El PP abraza a Puigdemont por Navidad Pilar Velasco
Podemos ante su Balaclava
Mitad del siglo XIX, comienza la Guerra de Crimea que enfrenta al imperio ruso contra el imperio otomano por el control de esta península y el Mar Negro: el tiempo pasa, los enclaves estratégicos siguen siendo los mismos. Franceses y británicos acuden en ayuda de los turcos, que atraviesan un serio declive, para evitar la victoria del Zar. El 25 de octubre de 1854 tiene lugar la batalla de Balaclava, donde las tropas del Reino Unido, en ese momento la primera potencia mundial, se verán las caras con los soldados rusos. Sucede entonces la célebre carga de la Brigada Ligera, cuando más de 650 jinetes británicos enfilan el valle donde tiene lugar la confrontación para intentar desbaratar las posiciones enemigas. En su avance se encuentran frontalmente con 50 piezas de artillería que les machacan de manera inmisericorde, así como con 20 divisiones de infantería situadas al fondo del desfiladero y sus flancos. Los pocos que consiguen atravesar las líneas son esquilmados por la caballería cosaca. Apenas consiguen volver vivos unas decenas de jinetes.
Los rusos no dan crédito ante la acción casi suicida de sus adversarios, que parecen no haber tenido en cuenta ni las condiciones del terreno ni la disposición y potencia de fuego de sus tropas. Un general francés afirma ante la temeridad de los jinetes: “Es magnífico, pero eso no es la guerra”. Una mezcla de arrogancia, falta de preparación táctica, malas relaciones personales entre los mandos y una comunicación deficiente propician un desastre sin paliativos, en el que se envía a una muerte segura a centenares de los mejores húsares, dragones y lanceros de los que disponía el ejército británico. Tres semanas más tarde llega la noticia a Reino Unido y, aunque los periódicos se cuestionan en un primer momento la pericia de los generales, el suceso se transforma rápidamente en una gesta heroica sin precedentes. No importa lo que ha sucedido, importa que los poetas construyan un relato de valor, heroísmo y entrega. Tienen que pasar cien años hasta que Tony Richardson se cuestionase en su película de 1968 la gran mentira nacional en torno a la gesta, creando aún una fuerte polémica: preferimos el brillo de la mentira antes que la crudeza de la verdad.
Noviembre del año 2022, España. Empiezan a darse revisiones de condena en torno a la ley de Libertad Sexual. Lo que en un principio parece un ligero problema jurídico se convierte en las semanas posteriores en un boquete en la línea de flotación del Gobierno. Los medios de la derecha y los agitadores ultras encuentran un filón en el suceso, colocando incluso contadores en sus cabeceras para fomentar la alarma pública. Nadie entiende muy bien la postura del Ministerio de Igualdad, impulsor de la ley, al negar primero lo que está sucediendo para después cargar contra los jueces acusándolos de conspirar contra el espíritu de la norma. La ministra Irene Montero, lejos de mantener un perfil bajo, es aupada por Podemos hacia la épica de la resistencia: no hay error posible y, de haberlo, no somos responsables del mismo. Nadie entiende muy bien una táctica comunicativa que promete achicharrar a la ministra. Pocos tienen en cuenta que, justo antes de que estalle informativamente este problema, Pablo Iglesias ha puesto en claro la ruptura con Yolanda Díaz tras meses de especulaciones: Montero no es sólo la titular de Igualdad sino la posible candidata de los morados en las próximas elecciones generales.
Tras la maniobra del Tribunal Constitucional contra Congreso y Senado, tras el parón navideño, donde parece que las aguas pueden volver a su cauce, la postura de Podemos en ministerio y partido no cambia: construir un baluarte en torno a Montero, caiga quien caiga. Es entonces cuando Pedro Sánchez decide que la ley ha de ser reformada, no tanto por paliar un problema de revisiones de imposible factura, sino más bien por ofrecer un gesto a la sociedad que rebaje la alarma: el Gobierno pierde votos cada día que pasa. Lo que debería haber sido un acuerdo tranquilo entre socios de ejecutivo se torna imposible. El PSOE y Pilar Llop, una ministra de Justicia sin habilidades negociadoras, no ponen demasiado de su parte, piensan que serán los morados los que carguen con el problema. Podemos tampoco da su brazo a torcer, no ofreciendo siquiera una alternativa de reforma a la que proponen los socialistas. Aparece la retórica del “código penal de La Manada”. Un día antes del 8M se vota la toma en consideración del nuevo texto, la intervención de Podemos es durísima, llegando a vincular al PSOE al “puñado de fascistas que quieren volver al silencio y a la culpa”. Todo parece posible en las horas más duras que ha vivido la coalición, incluso su ruptura.
