Qué ven mis ojos

Hay dos clases de personas: las partidarias de los puentes y las de los abismos

                                                                                                                                                                                                                                                                          "Las encuestas también pueden servir para hacernos cambiar de opinión, cuando nos miramos en ellas y no nos gusta lo que vemos                                                                                                                                                                                                                                                                          ".

Personas ilegales, tolerancia cero con la inmigración, devoluciones en caliente, fronteras cerradas, endurecimiento de las políticas de acogida, expulsión de los indocumentados, vallas, concertinas… Son términos espantosos, de uno en uno, y todos juntos son el síntoma de un fracaso, el de unas sociedades evolucionadas que, sin embargo, han renunciado a sus ideales de justicia y solidaridad, para echarse en brazos del neoliberalismo, esa dictadura de guante blanco en la que el guante lo lleva la mano que cuenta el dinero. En los medios de comunicación se dice que los programas de cocina suben la audiencia y las noticias relacionadas con la inmigración hacen que se venga abajo: aparecen unos seres humanos ahogados en una playa y los telespectadores, en lugar de conmoverse, se mueven a otro sitio, cambian de canal, no quieren que les estropeen la comida o la cena con esas imágenes turbadoras. Que la ultraderecha suba como la espuma, con sus mensajes de siempre y la xenofobia como bandera es una de las consecuencias de este brote de racismo en Europa, un continente suicida, que ha dejado de hacer pie en sus mares y se dirige a toda vela hacia un naufragio.

¿Será verdad, entonces, que el exceso de información, en lugar de sensibilizarnos, nos ha endurecido? Es una pregunta a la que sólo se le pueden dar respuestas inquietantes. Pero lo que callan las bocas lo dicen las encuestas, según las cuales la ciudadanía teme más una nueva crisis migratoria que otra gran recesión en la zona euro, y casi la mitad de la población, el cuarenta y seis por ciento, no quiere que su país acepte más refugiados de zonas en conflicto. A quienes huyen de una guerra o del hambre ya no se les considera mayoritariamente refugiados, sino ladrones de nóminas, algo que es el abc de los extremistas reaccionarios: hay que cerrar las aduanas para que no se lleven nuestros trabajos, cobren sueldos que nos corresponderían y manden fuera el dinero. ¿A ninguno de los defensores de esas teorías se le habrá ocurrido que los que se dedican a la fuga de capitales son otros, los que han saqueado cada una de las cajas fuertes donde se guardaba dinero público, los evasores, los que practican la ingeniería fiscal, los que han hundido los bancos igual que esas avispas que ponen un huevo en otro insecto para que la criatura que sale de él se lo coma de dentro a fuera…? A lo mejor es que no son otros, sino ellos mismos.

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Todo el mundo sabe que el drama de la inmigración también es un problema, y debería recordar que la manera de resolver los problemas es buscarles solución, no prohibirlos. Ni siquiera queda la disculpa de decir que no sabemos cuáles son las respuestas que se necesitan, porque las tenemos, lo mismo que el dinero que hace falta para darlas, o al menos una parte de él: puede que no esté el árbol entero, pero sí la semilla que hace falta para que crezca. Hablamos de seres humanos y siempre está bien recordar esa sentencia hermosa que dice que lo que distingue a las cosas verdaderamente importantes es que no son cosas.

Hoy me gustaría acabar compartiendo un poema. Se llama, precisamente, El inmigrante, y lo publiqué en mi libro Marea humana. Creo que si lo ponemos al lado del sondeo del que se ha hablado en este artículo, una de las dos cosas tendría que darnos vergüenza.

“Voy a hablar / de dos hombres / con una misma historia. / El primero / se acerca por el mar / y conoce / el sabor / salado / de la muerte. / Ha sufrido / la guerra / y el expolio, / quién sabe si la cárcel, la tortura, / la caza de su piel, de sus pasiones, / su género, / su origen, / sus ideas... / o simplemente / el duro / latigazo del hambre. / En resumen: un ser sin esperanzas. // El segundo ha llegado también a otra ciudad / y escapa / de un país / donde gobierna el crimen. / Un día / conoció / el respeto / y la fama, / pero hoy es como el vino derramado: / un oscuro sinónimo de la sangre vertida. // El primer hombre viene hacia nosotros / y sueña / con la paz / de los talleres, /el edén neutral de los supermercados, / la música cuadrada de las carpinterías: / cualquier cosa, / mejor / que su destino. // El segundo, / el que huye / con el dolor aún humeando en su ánimo, / alguna vez soñó / que las balas podían asesinar personas / pero nunca razones; / soñó / con catedrales que no fuesen / el refugio del lobo;/ con un sol que llegara al fondo de las minas.// El primer hombre es Pablo, el panadero; / Hassan el sastre, / o Evo el albañil. / El otro se apellida, / por ejemplo, Cernuda, / o Jiménez, / o Alberti / y de él nace el espanto / como en las uvas crece / la costumbre morada de la luz. // Habrá quien los compare / y solo vea entre ellos un abismo. / Y habrá quien vea un puente: / a un lado la Justicia / y a otro lado la Historia. // Pregúntate a cuál de ellos te pareces. / Pregúntate / cuál de ellos / quieres ser.”

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