Muros sin Fronteras
Esto no es Bagdad, es Baton Rouge
La imagen de Leisha Evans es icónica: resistirá el paso del tiempo como ha resistido la de Rosa Parks sentada en un autobús en Montgomery, Alabama, tras negarse a abandonar un asiento "reservado para blancos". Sucedió el 1 de diciembre de 1955. No hace tanto tiempo: solo 61 años. Entonces, la población negra apenas tenía derechos; en algunos Estados del sur vivía sometida a un apartheid vitalicio.
También recuerda a la de Marc Ribaud tomada el 21 de octubre de 1967; en ella, la activista Jan Rose Kasmir ofrece una flor a una barrera de bayonetas. Hay imágenes que se nos duplican en el cerebro sin darnos cuenta y se transmiten de generación en generación.
Laisha Evans viste un vestido largo que en sus aberturas laterales permite ver ligeramente sus piernas: dos columnas de dignidad aferradas al asfalto de Baton Rouge (Luisiana), símbolo a su vez de la violencia policial extrema contra los negros en EEUU. En Baton Rouge murió Alton Sterling a manos de dos policías blancos.
La foto de Leisha Evans es de Konathan Bachman, de la agencia Reuters. La fuerza de la imagen está en el contraste: una manifestante negra, y por lo tanto peligrosa para la cultura policial dominante en EEUU, y la de una fuerza policial pagada por todos los ciudadanos sin importar su color disfrazada para la guerra. Después de ver la foto, que recoge el instante previo a la detención de Laisha Evans, no hace falta escribir una sola línea sobre el problema racial en EEUU.
Han pasado 61 años desde el desafío pacífico de Rosa Parks, se han aprobado leyes y derogado otras, pero el runrún racista subyace en el discurso dominante. Es ese tufo racista el que impulsa el odio de la extrema derecha a Barack Obama.
EEUU tiene un problema racial y otro de armas de fuego, que unidos resultan una combinación peligrosa. EEUU es un país que acepta que el negocio privado de unos pocos esté por encima de la vida de muchos, incluidos policías, como demuestra la tragedia de Dallas.
Las cifras son claras: número de personas muertas por la policía en EEUU: 428; en Francia, cinco; en Alemania, dos. Número de policías muertos cada año: 50 en EEUU; ocho en Francia; seis en Alemania: cuatro en el Reino Unido. Algo falla desde hace mucho tiempo, pero el negocio prima sobre los derechos de los ciudadanos.
El 4 de diciembre de 2014 publiqué en este espacio un texto titulado Fuerzas del desorden y brutalidad policial. Un año y medio después nada se ha movido. La policía estadounidense sigue aplicando una violencia desmedida para resolver asuntos en los que solo es necesario tener algo de cabeza.
The New York Times publicó esta semana esta información sobre otro problema: la impunidad. Manzanas podridas existen en todas las profesiones, incluidos los periodistas. Suelen ser las excepciones pese al ruido que conllevan. Cuando el grupo hace causa común en la defensa del delincuente, del abusador de la fuerza, con todos los presuntos que quieran, el grupo se transforma en culpable por contagio.
En España es muy visible en los casos de corrupción, o la campaña del FC Barcelona para defender a Messi, condenado por fraude fiscal. Nuestro clima ético está tan deteriorado que el cumplimiento de la ley nos parece un desafío intolerable.
Un día después de la muerte de Alton Sterling, hubo otra no menos absurda en Minnesota, la de Philando Castile. Su ¿asesinato? fue recogido por su novia, Diamond Reynolds, que tuvo el coraje de grabar y grabar mientras explicaba al agente que acababa de disparar sobre su novio, que lo único que intentaba hacer era mostrar su documento de identidad, movimiento del que advirtió al policía. El gatillo fácil debería campar en exclusiva por las películas del Oeste y no en amplias zonas de EEUU en las que la población negra es mayoritaria.
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No solo es el gatillo fácil, es la cultura que se esconde detrás, una cultura de abuso sistemático de poder. Como se vio hace un año y medio en Ferguson, la policía antidisturbios se viste y arma como si fueran marines a punto de asaltar Faluya, ciudad iraquí próxima a Bagdad, varias veces cuna de la insurgencia islamista.
¿Es necesario portar fusiles de asalto? ¿Apuntar a los manifestantes como demuestran estas fotos del HuffPost tuiteadas por @Delo_Taylor el 9 de julio?
Cuando se pierden los principios en Irak, como ha demostrado el informe Chilcot en el Reino Unido, se pierden en todo el mundo, también en casa. No hay santuarios para la excepción, que siempre termina por ser la regla. Sin principios no hay libertad ni democracia ni esperanza, solo abuso e impunidad. Si esto es así, ¿en qué nos diferenciamos de los malos?