Qué ven mis ojos
¿Y si primero clavasen las vacunas y luego las banderas?
“El virus muta: en las calles tiene aguijón y en las UCI una guadaña”.
¿Qué sería de nosotros sin los números? Porque las palabras no es que se las lleve el viento, sino que se las lleva cualquiera de un lado para otro y hasta donde quiere, aprovechando que no son una ciencia exacta y que, por lo tanto, es posible mentir con las mismas con las que se dice la verdad. Se podría atrapar fácilmente a los embusteros, si no fuese porque tienen cómplices que en lugar de desenmascararlos les ayudan a escapar, algo que nos enseña día y noche el mundo de la política. Sin embargo, los cínicos tienen dos poderosos adversarios: las matemáticas y las hemerotecas. En el asunto que más nos preocupa a todas las personas de este planeta en estos instantes aún de miedo, pero ya también de esperanza, que es el de las vacunas, pasa lo mismo: hay quienes tratan de engañarnos con sus discursos, pero haces un par de sumas y restas y el resultado los deja en evidencia. Lo malo de las cortinas de humo es que soplas y se desvanecen.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, que cada vez se ve más a sí misma como líder de la oposición –con lo cual ella y Casado se dedican a tratar de eclipsarse uno a la otra y no ven que el que los eclipsa a los dos es Vox–, no deja de lanzar titulares y amenazas cada vez que le acercan un micrófono. Demostrando una vez más lo difícil que es distinguir hoy en día las ruedas de prensa de las ruedas de molino, el último mitin fue para protestar contra el Gobierno por darle, según sus cuentas, menos dosis de las que necesita con urgencia inaplazable la región, y para exigir que se le proporcionaran muchas más. Su viceconsejero de Sanidad, naturalmente, avalaba la queja, afirmando que estaban en condiciones de poner 24.000 al día. Pero el hecho es que la autonomía recibe 48.750 cada semana, y en la primera sólo se han inyectado 3.090. Un 6%.
A pesar de todo, ella vuelve a sus proclamas sin sonrojarse, en lugar de clavar agujas clava banderas, y con la ayuda incondicional de los suyos insiste en su reclamación: quiere más, aunque es de temer que nunca sepamos para qué, lo mismo que no nos hemos enterado de adónde han ido los mil quinientos millones que se le dieron para hacer frente al virus, de los que afirmó que daría cuenta euro a euro. Lo mismo han acabado financiando parte de su hospital contra pandemias, que ya ha costado ciento treinta y cinco millones y aunque, de momento, no llega a los cien pacientes, sí que ha cumplido su objetivo: que su construcción y explotación dé beneficios sustanciosos a algunas empresas. Que es lo mismo que pasará con la campaña de vacunación. Su fiel consejero Escudero ya lanzó la primera piedra al dejar caer en una entrevista que para ganarle tiempo al tiempo utilizarán “todos los recursos que sean necesarios, tanto públicos como privados, según las necesidades que vayamos requiriendo.” Es la misma jugada de siempre, porque el as en la manga nunca cambia. Siempre pierdes cuando juegas a cara o cruz con un caradura.
Es cierto que no se trata de un problema sólo de la Comunidad de Madrid, ni siquiera de España, porque la lentitud y falta de eficacia es común a toda Europa, pero en nuestro país es en Cantabria y en el territorio que ella dirige donde menos Pfizer se han puesto. Los números que llegan de Cataluña o las islas Canarias y Baleares, por ejemplo, tampoco son alentadores, pero hay otros lugares donde se ha hecho muchísimo mejor, por ejemplo, en Andalucía, donde se ha suministrado casi el sesenta por ciento de las unidades disponibles, y en Galicia, que las ha administrado casi en su totalidad, y el caso es que ambas están gobernadas también por el PP, con lo que a Ayuso no le valdrá el argumento de la crítica partidista. Su última andanada ha sido para llamar a Salvador Illa “ministro a la fuga” e insistir en el argumento oficial de la calle Génova para este asunto, que consiste en considerar “inmoral e intolerable” que el nuevo candidato del PSC a las elecciones en Cataluña haga compatible ese encargo, aunque sea de forma temporal, con su cartera en el Ejecutivo. Igual no se acuerdan de que el alcalde de Madrid es también su portavoz nacional…
Se puede seguir pensando que lo del PP en Madrid no es una historia sino un historial, pero delictivo, no médico, y que cuando parece que empeorar resulta imposible, aparece otro peldaño de la escalera que baja hacia las cloacas: tras Esperanza Aguirre, vino Ignacio González, encarcelado por el caso Lezo y al que la Audiencia Nacional decomisó un botín de cinco millones cuatrocientos mil dólares, oculto en Colombia. A él lo sucedió Cristina Cifuentes, que fue incluso espiada y extorsionada por su propia formación… La heredera de la dinastía es Isabel Díaz Ayuso, de quien, dadas las circunstancias, es lícito preguntarse si, en el fondo, todas y cada una de las intervenciones públicas no son más que una cortina de humo y están cuidadosamente calculadas para acabar el trabajo que dejó a medias su mentora, que no es otro que el desmantelamiento de la sanidad pública, como paso previo al de la Educación. “Privatizar” es un sinónimo de “robar”, así de sencillo.
Y desde luego cuenta con algo a su favor, que son los antecedentes: ¿qué le va a pasar a ella por gastarse 135 millones, cuando a Aguirre no le ocurrió nada por dilapidar 355 en la Ciudad de la Justicia, de la que sólo llegó a construirse un edificio que quedó abandonado?. Mientras tanto, 45.660 habitantes de Madrid, es decir, el noventa y cuatro por ciento de los que su Gobierno no vacunó porque no pudo, supo o quiso, siguen esperando. El virus, por su parte, no escucha ni lee sus declaraciones, y sigue infectando, sigue con su aguijón en las calles y su guadaña en las UCI. Habría que pararlos a los dos. A ellos y a la gran mayoría de los dirigentes de Europa, que no han dado la talla. Faltaban vacunas y se hicieron: triunfó la ciencia. Ahora hay vacunas y faltan vacunadores: ha fracasado la política. Otra vez.