Muros sin Fronteras
¡Dos escobillas, por favor!
El sentido del humor es la única defensa eficaz, y más si vamos a escribir sobre el Reino Unido y su nuevo primer ministro, Boris Johnson . Amazon vende desde hace un tiempo unas escobillas de retrete con el rostro de Trump. El pelo naranja hace el trabajo sucio. Necesitamos otro del británico.
The Economist, la gran revista liberal británica por excelencia, le recibió con dureza: “Está incapacitado para que se le compare con su héroe, Winston Churchill, en todo caso podría imitarle”. No tardó mucho en felicitarle en un tuit el que va a ser su amigo y jefe, Donald Trump. Si tienen paciencia, les recomiendo la lectura de alguno de los comentarios. No todos, que ya superan los 9,5 millones, y subiendo.
Tampoco se demoró demasiado Nigel Farage en recordarle su misión: salir de la UE el 31 de octubre, con o sin acuerdo, y se preguntó si tendrá el coraje de cumplir su promesa. No lo va a tener fácil porque una cosa es el verbo encendido, el actor con la melena rubia al viento repartiendo frases patrióticas, y otra la realidad con sus consecuencias concretas. Un no acuerdo sería catastrófico para todos, pero más para los británicos. No está el ambiente para aventuras en solitario.
Por situarnos: Farage es un demagogo xenófobo que mintió en la campaña del referéndum de junio de 2016. Fue uno de los principales impulsores del BrexitBrexit desde su Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP). El nombre ya lo dice todo. ¿Independencia de qué? Es peligroso porque no es tonto y sabe leer la realidad de su país, algo que no se puede decir de David Cameron. Sabe tocar la tecla exacta. Se le sumaron a aquella campaña los conservadores más eurófobos encabezados por Jacob Rees Mogg, un pijo de toda la vida, un tradicionalista de clase alta que se cree que la Royal Navy aún domina los mares y que en el palacio de Buckingham pernocta la reina Victoria, símbolo del imperio en el siglo XIX.
No es la primera vez que empleo esta exageración para describir el momento, pero ayuda a entender lo que bulle debajo del Brexit: un miedo al cambio, la sensación de que esta vez los telares de Manchester no marcan el paso de la nueva revolución (pos)industrial, que todo se juega en Silicon Valley. Estamos a las puertas de la irrupción de la robótica sin haber salido del todo de las consecuencias de la crisis de 2008, que ha agrandado la brecha entre ricos y pobres y empobrecido a las clases medias.
Los robots provocarán el despido de millones de personas en todo el mundo. Las empresas beneficiarias no quieren oír hablar de controles públicos sobre su actividad privada ni pagar impuestos por robots. Es lo lógico, ya evaden gran cantidad de lo que deberían pagar por los beneficios actuales. No hay debate filosófico sobre el tipo de sociedad en la que queremos vivir, si repartiremos el ocio, si habrá una renta básica. Lo que se impone, de momento, es el mercado, los especuladores: beneficios privados y en caso de pérdidas catastróficas por excesos en la barra libre, ya está el Estado para proceder al rescate.
En medio de tanta inseguridad es fácil que los políticos oportunistas coloquen mensajes de odio y miedo. Donald Trump, un modelo para Johnson y Farage, ha decidido dar una vuelta de tuerca a su campaña constante contra la migración latina, para convertir el otro en objeto de odio al grito de que regresen a sus países. El disparate es tal que se lo lanza a tres congresistas nacidas en EEUU. Ya ni el diablo está en los detalles. Da igual que sea verdad o mentira. La masa idiotizada repite: que vuelvan a su país.
En Italia, Matteo Salvini concentra gran parte de su discurso racista en los migrantes que se juegan la vida en el Mediterráneo. Su odio gravita por encima de la realidad, incluso de la que le afecta: las revelaciones periodísticas de que su partido recibió financiación ilegal del Kremlin. En el Reino Unido, el enemigo es Europa, que se presenta como invasor y amenaza. Funciona desde los romanos.
Un sector radicalizado del independentismo catalán bulle la misma xenofobia, la presentación del otro, en este caso de los españoles, como el enemigo. Estuvo bien Gabriel Rufián en el debate de investidura al decir de que a él no le roba España, sino Rodrigo Rato, Millet, Jordi Pujol. Los delitos los cometen las personas, no las razas, las religiones, los países.
Esos mensajes son los que se necesitan para construir puentes y solucionar problemas. El 'España nos roba' es un fake news, una realidad alternativa. Nos centramos mucho en la posverdad cuando el gran peligro es entrar en la posdemocracia.
Del mismo modo que Farage califica a la nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, como una federalista fanática, Albert Rivera considera “una banda” a los aliados de Pedro Sánchez. El partido que llegó para modernizar a la derecha española ha terminado hablando como Farage. Solo le falta un paso para ser Salvini. La sociedad está indefensa ante este tipo de mentirosos porque ha dejado de considerar la verdad como el centro de su vida.
Ya tenemos a Boris Johnson en Downing Street. Le espera la crisis de los petroleros y una Casa Blanca en la que trabaja un partido que busca la guerra, el de John Bolton y sus amigos, mentirosos compulsivos en la guerra de Irak en 2003 a los que se les ha concedido la oportunidad de volver a mentir. La prensa de calidad de EEUU parece no haber aprendido nada de los errores de 2003. Se cree al Gobierno desde un mal entendido patriotismo. Lo patriótico es desenmascarar a los estafadores.
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La segunda crisis será la del Brexit . Bruselas ya le ha advertido que no habrá más concesiones. Encima de la mesa está el plan pactado con Theresa May, rechazado por el Parlamento británico. La alternativa es el Brexit sin acuerdo. Entre las dos opciones estaría la convocatoria de un segundo referéndum, que apoyan los liberal-demócratas que estrenan liderazgo femenino en Jo Swinson, y los laboristas de Jeremy Corbyn, que tras muchas vueltas hacia ningún sitio se ha plegado a la exigencia mayoritaria de su partido: nuevo referéndum y campaña para quedarse en la UE. Aún está muy verde.
Tiene que llegar el 31 de octubre y que Johnson trate de suspender su propio Parlamento, para que no le prohíba una salida sin acuerdo, y el asunto acabe en los tribunales, una extensión de la prórroga y elecciones anticipadas. Los tories están rotos en varias facciones: los eurófobos de Rees Mogg cuentan con una cincuentena de diputados de los 311 conservadores. La mayoría apoya el Brexit con acuerdo y si fuera necesario, un nuevo aplazamiento. Enfrente están los 247 laboristas, que tampoco son un bloque unido, los hay pro Brexit. A ellos se suman 12 liberal demócratas y 36 nacionalistas escoceses.
Para cambiar el rumbo se necesitaría una rebelión entre los conservadores. No descarten unas elecciones anticipadas, como pidió el miércoles parte de la prensa británica, en un intento por ampliar su mayoría (dos diputados). Octubre está cerca y la posible reelección de Trump, a menos de 16 meses. Apunten la fecha: 3 de noviembre de 2020. Siempre nos quedarán las escobillas.