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El número de Motos y Broncano

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Desayunar con el número de audiencia es el pan nuestro de cada día para quienes nos dedicamos a la televisión. Lo del pan no es una frase hecha, en este caso es literal. Un mal número que se repite supone la visita del más temido payaso de la televisión junto a Gabi, Fofo y Miliki: Finiquito. Lo saben bien en el equipo de Carlos Latre, que menos de 3 semanas después de su estreno han pasado de tener una cita con los espectadores cada noche a pedir cita previa en el SEPE.

Parece que ese desayuno con porra sobre quién tendrá más audiencia se está convirtiendo en una nueva moda para quienes están viviendo la rivalidad Motos-Broncano como el nuevo Messi/Cristiano o Ayuso/Pedro Sánchez. “El duelo a garrotazos" de Goya, tan español, se está adaptando al siglo XXI y ahora es un “Duelo a datazos” entre los partidarios y los detractores de Motos y de Broncano. A partir de ahora la unidad de medida del éxito ha pasado a medirse en Broncanos en la televisión española.

Hoy mismo, en cualquier despacho de televisión, los mismos directivos que te decían que La Revuelta era un formato que no iba a funcionar y un fracaso seguro pasarán a pedirte que hagas un programa como el de Broncano, como antes te pedían uno al estilo de El Hormiguero, de Sé lo que hicisteis o de Buenafuente

Esos mismos directivos que si funciona su apuesta por un programa se autocuelgan más medallas que un general norcoreano son los mismos que si es un desastre y supone pérdidas millonarias para su empresa siguen en su puesto y se convierten en el meme de la niña que sonríe mientras de fondo se está quemando su casa. Unos cuantos audímetros pueden arruinar una carrera televisiva. Por cierto, a ver cuándo abrimos ese melón de la medición de audiencias a la manera del siglo pasado y comprobamos que no es tan dulce como parecía.

En la televisión hemos tenido estupendos programas que nunca han tenido grandes audiencias y auténticas mierdas que, como en el dicho, atraen a millones de moscas. Hemos convertido los números, dentro y fuera de la televisión, en un arma arrojadiza, en un arma de destrucción masiva.

Dicen que el dato mata al relato, pero en estos tiempos eso ya no es cierto. Ahora el relato pasa del dato. Mi animal mitológico favorito es quien reconoce haber perdido unas elecciones o un EGM. Por ejemplo, a los patriotas de pulserita, por lo que sea, los buenos números de la economía se les atragantan.

Las preguntas parlamentarias al ministro de Economía por parte de la oposición durante esta legislatura tienen un número muy significativo: cero. Las cifras de delincuencia, inseguridad, de inmigración o de ocupación viviendas son muchísimo más bajas en la realidad que en la percepción de la gente. Es el “efecto Alarmismo”, más conocido por sus siglas AR. La realidad ya no supera a la ficción, se ha convertido directamente en ficción. La realidad es emocional, es una percepción. Como dirían los horteras, la realidad es un sentimiento; ya no está basada en hechos reales.

Hemos convertido los números, dentro y fuera de la televisión, en un arma arrojadiza, en un arma de destrucción masiva

Una inflación en Argentina del 236 % en agosto puede convertirse en un dato positivo a la velocidad del rayo. Algunos economistas no cejan en su empeño de retorcer y torturar los números para que digan lo que ellos quieren que digan. Los economistas, como dijo Lawrence J. Peter, son expertos que mañana sabrán explicar por qué las cosas que predijeron ayer no han sucedido hoy. Aunque un número nos puede cambiar la vida, eso es así. Por ejemplo, tener un número romano detrás de tu nombre te asegura una vida de privilegios y de impunidad.

Las monarquías son como Marvel, viven de secuelas. Dentro de poco empezarán las colas en Doña Manolita buscando que un número premiado de la Lotería cambie su futuro, que les permita soñar con una vida regalada sin tener que nacer en una familia con apellidos compuestos.

Los números tienen también una cualidad cruel, se vuelven relativos con la distancia: 41.118 asesinados en cualquier país serían unas cifras terribles, insoportables pero, curiosamente, ese mismo número de exterminados hasta ahora en el genocidio de Gaza es un número que ya ni nos altera. 7.115 es el número de personas desaparecidas intentando cruzar el Mediterráneo para, cruel ironía, intentar ganarse la vida, entre 2020 y 2024. No sabemos nada de ellos, ni sus nombres, han pasado a convertirse en simples números.

Hay números naturales, primos, compuestos, enteros, racionales, fraccionarios, negativos, complejos, hiperreales, hipercomplejos, surreales, transinfinitos, transcendentes y hasta perfectos. Los números tienen más cualidades que nosotros. Pero también hay números que nos definen, nos marcan e incluso nos persiguen: El número de la Bestia, 666, o el número de Ayuso, el 7.291.

Nos estamos convirtiendo como sociedad en el conde Draco, el vampiro que no podía parar de contar en “Barrio Sésamo”. Esta manía de contarlo todo es un TOC, Trastorno Obsesivo Compulsivo, llamado aritmomanía, que consiste en sentir la necesidad de contar constantemente o relacionar cualquier cosa con los números: hacer determinadas acciones un número exacto de veces, evitar números concretos, contar objetos o hacer cálculos matemáticos con matrículas de coches, por ejemplo.

Desayunar con el número de audiencia es el pan nuestro de cada día para quienes nos dedicamos a la televisión. Lo del pan no es una frase hecha, en este caso es literal. Un mal número que se repite supone la visita del más temido payaso de la televisión junto a Gabi, Fofo y Miliki: Finiquito. Lo saben bien en el equipo de Carlos Latre, que menos de 3 semanas después de su estreno han pasado de tener una cita con los espectadores cada noche a pedir cita previa en el SEPE.

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