Qué ven mis ojos
La bandera naranja ondeará en los balcones de la calle Génova
“El orgullo puede ser una medicina; la soberbia es un veneno”.
Pablo Casado ha vencido claramente en las elecciones primarias del PP. Era más que previsible, por dos motivos: es joven en un momento en que el signo de los tiempos es la renovación generacional; y su discurso era, sin duda, el más reaccionario de los dos, algo a tener en cuenta siempre y más que nunca ahora, lo primero porque los conservadores siempre están dispuestos a girar a la derecha, el otro carril sólo lo usan para los adelantamientos, y lo segundo porque hoy tienen el enemigo en casa, en Ciudadanos, con lo que ambos se verán obligados a pelear contra sus propios discursos. El problema de un cuerpo a cuerpo entre Casado y Rivera estará en distinguir quién es quién. Aunque, eso sí, en lo fundamental irán de la mano, mientras con la otra se golpean de cara a la galería.
En el Partido Popular se han sumado a la nueva España de Pedros y Pablos, y el suyo es a todas luces un joven simpático, dueño de una bonita sonrisa a la que se le ven los dientes cuando se pone serio. La gran pregunta es la misma de siempre: qué se puede esperar de él, de alguien que al estar al mando de una formación aún tan poderosa tiene serias opciones de convertirse el día de mañana en presidente.
Casado se muestra orgulloso del pasado que, sin embargo, tiene que cambiar, porque es el de un grupo descrito por los jueces como una organización criminal y que ha sido desalojado del poder a causa de sus delitos y sus tramas corruptas. Lo demás es retórica, un brindis al sol con veneno en la copa. Él estaba allí, muestra respeto por sus antecesores y anuncia una derecha sin complejos. Lo malo es que el último que dijo eso fue Aznar, uno de sus mentores en la sombra, el presidente de las Azores, las mentiras siniestras del 11 M y los Gobiernos que tienen el ochenta por ciento de sus ministros imputados por cometer diversos delitos que se resumen diciendo que se dedicaron a saquear el país y a financiarse de manera ilegal. Si a eso le unimos que sobre el nuevo líder también recaen sospechas de amaño en su currículum, al parecer hinchado con estudios y cursos falsos, asignaturas convalidadas de forma muy poco común y títulos sacados a distancia, no sabemos qué se puede esperar de él con respecto a la lucha contra la corrupción.
El nuevo jefe se define como monárquico a ciegas y leal a la Corona de norte a sur, y desde luego hace falta cerrar los ojos para no ver lo que ha ocurrido en el palacio de La Zarzuela. ¿Qué podemos esperar de él con respecto a los supuestos escándalos del Rey emérito, sus amigas especiales, sus negocios ocultos, sus presuntas cuentas en paraísos fiscales y sus testaferros? ¿Será partidario de investigar esos rumores y noticias o de echar tierra sobre el asunto?
Casado se define como un defensor de la familia y la vida. Pero, ¿de la vida de quién? ¿Qué va a hacer en ese territorio, volver a desenterrar el hacha de guerra de la interrupción del embarazo? ¿Volver a hacer ministro de Justicia a Ruiz Gallardón, si le votan? ¿Volver a meternos a los obispos en la cama?
El abuelo de Casado, católico, republicano y de la UGT, fue un médico detenido por los golpistas en 1936, condenado a treinta años por sus ideas, sin que pesara sobre él ninguna otra acusación, y que en la cárcel operaba a otros presos usando las tapas de las latas de sardinas como bisturíes. Tras recuperar la libertad y ser inhabilitado, cada vez que el funeralísimo salía por la televisión o aparecía una foto suya en el periódico, apagaba el receptor o arrancaba la página del diario. Su nieto dice hoy que él “no gastaría un euro” en sacar al dictador del ignominioso Valle de los Caídos. ¿Qué podemos esperar que haga en el terreno de la memoria histórica?
¿Y de su política económica? ¿Qué podemos esperar de eso? ¿Más neoliberalismo? ¿Más destrucción del Estado del bienestar? ¿Más sueldos infrahumanos para los trabajadores y desmesurados para los que llevan las riendas? ¿Más impuestos para los humildes e ingeniería fiscal para los ricos? ¿Más apuesta por la desigualdad en la nación de Europa donde más creció mientras controlaban las instituciones esos predecesores suyos de los que se siente tan orgulloso?
No se trata de no tener complejos, sino de tener conciencia. Pronto veremos si la tiene o no y si sus inclinaciones ante los ultras eran una simple estrategia. Es joven, los históricos del PP ya son historia y, en general, se han quedado sin palos que meterle en la rueda, así que tiene todas las posibilidades a su alcance y una derecha democrática en la que basar su carrera hacia los bancos azules de las Cortes. Él elige. Si no acierta, la bandera naranja ondeará en los balcones de la calle Génova.