El vídeo de la semana
¿Negamos la Historia?
La semana empieza con la insólita negativa de Carmena a poner la pancarta de Blanco y acaba con Puigdemont derramando la sangre de los tibios que corre ya por el cauce del procés. Ya quedó escrito aquí hace un par de columnas: el que duda no tiene sitio en el sueño imposible de la República Catalana. El poder presente y presuntamente futuro no admite medias tintas ni prudentes reservas por cuestiones de patrimonio entre sus cuadros dirigentes: esto es un sacerdocio que implica renuncia, sacrificio y si es necesario inmolación.
Como en Podemos, donde el concejal madrileño Zapata ha sido apartado por preferir aportar su dote de sueldo público a Ahora Madrid antes que al partido de Iglesias. Y eso no vale. Sobre todo teniendo en cuenta que a AM le entrega menos de lo que debería pagar a Podemos sobre su sueldo. En Podemos nadie puede quedarse con más de tres veces el salario mínimo interprofesional, el resto se entrega al partido.
Y es en Madrid donde esa semana encontramos la verdadera imagen de la semana, que es una “no imagen”, porque se trata de la “no pancarta” de Miguel Angel Blanco.
No necesitaba Podemos el apoyo indirecto de una sorprendente, inaceptable e insólita manipulación periodística que juntaba malévolamente risas de Iglesias y Montero con el minuto de silencio en el Congreso, para que su grupo haya quedado a la altura del betún con su actitud en el homenaje a Miguel Angel Blanco. Con su negativa a la pancarta. A estas alturas me sigo preguntando cuál ha sido la verdadera razón, porque lo de la supuesta igualdad entre víctimas del terrorismo es un argumento que no sólo es débil y cutre, sino profundamente ofensivo para las víctimas del terrorismo. De no ser una excusa, supongo que el Ayuntamiento que preside Manuela Carmena estará dispuesto a preparar un gran homenaje a todas las víctimas de ETA. Y en particular a los guardias civiles anónimos a los que aludió su portavoz Rita Maestre en una entrevista en la cadena SER para reforzar el argumento de la “igualdad” de doña Manuela. Guardias civiles, conviene recordar, compañeros de esos otros a los que en Alsasua molieron a palos un grupo de presuntos terroristas –es la consideración que les ha otorgado la Justicia– con quienes se solidarizó –los acusados, no los guardias– el grupo político al que pertenecen la señora Maestre y su jefa Carmena.
Por mucho que pretenda Podemos reescribir la Historia, aquí hubo durante medio siglo un grupo terrorista que asesinó a más de 800 personas en casi 2.500 atentados, sembró en la sociedad vasca un miedo y un desasosiego que corrompió las relaciones entre vecinos y hasta familiares y amigos, y que fue alentada y engordada por gente que aún hoy se presenta como pacificadora. Gente a la que los de Iglesias dan bola y afecto y que siguen moviéndose alrededor de una organización, ETA, que aún no se ha disuelto.
Si ETA no mata hoy no es por decisión propia, por una reflexión interna, por un golpe de lucidez histórica, sino porque la Justicia, la Guardia Civil y la Policía hicieron su trabajo, porque en el País Vasco surgió tras el asesinato de Miguel Angel Blanco y la iniciativa de ciudadanos valientes y cansados una marea de indignación que movilizó la calle, un movimiento que empezó a hacer frente a los terroristas y sus corifeos en su propio territorio, en la calle, que perdió el miedo a las amenazas. Aquí no hubo una guerra, no hubo dos bandos, no hubo “toda clase de víctimas” como todavía recordaba hace unos días una portavoz del PNV, tan amigos ahora del PP por interés presupuestario. Otegui no es un pacificador, no es un hombre de equilibrio. La Historia es la que es, no la que quieren olvidar o escribir de nuevo.
El recuerdo a Miguel Angel Blanco no era sólo el homenaje a un joven asesinado con crueldad insoportable después de dos días de secuestro. El recuerdo al concejal del PP –filiación que con toda intención subrayó esta semana Podemos a la menor ocasión– es la reafirmación de una sociedad democrática que hace 20 años empezó a caminar hacia el final de la violencia terrorista. No es una celebración de partido, sino de la paz, de Paz con mayúsculas, y de paso el emocionado aplauso y el reconocimiento a todos los que se quedaron en el camino.
Se lo debemos todos. Absolutamente todos. Incluso los que quieren reescribir la Historia. Incluso los ignorantes y algún que otro miserable.