Irene Montero se ha transformado en la mártir de Podemos, en su mater dolorosa, en la figura de referencia para unos simpatizantes que están más cohesionados que nunca alrededor de la épica de la resistencia, de la suspicacia del “todos contra nosotros”
La foto de Irene Montero e Ione Belarra en la soledad de sus escaños enciende las redes afines a Podemos. Pablo Iglesias y Pablo Echenique tuitean un vídeo donde acusan a los socialistas de deslealtad pero, en los primeros segundos, se puede observar a Yolanda Díaz riendo con las ministras del PSOE. La audiencia entiende el mensaje y carga contra la vicepresidenta, traidora es el calificativo más suave que se lee esa noche. El arco narrativo se cierra. Lo que debería haber sido el fin de la vida política de la ministra de Igualdad se ha transformado en su Balaclava. Da igual lo sucedido, da igual quién tenga la culpa, dan igual los matices en torno a la complejidad de la reforma. Irene Montero se ha transformado en la mártir de Podemos, en su mater dolorosa, en la figura de referencia para unos simpatizantes que están más cohesionados que nunca alrededor de la épica de la resistencia, de la suspicacia del “todos contra nosotros”, del heroísmo de alguien que hasta hace unos meses no parecía relevante.
El Ministerio de Igualdad lanza, en los días siguientes, una campaña en torno a la sexualidad con el lema “Ahora que ya nos veis: hablemos”. Es difícil no pensar, tras una serie de declaraciones y post de la secretaria de Estado de Igualdad, que la campaña no puede ser más autorreferencial y que el sujeto al que se refiere es al propio equipo del ministerio. La táctica ha funcionado y, tras cuatro meses, nunca Irene Montero ha disfrutado de un protagonismo mayor. El precio, eso sí, ha sido poner al Gobierno en su pasaje más complicado en una legislatura que no ha sido precisamente sencilla. Dar a la derecha un comodín de oro que utilizará en sus citas electorales a discreción. Enturbiar de forma casi definitiva las relaciones con el PSOE. Y, de paso, azuzar un odio indisimulado de los simpatizantes de Podemos contra Yolanda Díaz. La maniobra parece la carga de la Brigada Ligera si de lo que se trata es de aspirar a revalidar el Gobierno. La maniobra ha sido de gran pericia si de lo que se trata es de elevar el perfil de Montero entre su electorado.
A partir de aquí comienza un nuevo arco narrativo donde Podemos jugará la táctica del frontismo. El último episodio es el descarrilamiento de la reforma de la ley mordaza donde, sin coordinarse con el equipo de UP que lleva tres años trabajando en eliminar los aspectos más lesivos de la norma del PP, Iglesias y Echenique se han alineado con las tesis de Bildu y ERC. Enrique Santiago, el secretario general del PCE, que ha trabajado activamente en la comisión encargada de desmontar la ley mordaza, ha tenido que corregir públicamente al líder mediático de Podemos. Las razones, como que los independentistas han votado negativamente con la cabeza puesta en sus citas autonómicas, carecen de importancia. El espíritu de “sólo queda Podemos” es el que permea en las redes, donde el partido cuenta con una vitalidad no vista desde hace años. Twitter no es España, pero eso importa poco a la hora de crear un efecto de cámara de eco entre sus seguidores.
La encrucijada no es pequeña. Podemos actúa, cuando le conviene, al margen de la actividad consensuada de Unidas Podemos en el Congreso, dejando al resto de organizaciones que la conforman en una difícil posición donde o aceptan sus salidas de tono o entran en una confrontación que sólo beneficia a los que se mueven bien en la agitación. Yolanda Díaz presenta definitivamente su proyecto Sumar a final de mes. La pregunta no es si Podemos querrá integrarse o presentarse por separado a las generales. La pregunta es si Podemos, de acudir coaligados, tiene alguna aspiración de reeditar un Gobierno frente al que parece en estos momentos más oposición que parte integrante. Suena absurdo competir para perder. Suena menos absurdo si quien recibe el mayor golpe es quien encabeza la candidatura, la que has transformado en estos meses en tu adversaria. La postura no carece de lógica si a lo que aspiras no es a formar parte de un consejo de ministros, sino a ser el rey de la trinchera contra el Gobierno de las derechas.
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