Qué ven mis ojos

¿Y si ahora inventamos una vacuna contra los mentirosos?

Benjamín Prado nueva.

“Hay quienes se lavan las manos para limpiarlas y quienes lo hacen para ensuciar el agua y eludir sus responsabilidades”.

Primero la gente estaba harta de Cataluña y el procés; luego de las idas y venidas del coronavirus y ahora de Madrid: es que solo se habla de eso, dicen, como si en el resto del país no ocurriese nada. Esa incautación de la actualidad es un doble triunfo, aunque sea eventual, de la presidenta Isabel Díaz Ayuso: por una parte, atrae todos los focos hacia ella igual que un imán los clavos, y las luces le harán soñar que iluminan su camino hacia La Moncloa; por otro lado, evita que se hable de su gestión de la pandemia, sobre todo en las residencias geriátricas de la Comunidad, incluidas las órdenes que dio su Gobierno para que las personas ingresadas en ellas e infectadas de covid-19 no fuesen llevadas a un hospital, lo cual las condenó a una muerte irremediable. Eso está en su horizonte y algún día saldrá como un sol negro que se ve venir, de forma dramática, en las cartas del responsable de Políticas Sociales del Gobierno de Ayuso, Alberto Reyero, enviadas el 31 de marzo y el 11 de abril al responsable de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, y publicadas por infoLibre. Esos documentos evidencian que la tragedia se pudo evitar y no se hizo nada por lograrlo. Es muy grave y por mucho ruido que hagan los implicados, terminará pasándoles factura.

Su manera de hacer política es un resumen de casi todo lo malo que puede darse en un mundo en el que imperan la hipocresía y los intereses como mínimo oscuros, y en el que da la impresión de que en cualquier comparecencia ante la opinión pública el primer recurso, por lo que pudiera ocurrir, es siempre la mentira, tal vez porque no se paga ningún precio por difundirlas un día sí y al otro también.

Los miles de vacunas que iban a ponerse en la capital no se pusieron, ella pide que le den más mientras es incapaz de administrar ni la mitad de las que le proporcionan, y no ocurre nada; los ancianos iban a recibir el tratamiento en primer lugar y en un abrir y cerrar de ojos, y a estas alturas no lo ha hecho ni el cincuenta por ciento; el hospital Isabel Zendal iba a ser, literalmente, un centro sanitario que maravillaría al mundo y, por supuesto, resolvería cualquier problema de saturación, pero resulta que mientras las UCI de la región empiezan a estar una vez más al borde del colapso, como resultado de la tercera ola de la pandemia, ese sanatorio sigue albergando a menos de cien pacientes, aparte de que los testimonios de los que ingresan allí son estremecedores: la mayor parte del tiempo no tienen agua caliente, a veces tampoco fría; no hay personal; la comida tiene moho; las condiciones de privacidad son inexistentes; muchos profesionales denuncian que se dijo que prestar allí sus servicios sería voluntario pero que la realidad es que a los que se niegan a hacerlo se les pone en una lista negra y se han dado instrucciones de no volverlos a contratar en ningún caso, a modo de castigo… Pero a pesar de todo esto y de otras promesas incumplidas, sus mentores siguen diciendo que todo está bien y funciona como un reloj.

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Su última maniobra sospechosa ha sido prescindir de la ayuda que ofrecía la UME para retirar la nieve y el hielo de las calles, que siguen siendo un peligro y que, una de dos, o tiene que ver con que hayan contratado a la empresa Tragsa para desempeñar esa tarea, o es que quieren que ser sede de los próximos Juegos Olímpicos de Invierno.

En el hospital Clínico, el pasado fin de semana se vacunó a cientos de personas, la mayor parte de ellas jubiladas, a las que, según el calendario establecido, no les tocaba aún recibir el tratamiento, porque la dirección del sanatorio vio que, si no lo hacían de urgencia, se echarían a perder muchas dosis que ya habían sido descongeladas. Creo que habría sido fácil de aceptar que en este caso el remedio era mejor que la enfermedad, por darle un giro de tuerca a la frase hecha, y que por mucho que lo deseable sea, obviamente, que el protocolo se cumpla y que cada uno pase a inmunizarse cuando le toque, es mejor ponerle la valiosa inyección a quien sea posible que tirar esas dosis. Sin embargo, en lugar de dar esa explicación, algo muy sencillo y para lo que hay argumentos comprensibles, se trata de echar una cortina de humo, diciendo que todas esas vacunas se pusieron exclusivamente a voluntarios que colaboran con el hospital. ¿Hacía falta recurrir a ese engaño? ¿Por qué? ¿Para confundir a quiénes? ¿Por qué parece instalado a todos los niveles esa idea de que a la gente nunca se le pueden decir las cosas tal y como son, sino que hay que ofrecerles una versión tergiversada? Parece que solo estamos aquí de figurantes en una película y, eso sí, como presuntos culpables de lo que nos pasa: trataron de cargarnos el origen de la crisis económica, con la teoría de que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, y ahora sostienen que la causa esencial del incremento de contagios está en las reuniones familiares. ¿En el Metro y el resto de los transportes no se contagia nadie? ¿Y en los comercios que no había que cerrar para salvar la campaña de verano y luego la Navidad y a lo mejor ahora las rebajas? ¿Tampoco lo hacen en los trabajos a los que no pueden dejar de acudir muchos empleados porque entonces no tendrían nada en sus neveras? El virus, por desgracia, está por todas partes y lo de lavarse las manos era por limpieza, no para eludir responsabilidades.

La Ciencia ha llevado a cabo una hazaña, creando varias vacunas contra el covid-19 en diez meses. Y ahora que los laboratorios están lanzados, ¿no se animarían a inventar una vacuna contra los mentirosos? Eso mejoraría mucho este planeta.

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