Encerrada en el baño de la Sutton Eva Baroja

Temía (moderado pavor, increíble aburrimiento) tener que dedicarle la columna de esta semana al análisis (en cabeza ajena) de las elecciones alemanas que nos están creciendo como champiñones. Extra, extra: resulta que hay nazis en el país donde se inventó el nazismo. Por suerte, y como en tantas ocasiones, la reproducción aleatoria de YouTube vino en mi auxilio.
Andaba servidor lavando los platos (la vida del intelectual contemporáneo tiene muchos vericuetos) cuando quiso el algoritmo que me saltase un vídeo de David Jiménez. Escuchando la bravata (la profesión está en su peor momento, el palco del Bernabéu manda más que el consejo de ministros y me echaron por ser «demasiado periodista»), pensé que el reproductor me había colado un vídeo de 2016, que fue cuando a este señor le picaron el billete.
Intrigado, traté de zafarme del fairy –que a esas alturas me llegaba hasta las orejas– y desplegué la descripción del conversatorio; para mi sorpresa, la filípica apenas tenía unos meses. Intrigado por el eterno retorno de lo mismo, me entretuve buscando en qué andaba el buen señor. Como nunca me he tenido por periodista, jamás me ha interesado la tramoya del oficio, así que ignoro si lo que El Director (sic) contó en su libro, y ahora en su canal de YouTube, es el descubrimiento del hilo negro o una revelación que ríete tú del Watergate. «Soy, aunque suene quijotesco, un buscador de la verdad». Válgame el cielo.
Se ve que nada certifica tanto la pluralidad de un periódico como tener a un cenutrio en nómina
¡Exclusiva! «Los políticos buscan dividir a la sociedad». Caramaba. «Los poderosos intentan controlar la información». Quiero decir: Ramsés II ya nos coló el bulo de su triunfo sobre los hititas en los bajorrelieves de Abu Simbel, soseguémonos.
Pocas cosas le chiflan tanto a un periodista de raza como hablar de lo suyo. Mesas redondas, discursos en los Ondas, el discurso del Cavia, simposios, seminarios, discurso en la Antena de Oro… y la homilía nuestra de cada día. Saltando de editorial en editorial, di con un encuentro entre Ana Iris Simón y Juan Soto Ivars que moderaba (cuánta humildad) el señor Jiménez. Entre los consabidos «ya no se puede decir nada» declamados por gente que escribe cada semana en dos de las cabeceras más leídas de nuestro país, se colaron algunos ayes por los gloriosos tiempos pasados en los que los columnistas se zurraban entre ellos (camaradas, recojo el guante), la pérdida de la ironía entre los plumillas de izquierdas (esa me dolió), algún elogio a Juan Manuel de Prada (ora pro nobis) y una alabanza al cretino de Sostres, porque se ve que nada certifica tanto la pluralidad de un periódico como tener a un cenutrio en nómina.
Movido por la admonición de las firmas más exitosas de mi generación, fui corriendo al ABC a ver qué purines supuraban por la gatera de Salvador. Saltándome sus análisis futbolísticos, llegué a un titular prometedor: «Claro que te torturamos». Tras untarme las narices de mentol para combatir el hedor del personaje (espero que un juntaletras tan aguerrido no se me enfade si entro a su juego), leí algunos párrafos de estilo atropellado en los que defendía la violencia policial (las torturas, vamos) contra los sospechosos de terrorismo. Por menos, un juez cerró Egunkaria: la libertad de expresión también va por barrios.
Lo más...
Lo más...
LeídoJosé Teruel: "Carmen Martín Gaite utilizó la literatura como refugio y como recurso de supervivencia"
Juan Chabás en sus ámbitos biográficos y la deontología
Amor en el Berlín de la Guerra Fría