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¿Y esto quién lo lleva?

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Cuando surge un problema grave en cualquier grupo humano (incluso animal, salvando la distancia del lenguaje) hay alguien que pregunta: ¿esto quién lo lleva? Ante la necesidad perentoria de organización, coordinación, sensatez; frente a la simple incertidumbre, se precisa liderazgo, ya sea individual o de equipo, pero un referente que otorgue credibilidad a cualquier respuesta que se emita como solución, explicación o hasta pura expresión de impotencia ante una situación incontrolable. Al menos alguien que suscite la complicidad y apoyo del resto del grupo.

Si hay algo difícil de manejar desde un Gobierno es una crisis que afecta a la salud pública. Una vez desatado el pánico a un contagio, por remota que esa posibilidad sea, resulta poco menos que imposible mantener el tipo ante una ciudadanía en estado de hipocondría. Con un escenario semejante, sólo vale la autoridad de alguien que previamente disponga de un currículum intachable en la materia concreta o que sea capaz de transmitir una credibilidad absoluta en la simple coordinación de los mejores especialistas, científicos que a su vez cuenten con todo el apoyo material y humano que precisen.

¿Y quién lleva esto del ébola? ¿En quién descansa la responsabilidad de manejar las consecuencias del primer caso de contagio existente fuera de África? En Ana Mato, ministra de Sanidad, licenciada en Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y, desde poco después de acabar la carrera, entregada al ejercicio de la política, primero en Alianza Popular y después, de la mano de su marido, Jesús Sepúlveda, y de su mentor, José María Aznar, en el PP hasta el día de autos.

Autoridad moral

En sus treinta años de ejercicio de la política de partido ha tenido más contacto (que se sepa) con la trama Gürtel que con el mundo de la sanidadla trama Gürtel. Hasta su nombramiento por Mariano Rajoy como ministra del ramo, Mato se había dedicado a la organización interna del PP, a asesorar a Aznar en Valladolid, a la portavocía en el Congreso sobre asuntos de RTVE y de Transportes, a su labor temporal de eurodiputada... Por supuesto que es lícito que un político o una política se encargue de un departamento del que no es especialista, siempre que demuestre dotes de liderazgo, capacidad de coordinación y de diálogo y una sólida autoridad moral ante los verdaderos expertos en la materia y los afectados por sus decisiones.

De Ana Mato conocemos que estuvo casada durante años con un señor que recibía pagos, regalos y favores de la citada trama Gürtel, dedicada a hacer negocios con, para, por, según, sobre… el PP. Sabemos que llegó a tener un Jaguar en su garaje sin preguntarse de dónde pudo haber salido el maldito coche. Que celebraba fiestas de cumpleaños de sus hijos que dejaban a las Fallas de Valencia en una verbena de pueblo. Etcétera, etcétera. Todo subvencionado por empresas de la Gürtel, aunque a ella al parecer ni se le pasó por la cabeza que hubiera nada raro.

De Ana Mato conocemos aquella sentencia suya que decía que “los niños andaluces son prácticamente analfabetos”, mientras que los de La Rioja “son los que más saben”, aunque luego explicó eso de que su frase fue “sacada de contexto” y lo que quería destacar era que “en España existen diferentes niveles educativos entre las comunidades autónomas”. Lo cual es igualmente una lástima cuando el partido que ella “organizaba” gobernaba en la inmensa mayoría de las autonomías y se trataba de una competencia transferida. Sin duda esa profunda desigualdad está en vías de solución gracias a la Ley Wert.

Desde el minuto uno tras conocerse el contagio de ébola a una enfermera del Hospital Carlos III de Madrid, ha surgido la exigencia de dimisiones en el Ministerio de Sanidad, incluida la de la propia ministra. Puede interpretarse ese clamor (al menos en las redes sociales) como pura demagogia o como intento de utilización política de un problema tan sensible como es el que afecta a una alarma de salud pública. Podría responderse a tal argumento con el célebre “y tú más”, en este caso respaldado por la hemeroteca (Mato exigió en su día la dimisión de la entonces ministra de Defensa, Carmen Chacón, por no dar explicaciones sobre un brote de fiebre porcina en un cuartel del ejército en Hoyo de Manzanares).

