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Muros sin Fronteras

Objetivo: apoyar al Irán moderado

Objetivo: apoyar al Irán moderado

El acuerdo nuclear con Irán tiene un objetivo estratégico no escrito en el pacto, no declarado en las ruedas de prensa ni en las comparecencias de los líderes firmantes: entregar una baza ganadora al sector moderado del régimen de los ayatolás, facilitar su asentamiento en el poder y el desalojo del sector más radical.

Más allá de la propaganda y los estereotipos, que tan bien encarna el expresidente Mahmud Ahmadineyad, existe una sociedad iraní urbana predominantemente joven y prooccidental que se siente asfixiada por un gobierno religioso, corrupto e incapaz.

La marea verde de hace cuatro años, en la que murió la joven Neda cuya memoria encabeza este texto, fue la muestra de que existe ese magma social que anhela el cambio, una juventud que exige cambios en un mundo cerrado y fariseo que ha hecho de la apariencia y la mentira su modo de supervivencia. Hay dos Irán, el que se ve y el subterráneo.

Esa sociedad está silenciada, aplastada, con sus líderes encarcelados o en arresto domiciliario. Los dos Irán están definidos: el de la marea verde y el los basiyis, la brutal fuerza de choque del régimen. Corremos el peligro, como nos ha sucedido en las primaveras árabes, de enamorarnos del sector de la sociedad que nos parece afín, olvidando que ese sector amable es el reflejo del mundo urbano, no del rural, que es el mayoritario. Es en ese mundo rural donde está la verdadera batalla.

Las sanciones (y la crisis internacional) han funcionado. Han dejado al desnudo las carencias de una revolución que, si fue pura en los días de la caída del Sha, no tardó en estropearse con la llegada de Jomeini y la línea dura. Perdieron los laicos, como han perdido en las primaveras de Egipto, Túnez, Libia y Siria. Irán, un país que se siente heredero del imperio persa, está orgulloso de su historia, no es como Irak o Jordania, países inventados por las potencias coloniales tras el hundimiento del imperio otomano.

Durante el mandato del moderado Mohamed Jatami, EE.UU. –Occidente en general– no supo aprovechar la baza, dejó que los reformistas fracasaran en sus reformas dando fuerza a los más duros. Hasan Rohaní es una segunda oportunidad que no se puede desperdiciar.

Pese a este éxito negociador en Ginebra, queda mucho camino que recorrer. No hay nada ganado. Las voces que proclaman un nuevo orden en Oriente Próximo son las mismas que dijeron que la cumbre de Annapolis de 2007 fue el mayor avance de la historia en las relaciones entre palestinos e israelíes. En ella se acordó un Estado palestino en 2008. Los resultados de aquel optimismo están a la vista. Hay voces que se equivocan siempre, por eso son útiles: marcan el camino que no se va a recorrer.

Aún es pronto para casi todo. El acuerdo aún puede descarrilar. Se ha dado un paso de gigante en una crisis en la que serán necesarios otros tres. Se trata de un acuerdo inicial que en los próximos seis meses, con más negociaciones y hechos por parte de Teherán, se podría convertir en un acuerdo final. Es lo que espera el expresidente iraní Rafsanyani, uno de los que juega en el campo moderado.

Barack Obama se enfrenta a una fuerte oposición en el Congreso de EEUU. A los congresistas republicanos ultraconservadores, que se opondrán a cualquier iniciativa que surja de este presidente, sea para la creación de un seguro médico universal o de política exterior, se unen los congresistas sensibles al lobby judío, y entre ellos hay numerosos demócratas. Israel ya ha declarado su oposición total a un acuerdo que considera un error histórico y tiene la posibilidad de influir en el Congreso.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, exige la clausura total del programa nuclear iraní sea para fines civiles como militares. Netanyahu, que no se fía de Teherán, prefiere la destrucción militar de las instalaciones. Su problema es que no puede bombardear solo. En teoría. Israel tiene unas 400 bombas nucleares. Su programa atómico es secreto, no admite inspecciones internacionales.

También está el escollo de Arabia Saudí, gran productor de petróleo, principal amigo de EEUU en la zona. Riad rechaza el acuerdo. No son solo las razones económicas, pues las sanciones a Irán les permiten exportar más petróleo, son religiosas. Arabia Saudí es el custodio de los santos lugares del Islam y de la corriente mayoritaria, el sunismo. Los chiíes son enemigos históricos. A Arabia Saudí le da pánico un Irán nuclear, casi más que a Israel.

Pero este amigo americano tiene su propia agenda en otros asuntos. Es el principal exportador del wahabismo, su versión rigorista del Islam suní, del que han nacido muchos de los grupos islámicos que practican terrorismo. Osama bin Laden era saudí, como la casi totalidad de los pilotos suicidas del 11-S.

Este acuerdo nuclear iraní, y las batallas políticas que se abren ahora en Washington, Tel Aviv y Riad, puede afectar a Siria, donde casi todos los sectores están implicados en una guerra civil en la que hay tres bandos definidos: el régimen de Asad, una oposición armada que acaba de unirse en un frente islámico con el fin de crear un emirato y Al Qaeda. Irán, Europa y EEUU se han encontrado, sin buscarlo, en el mismo bando de Asad, que es quien mejor representa, en este momento, sus intereses.

Oriente Próximo es un agujero negro. Todo es posible e imposible a la vez. Conviene ser cautos, esperar y guardar los titulares épicos para otras fanfarrias más seguras, como los posibles éxitos de La Roja en la Copa del Mundo de Brasil.

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