Las cosas no son exactamente como nos parecen. Tanto la costumbre de mirar más de cerca, de ocuparnos sobre todo del árbol que nos esconde el bosque, de conformarnos con la relativa comodidad de nuestras vidas, como el sentimiento de haber a menudo, aportado nuestra astillita (véase El maquinista de la General, de Buster Keaton) para llevar a cabo un daño serio a lo que fue y sigue siendo la desigualdad entre los dos sexos, nos impide ver una realidad global a años luz de lo que a nosotras, mujeres occidentales o “del primer mundo”, nos parece la situación de la mujer del siglo XXI.
Vientres de alquiler, mujeres esterilizadas, tráfico internacional de prostitutas, esclavas sexuales, jóvenes de 9 a 12 años forzadas a casarse, chiquitas desnaturalizadas transformadas en chiquitos para sobrevivir –como en Afganistán–, la mujer es una mercancía como cualquier otra, objeto de un comercio mundializado bastante más lucrativo que otros –por ejemplo el de la droga o de las armas–. Todos los derechos fundamentales del ser humano son escarnecidos: libre disposición del propio cuerpo, derecho a la integridad física y psíquica, al libre desarrollo de la propia personalidad o, simplemente, a la salud y la vida.
Tomemos el caso de los vientres de alquiler. “Los vientres alquilados no son sólo un regalo para otros sino también un regalo para ti”, según reza un anuncio publicitario estadounidense. “Las madres portadoras de nuestro programa han utilizado la suma ofrecida – hasta $ 27.000 – como señal para comprarse una casa o tomarse vacaciones”. De paso, agencias, médicos y abogados cobran lo suyo del negocio. De por sí ya considerable, el mercado (estimado en varios miles de millones de dólares anuales) crece permanentemente. Se piense lo que se piense sobre el sufrimiento de una mujer estéril, de todos modos en la transacción hay de un lado una mujer que paga y, del otro, una mujer mercancía, “cosificada”. Las mujeres pobres son instrumentalizadas en beneficio de parejas ricas y se las incita a que vendan sus ovocitos a clínicas en plena expansión, después de una hiperestimulación ovárica peligrosa. El cuerpo se vende, al igual que su producto –el niño–. Tanto nos inquietamos de la liberalización del aborto, que resulta chocante constatar que tan pocos sean los estudios de las consecuencias psíquicas y los afectos del niño abandonado al cabo de nueve meses de vida uterina por una madre real cuya voz y cuyo olor reconoce claramente.
En octubre de 2013, y a raíz de un bautismo sospechoso, salió a la luz el tráfico de niños de pecho nacidos en las “fábricas de bebés” en Nigeria. Niños destinados a trabajos domésticos, a la prostitución y hasta sacrificios rituales. Ese mismo año, cientos de niñas halladas apiladas unas sobre otras, privadas de toda ayuda y libradas a un semental, fueron “liberadas” en el sur de Nigeria. La prensa africana no está ausente de estos temas inflamados: Jeune Afrique et l'Evénement de Niamey denuncian crímenes difícil de concebir.
En India, en cambio, lo que “se lleva” es la esterilización de las mujeres. Este método contraceptivo produce muertos con regularidad. Para frenar un crecimiento demográfico galopante, el gobierno no duda en empujar a las mujeres sin medios a someterse a una intervención quirúrgica mediante una retribución financiera. Según especifica el New York Times, “la India carga con aproximadamente un 37 % de todas las esterilizaciones del mundo, según un informe de la Naciones Unidas de 2011. El correspondiente porcentaje en China es del 28 %”.
Pero el negocio realmente digno de consideración es el de la prostitución. Podría pensarse que la relativa liberación de las mujeres en lo que toca a la imposición religiosa de sexo-procreación, agregado a la verdadera bendición de la píldora anticonceptiva del doctor Pinkus habrían podido reducir la necesidad típicamente masculina de comprar el cuerpo de la mujer para sus necesidades sexuales. Nada de eso, en ninguna parte del mundo. “Aunque la 'esclavitud del siglo XXI' puede alcanzar a cualquier ser humano, con fines diversos: explotación sexual, laboral, tráfico de órganos, venta de bebés o robo forzado, etc., lo cierto es que el 80% toca a las mujeres y su finalidad es la explotación sexual”, escribe Ana Valero en un blog sobre Derechos Humanos… “Este mercadeo de seres humanos representa la tercera fuente de ingresos para las organizaciones criminales detrás del tráfico de estupefacientes y el tráfico de armas”.
Varios estudios evalúan a las niñas y mujeres compradas y vendidas en el mundo cada año en unos cuatro millones, con fines de prostitución o matrimonio forzados. Europa está muy bien situada en la lista, con 69 % de prostitutas que van de país en país provenientes de Bulgaria, Rumanía, Bélgica, Alemania y… ¡España! El resto son extracomunitarios provenientes de Nigeria, Turquía, Albania, Brasil y Marruecos. Todas las directivas europeas, leyes orgánicas, Ley integral contra la Trata y muchas más, no tienen efecto, o muy escaso. Pero ¿quién cree hoy poder tener la razón contra la globalización imperialista del mercado? Nada suscita el optimismo. Tal vez fuera más fácil estudiar el problema desde el punto de vista ético.
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Nicole Muchnik es periodista, escritora y pintora. Desde que comenzó a publicar en 1968 en 'Le Nouvel Observateur' ha colaborado con numerosos medios internacionales, entre ellos 'Letras Libres' y 'El País'. Feminista, fue, junto con Simone de Simone de Beauvoir y Jeanne Moreau, una de las firmantes del llamado Manifeste des 343, en el que otras tantas mujeres francesas declaraban haber abortado para pedir la legalización del derecho de la mujer a decidir.
Nicole Muchnik
Las cosas no son exactamente como nos parecen. Tanto la costumbre de mirar más de cerca, de ocuparnos sobre todo del árbol que nos esconde el bosque, de conformarnos con la relativa comodidad de nuestras vidas, como el sentimiento de haber a menudo, aportado nuestra astillita (véase El maquinista de la General, de Buster Keaton) para llevar a cabo un daño serio a lo que fue y sigue siendo la desigualdad entre los dos sexos, nos impide ver una realidad global a años luz de lo que a nosotras, mujeres occidentales o “del primer mundo”, nos parece la situación de la mujer del siglo XXI.