Cadena de despropósitos

El problema es infinitamente más grave y supera cualquier tentación de demagogia. La rueda de prensa de Ana Mato en la tarde del lunes hacía subir la fiebre de cualquier ciudadano sano. No supo dar explicación alguna (quizás porque no la tiene) al hecho de que la enfermera infectada sufriera los primeros síntomas el día 30 de septiembre, avisara al equipo del Carlos III y no fuera de inmediato aislada y controlada, y que tuviera que ser diagnosticada de ébola seis días después en el hospital de Alcorcón, donde (según los propios enfermeros) fue atendida sin medidas de protección adecuadas.

Traer a España a dos sacerdotes enfermos de ébola sin apenas posibilidades de curación fue una decisión discutible, pero cabe un debate respetuoso porque produce un dilema moral además de la cuestión de salud pública. Lo que no admite mucho debate es que una autoridad política que decide tomar esa medida está absolutamente obligada a garantizar que se cumplan todos los requisitos científicamente estipulados para proteger a la población y al personal sanitario de ese riesgo. Si, tomadas todas y cada una de las medidas exigibles, se produce un contagio podrá argumentarse que ese riesgo va en la función desempeñada.

Los datos disponibles hasta el momento no indican que haya sido así. Por lo tanto es inadmisible que Ana Mato, cuyo currículum político y su contacto con el virus de la Gürtel dejan su nivel de credibilidad por debajo de cero, haya descartado rápidamente la necesidad de asumir responsabilidades políticas ante una crisis de salud pública aparentemente evitable.

De modo que si quien lleva esto es Ana Mato, las posibilidades de que la población entre en pánico van en aumento. ¿Y Mariano Rajoy anda por ahí? Al cierre de esta edición, el presidente no había aparecido ni siquiera en formato de plasma. Quizás su experiencia durante la crisis del Prestige y aquellos “hilitos de plastilina” que tanto recordaron al “bichito que se cae y se mata” del ministro Jesús Sancho Rof durante la crisis por el aceite envenenado de la colza en 1981 hayan aconsejado a Rajoy permanecer en un segundo o quinto plano.

[Este miércoles a primera hora, en la sesión de control parlamentario, Rajoy ha leído una nota preparada sobre la crisis del ébola tras pactar con Pedro Sánchez el cambio de la pregunta prevista por el líder del PSOE. Rajoy ha hecho un llamamiento "a la tranquilidad", a la "responsabilidad" de la oposición y de los medios y se ha comprometido a informar con "transparencia".]

La otra enfermera ingresada da negativo en la prueba del ébola

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P.D. Esperanza Aguirre decidió en 2008 desde la Presidencia de la Comunidad de Madrid que no tenía sentido mantener una Dirección General de Salud Pública ni un Instituto de Salud Pública. La lideresa (término acuñado en su biografía autorizada) consideró muy eficaz eliminar esos dos órganos, y como habría sonado a broma macabra privatizar un Instituto de Salud Pública, cargó tan imprescindible función a los ya muy sobrecargados servicios de atención primaria. Suframos las consecuencias.

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(Este artículo ha sido actualizado a las 10.48 horas del miércoles 8 de octubre)

Cuando surge un problema grave en cualquier grupo humano (incluso animal, salvando la distancia del lenguaje) hay alguien que pregunta: ¿esto quién lo lleva? Ante la necesidad perentoria de organización, coordinación, sensatez; frente a la simple incertidumbre, se precisa liderazgo, ya sea individual o de equipo, pero un referente que otorgue credibilidad a cualquier respuesta que se emita como solución, explicación o hasta pura expresión de impotencia ante una situación incontrolable. Al menos alguien que suscite la complicidad y apoyo del resto del grupo.

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