Hay dos tipos de elecciones: de continuidad o de cambio. Ambas pulsiones –mantener o alterar el rumbo– son las más poderosas palancas allá donde hay campañas electorales democráticas. Lo mismo va a suceder en España en 2015, en los cuatro procesos que tenemos por delante.
Por supuesto, en las elecciones autonómicas que Mas acaba de convocar para septiembre, la gran decisión será si debe o no cambiar Cataluña para salirse de España. Pero me interesa ahora particularmente la decisión subyacente en las elecciones locales y autonómicas de mayo y las generales de finales de año.
Lo intuíamos y ahora lo sabemos: para garantizar su continuidad en los gobiernos, el PP apelará a la seguridad (económica y territorial), dándonos a elegir entre ellos o el caos. Desde la izquierda infraestimamos la fuerza de esa narrativa tan poco motivadora, pero tan eficaz, que viene a pedirle a la virgencita que al menos nos quedemos como estamos. Ya sabemos que eso, en el caso de Rajoy y de sus candidatos autonómicos y locales, supone renunciar a casi todo y aguantar que te acusen de inoperante, inane e indolente. Pero, en efecto, el miedo al coco funciona para que el niño se termine la sopa como el miedo al abismo funciona para un electorado tan doliente como el nuestro.
Podemos, por su parte, se ha hecho grande con el relato de cambio más demoledor. No hay que cambiar de partido, sino de “régimen”. “Es necesario un proceso constituyente, un nuevo sistema político. Los que están deben irse todos.” Es una llamada a la batalla, una toma de los palacios habitados por la casta por parte de la gente. Un canto de guerra autorreafirmante: “Sí se puede”.
La alternativa natural y más moderada al relato del PP debe proporcionarla, sin embargo, el PSOE, que ha gobernado España 21 años y, en algún momento, todas y cada una de las comunidades autónomas y buena parte de sus ayuntamientos. Por supuesto, para mucha gente que cree que el problema es sistémico, esa circunstancia es precisamente lo que le invalida. Pero la mayoría de los españoles no está por la refundación de la democracia sino por su reforma. Sánchez y el PSOE llaman a esa propuesta "el cambio con seguridad".
La dificultad de que existan tres fuerzas políticas por sólo dos relatos -continuidad o cambio- es que alguno de los partidos, cualquiera de los tres, tuviera que adoptar un poco rentable papel de árbitro de la situación, como opción que se supone equidistante, pragmática y fría con respecto a las otras dos. Si el hartazgo con respecto a la derecha se mantiene, el PP podría quedar como árbitro entre el Podemos y el PSOE. Si cuaja el cabreo revolucionario de Podemos, el PSOE podría tener la tentación de aparecer como árbitro entre involución y revolución. Y si el PSOE y el PP vuelven a pelear uno a uno como siempre, Podemos podría tener la tentación de moderar y adulterar su discurso de regenaracionismo radical.
Pero como nadie compra camisetas del árbitro, por mucho que se valore su actuación, es muy probable que, sabiendo que no pueden quedar en un tercer y "arbitral" tercer puesto, los tres partidos se afanen en centrarse en un único enemigo principal de entre los otros dos, y que peleen con él en una lucha encarnizada por defender su propio y genuino relato político.
Hay dos tipos de elecciones: de continuidad o de cambio. Ambas pulsiones –mantener o alterar el rumbo– son las más poderosas palancas allá donde hay campañas electorales democráticas. Lo mismo va a suceder en España en 2015, en los cuatro procesos que tenemos por delante.