Muros sin Fronteras
Corrupción y pobreza en el país de Boko Haram
Cuando hablamos y escribimos sobre Boko Haram, el grupo que ha secuestrado a 200 niñas, se nos olvida hablar y escribir sobre el contexto, es decir, sobre Nigeria, el país en el que surgen. No es algo que se pueda separar. Existe una causa-efecto. Nigeria es el Estado más poblado de África, la economía más potente y el más rico según las estadísticas; ya saben, esa disciplina que entiende de números, nunca de personas.
Es el más rico porque tiene petróleo a espuertas. La riqueza, que incluye gas natural y minerales estratégicos, no sirve para transformar el país en un lugar habitable y seguro para su población. Nigeria carece de infraestructuras y de un tejido social y económico capaz de generar trabajo para la mayoría de su población. El petróleo fluye en el delta del Níger, donde la contaminación medioambiental ha arruinado la vida de millones de personas . El petróleo es un maná para las petroleras extranjeras y para los dirigentes nacionales corruptos. Hay grupos armados en ese delta que acosan a las petroleras, exigen rescates e inversiones en sus aldeas. Nigeria no es un país fácil, en él late un alma violenta.
Si la economía no funciona, la injusticia es rampante y escasea la educación, es fácil que surja el fanatismo. También, la delincuencia. Laos, la capital económica, es un lugar inseguro. Es un círculo vicioso: sin seguridad, no hay inversiones; sin inversiones, no funciona nada. El Gobierno del presidente Goodluck Jonathan no parece capaz de garantizar esa seguridad, tampoco de acabar con Boko Haram.
Nigeria está dividida entre un norte de mayoría musulmana y hausa y un sur más cristiano y yoruba en el suroeste, e igbo en el sureste. Si no fuera por el petróleo, el norte se habría desprendido del sur sin problemas. En los años 60, los igbos quisieron ser independientes y llamarse Biafra. Fue la primera guerra con hambrunas retransmitida por los medios de comunicación. De aquella tragedia en la que murieron más de un millón de personas surgió Médicos Sin Fronteras y la idea del intervencionismo humanitario que tan mal se ha resuelto en las crisis posteriores.
El norte musulmán ha impuesto la Sharia, la ley islámica, alejándose de la visión menos rigorista de la religión, más sincretista y relacionada con las religiones locales, que es la que primaba en esta zona de África, antes de que Arabia Saudí se dedicara a introducir el wahabismo, una versión dura del islam que reduce a la mujer a un decorado, como sucede en Afganistán con los talibanes. En Afganistán nos resulta intolerable; en Arabia Saudí, casi un asunto interno. El petróleo saudí hace milagros.
Boko Haram es solo una versión torcida de una visión fanática de la religión. Tiene cierto predicamento en el Estado de Boro, donde nace y tiene sus bases, debido a la pobreza y corrupción reinantes. Cuando nada funciona, cuando el Estado es el primer problema, es fácil dejarse engatusar por soluciones mágicas. La represión del Ejercito ha sido indiscriminada, con matanzas, fosas comunes y crímenes sin investigar. Los militares han utilizado el secuestro de esposas de militantes de Boko Haram como arma de guerra. El secuestro de las 200 niñas es una escalada más en una espiral de locura y sangre. Nigeria no es un país ejemplar en la defensa de los derechos humanos.
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El líder del grupo, Abubakar Shekau, se parece a Joseph Kony, el sanguinario guerrillero ugandés que campa a sus anchas por Sudán, Congo y República Centroafricana. Como él, parece un iluminado, un loco armado. Kony tiene un ejército compuesto por niños robados (más 50.000 en 20 años, según Unicef), cree en los espíritus y dice ser su interlocutor. Su poder es la locura, la arbitrariedad. Antes de que Abubakar Shekau liderara Boko Haram, el grupo tenía como jefe a su fundador, Mohamed Yusuf, muerto en una comisaría después de haber sido expuesto a los medios en aparente perfecto estado de salud.
Contra Shekau y Kony se ha empleado Internet y las redes sociales. Al ugandés le dedicaron un vídeo; al nigeriano, una campaña masiva bajo el hashtag #BringBackOurGirls en la que ha participado hasta Michelle Obama.
Matar a un líder enloquecido no garantiza nada. Para combatir el fanatismo y el terrorismo es necesario acabar con sus bases ideológicas, construir un país que funcione, que invierta y eduque. La obsesión de los extremistas contra la educación, sobre todo en el caso de la mujer, demuestra que ese es el camino. La educación, como la ciencia, deja sin espacio vital al fanatismo y a la manipulación.