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Que no son intocables

Ahí están los cuatro, centro de un cuadro costumbrista que jamás pensaron protagonizar.

En esta semana de final europeo y Final europea, la Justicia nos regaló esta imagen de cuatro caballeros trajeados que pueden pasar de tomar decisiones sobre el dinero de los ciudadanos y una agenda repleta de almuerzos y encuentros, a tener su horario, comidas y actividades perfectamente agendadas por la disciplina interna del régimen carcelario y manejar poco más que las cuatro cifras del reloj digital.

El punto de desaliño que muestran ante el juez a pesar del traje y la corbata brinda al observador atento una pista clarísima sobre lo arrugado de su ánimo, lo notable de su desamparo ante esa posibilidad. Si uno se detiene a contemplar su imagen en detalle observa con sorprendente precisión que no les llega la camisa al cuello.

No hace mucho eran personalidades socialmente relevantes cuya influencia y capacidad de relacionarse les mantenía en un universo singular e inaccesible desde el que cabe imaginar que se contempla a los de abajo con la fría distancia de quien se sabe poderoso. Un universo en el que la discreción es cualidad imprescindible y la impunidad ha sido tradicionalmente regla común; un territorio en el que las leyes tienen siempre una interpretación ajustable a los intereses personales de sus ilustres habitantes.

Sólo así puede interpretarse la sorprendente afirmación de uno de ellos acerca de lo discriminatorio sobre los demás trabajadores que hubiera sido renunciar a sus planes de pensiones. Como si su posición en la entidad, su responsabilidad y su nómina fueran igual que el resto del personal. Como si las decisiones de cualquier empleado de una sucursal de Caixa Penedés tuvieran la misma trascendencia para la entidad y para su persona que las adoptadas por cualquiera de esos cuatro caballeros juzgados.

Pretender que son iguales que sus empleados cuando vienen duras es un argumento revelador de las limitaciones morales de esta casta dirigente. Capitanes que se esconden entre sus soldados ante la derrota e intentan escapar con lo poco que quedaba para sobrevivir.

Pero su tribulación es nuestra esperanza. Porque es la constatación de que todavía se puede hacer algo frente a la impunidad de los poderosos, y porque envía señales hacia arriba de que las reglas puede que estén empezando a cambiar.

No soy tan ingenuo como para convertir lo que aún es anécdota puntual en universal categoría, pero sí celebro como ciudadano que pasen por el banquillo quienes delinquen desde los despachos sea cual sea su origen, influencia o posición profesional o institucional. Porque eso es de verdad la justicia igualitaria y universal a la que hay que aspirar. Porque hay que alentarla y defenderla en estos tiempos críticos en que se cambian leyes para satisfacer a poderosos.

Y porque en el caso de estos caballeros permite arrojar un poquito de luz sobre esa misteriosa personalidad de la poderosa casta financiera.

Ahí están los cuatro, centro de un cuadro costumbrista que jamás pensaron protagonizar.

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