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Rosalía

Rosalía de Castro

El Consello da Cultura Galega celebra este año el 150 aniversario de la publicación de los Cantares gallegos de Rosalía de Castro. Quedan pocas dudas de su importancia tanto en la consolidación de la lengua y la literatura gallega, como en el desarrollo de la poesía simbolista española. Paradojas de la vida, sus tristezas fueron un bien lírico. La tristeza de En las orillas del Sar significó el paso del dolor espectacular del Romanticismo a un lenguaje suavísimo, de malestar íntimo, precursor del simbolismo. Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado le deben mucho a Rosalía. Los abismos entre la palabra y la idea no se salvan a través de la gran oratoria y la elocuencia. El pensamiento camina con otro ritmo pausado, lleno de sugerencias, alejado de los gritos.

A la hora de definir la personalidad de Rosalía de Castro conviene tener en cuenta su orgullo poético. Creo que esa fue la razón de muchas de sus decisiones y de la riquísima forma que tuvo de relacionarse con las identidades. El discurso duro de la identidad tiende a fundarse en el yo soy. Se trata de una seguridad afirmativa que suele seguir un guión preestablecido, una palabra más inclinada a las esencias que a la conciencia. Me gusta pensar que el orgullo poético de Rosalía se acerca a otra identidad, la del yo hago. Los sentimientos se convierten en una responsabilidad con uno mismo y con los demás. La experiencia es así un campo ético de decisiones en el que el inevitable yo soy queda superado por la dimensión moral del yo hago. Por ejemplo, de la poesía que yo hago.

Rosalía mantuvo en este sentido una relación precavida con las identidades. Las dos más importantes para ella fueron su condición de mujer y su origen gallego. Nunca negó, claro, la importancia de estas dos raíces. No se trataba de negar el hecho de ser mujer, pero sí de enfrentarse a lo que se esperaba de ella por ser mujer según las costumbres de su tiempo. El paradigma de la condición femenina establecido en su época identificaba el alma de la mujer con un sentimiento tierno muy útil para convertirse en hija obediente, esposa amante y madre entregada. La estirpe de los ángeles de la casa.

El orgullo poético invitó a la rebeldía. Escribe en Follas novas: “Daquelas que cantan as pombas i as frores, / todos din que teñen alma de muller”. Como se esperaba de ella que cantase sobre palomas y flores, asumió la ruptura con esa definición de lo femenino. Es la misma rebeldía que la identifica con los emigrantes, con las víctimas de los poderosos, con la denuncia de la hipocresía y con el dolor de las mujeres abandonadas. Se niega a cuidar los pichones y los rosales que deja el hombre cuando decide irse: “que sequen, como eu me seco, / que morran, como eu me morro”.

Muy conocido es el episodio de 1881 que le llevó a afirmar: “ni por tres, ni por seis, ni por nueve mil reales volveré a escribir nada en nuestro dialecto, ni acaso tampoco a ocuparme en nada que a nuestro país concierna”. Había escrito un artículo titulado “Costumbres gallegas” en el que hablaba de la hospitalidad primitiva y masculina de algunas aldeas marineras. Los navegantes de paso disfrutaban del derecho a dormir con una mujer del lugar. Las críticas que sufrió Rosalía por “calumniar” las costumbres gallegas le hicieron acordarse de todo lo que había hecho por la lengua y la cultura de su país y decidió, consciente de su propia valía, cambiar de lengua. Era tan gallega como la saudade, los robles o la lluvia, pero no estaba dispuesta a aceptar una forma única y correcta de ser gallega. Escribió en español En las orillas del Sar.

Los lectores del prólogo a Follas novas sabemos que otras razones literarias, propias de la época, ayudaron a motivar el cambio de lengua. Pero conviene destacar lo que hay en Rosalía de orgullo poético, de conciencia de sí misma, dispuesta a no aceptar ninguna consigna que estuviese por encima de su voluntad y de su ética. Su palabra se situó más allá de cualquier fe. Las identidades del yo soy diluyen nuestra responsabilidad. Por eso me gusta identificar con el yo hago a Rosalía de Castro y al orgullo poético más consciente.

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