio, pasábamos allí mucho tiempo. Terminaba mi jornada y me quedaba. Cuando estuvo aquí Manu Marlaska, se lamentaba de que los becarios ahora tienen menos proactividad, menos iniciativa».
Ahí, Lama, al que quizás recuerden por humillar a un sintecho cámara en mano o por aclarar que lo de Rubiales con Jenny Hermoso era una cosa entre colegas («las que se cabrean es porque nunca las han besado a ellas»), asiente y remata: «Los becarios de ahora… es que los mataría. Unos tíos que lo primero que te preguntan es cuánto van a ganar, qué horario van a tener y qué días van a librar». ¡Intolerable! El podcastero lo mira, admirado. Suma y sigue: se viene anécdota, entretenida y didáctica, sobre aquella vez que despidió a uno por querer irse a su hora. «Había quedado con la novia y le dije: pues chico, el curro o la novia. ¡Pues se fue con la novia!» Estertor, risa, golpecito en la mesa: «Se fue con la novia», repite, consternado. «No le gustaría mucho esto». Fidalgo replica: «Es lo que te quiero decir… ¿se ha perdido la vocación?». Me parece que este es el comienzo de una bonita amistad.
Lama cuenta que él se pasó un año en la SER sin cobrar una peseta. Dos apreciaciones: primera) pues chico, menuda canallada; y segunda) te parecerá marciano, pero no todo el mundo puede permitirse el lujo de pasarse un año sin nómina.
«Las noticias no tienen horario». Ya es casualidad que estas machadas vengan siempre de estrellitas de relumbrón con contratos millonarios con miríadas de empleados a su disposición. Hay que ver cómo está el servicio.
No hay peor argumento que una anécdota personal. Kentucky, 1865, un viejo amonesta a su nieto: en mis tiempos, nos poníamos a coger algodón sin preguntar por el jornal. La dichosa moral del esfuerzo, Nadal saliendo a jugar con la pierna colgándole de un tendón, y pásate dieciocho horas en el lugar del suceso para que yo me luzca en el locutorio. (Tras la pausa publicitaria, conectaremos con nuestro experto en salud mental). El espíritu de José María García, con su peste a puro y batallitas en las que siempre queda bien, invade la sala. Lecciones, lecciones, y, como dice Pedrerol, «becarios no». Otro que tal. ¿Qué pasa en las secciones de deportes?
Las impactantes declaraciones me han recordado aquellas de Àngels Barceló: «Los jóvenes son un poquitín flojos y se equivocaron de profesión. No sé qué pensaban que era esto del periodismo. Las noticias no tienen horario». Ya es casualidad que estas machadas vengan siempre de estrellitas de relumbrón con contratos millonarios con miríadas de empleados a su disposición. Hay que ver cómo está el servicio. Las noticias no tendrán horario, pero bien que nos fastidió, ¿eh, Barceló?, cuando Sánchez convocó elecciones en verano y nos jodió las vacaciones. ¿La vocación se toma descansos estivales?
La cosa puede empeorar. La semana pasada, Idafe Martín Pérez dedicaba su columna de El País a las condiciones laborales del postbecariado: el freelance. La excusa se la daba Almudena Ariza con un mensaje en Twitter: «Algún día habrá que abrir el melón sobre las tarifas miserables que algunos medios españoles pagan a los freelancers […] en zonas de conflicto». «El problema», seguía Martín Pérez, «es mayor porque las tarifas son miserables en zonas de conflicto, en Cuenca o en Bruselas». En el texto, vayan a leerlo, se detallan los emolumentos que cada casa abona a sus colaboradores. Permítanme que no los repita, por no echarme a llorar.
¿La profesión? Susto o muerte.
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