Qué ven mis ojos

Albert Rivera, el inventor del triángulo de dos lados

  "  A veces rectificar te convierte en sabio y a veces, sólo en oportunista".

Más claro, agua. Dice Ciudadanos que dos más dos es igual a lo que mejor le venga cada vez que hay que sumar algo. De hecho, suma su partido, el PP y Vox y como al último nos lo quiere esconder, le sale también eso, un triángulo de dos lados. Qué peligro, dado lo mal que al parecer interpreta Albert Rivera las cifras, viendo que ha tenido un mal resultado en las elecciones, no ha conseguido adelantar ni a Pablo Casado, y sin embargo él cree que ha sido fabuloso, puesto que no deja de celebrarlo con un gesto de triunfo, toma ya, gol por la escuadra. El problema es que si con los números no lo ve claro, con las palabras se hace otro lío, todo lo que dice lo vuelve un trabalenguas.

Entre otras cosas, dice Rivera que no negociará gobiernos que incluyan a Vox. Aunque, eso sí, aceptará que Vox les dé uno o varios gobiernos a ellos o, más bien, al PP. O sea, que le parece bien que la ultraderecha le dé a Cs y PP lo mismo que consideraría intolerable que el nacionalismo le dé al PSOE. O Podemos, al que también ha vetado, para demostrar que su canto a la Transición y el espíritu de aquel tiempo, es pura demagogia y que él quería ser Adolfo Suárez, pero si lo hubiera sido no hubiese legalizado al PCE, ni le hubiera dirigido la palabra a sus dirigentes. Igual es que ha puesto tantas líneas rojas, que al final se ha enredado en ellas. Y ya se sabe que no hay peor laberinto que el que uno se construye alrededor.

     

Como está crecido, se ha alejado del suelo, y no puede ver lo fácil que tendría, aparentemente, lograr ni más ni menos que el ayuntamiento de Madrid, a cambio de la Comunidad: uno para Begoña Villacís y la otra para Ángel Gabilondo. Eso sería defender los intereses de su formación, que no parecen ser su prioridad si tiene que elegir entre ella y él, porque dejaría maltrecho al PP, para el que la capital es el madero al que agarrarse tras los dos naufragios que acaba de sufrir; porque asaltaría un núcleo de poder muy importante; porque al conseguir eso, tendría un suelo que pisar, una vez que él e Inés Arrimadas han huido de Cataluña como alma que lleva el diablo; y finalmente, porque se quitaría de encima, al menos en parte y de cara a la galería, el sambenito de socio de los extremistas de caballo y bandera con los que se retrató, en todos los sentidos, en la plaza de Colón. Claro que para que todo eso ocurriera, antes tendría que bajarse del tigre en el que se ha subido para atemorizar a sus rivales, y entonces la fiera lo devoraría a él, como en el cuento de Las mil y una noches. Uno es esclavo de lo que dice, pero nunca es completamente dueño de aquello de lo que se desdice. Y rectificar no te convierte en sabio, a veces sólo te convierte en oportunista.

Somos nosotros y nuestra circunstancia, y muchas más veces de las que creemos, también un síntoma de lo que ocurre, de lo que hay. El mundo de nuestra política es así, el nivel es parecido, y por esa razón los que lo tienen mucho más fácil ahora de lo que se tenía en 1977, lo hacen infinitamente peor, se entienden menos, no escuchan, no tratan de comprender, no encuentran atajos ni puentes para ir hacia los adversarios, no saben pactar, sólo hacer intercambios o trapicheos, ni siquiera son capaces, nueve de cada diez veces, de llegar a acuerdos de mínimos… ¿En qué manos estamos? En unas a las que se les rompe lo que ya estaba hecho y no construyen casi nada. En lugar de dar tantas lecciones, igual debieran intentar aprender algo. Miren atrás, porque ahí está la respuesta. Y no es la única que hasta ahora han encontrado, que es blanquear a la ultraderecha igual que antes blanqueaban el dinero. Una cosa y la otra se parecen en que hay que blanquearlos porque son muy, muy, muy oscuros, en el mal sentido de la palabra. Pero no servirá de nada, porque esto es igual que el agua sucia: cuanto más la mueves, más sucia se pone. Ya lo verán.

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