El PP abraza a Puigdemont por Navidad Pilar Velasco
La reforma del 'sí es sí' lo ha roto todo: toca reconstruir
Estábamos de acuerdo en dos cosas fundamentales. La celebración del 8M no distinguía entre clases sociales ni ideologías. En el día de la Mujer cabíamos todas como reivindicación de unidad y lucha contra el machismo. Por supuesto que la desigualdad y el maltrato afecta más a las mujeres vulnerables. Pero también estábamos de acuerdo en que desde un poder con más mujeres habría más brazos para despegar a otras del suelo pegajoso. Y sobre todo, sabíamos que no caeríamos en la trampa de enfrentar una agenda con otra. Entre elegir más sitios en los consejos de administración o una mínima independencia económica para poder divorciarte. Estábamos de acuerdo en que no nos engañarían con falsas jerarquías de prioridades.
La reivindicación por los lugares que corresponden a las mujeres en los órganos de decisión y ejecutivos no es excluyente respecto a la lucha contra la infinidad de situaciones de explotación que sufren las mujeres con más dureza que los hombres. Cojamos cualquier esfera: desempleo, salarios, ascenso en las carreras profesionales, conciliación, tiempo libre… violencia. En cualquier cifra y realidad, la brecha está sin cerrar. Y estando de acuerdo en esto, es impensable que se convocara el 8M cuestionándolo.
El enconamiento, la ruptura y la división de Podemos y el PSOE ha dejado en shock la discusión de los temas fundamentales de la agenda feminista. Y parece haber paralizado a los propios socialistas
Habíamos convenido también que las violencias que se ejercen contra las mujeres no entienden de ideologías. Por eso los 8M decidimos salir todas juntas sin distinciones. Porque una cosa son las corrientes y distintas posiciones y otra es que unas empujen fuera a otras. Tenemos la nostalgia de 2018, con esa manifestación masiva que recorrió el mundo, donde fuimos tirando unas de otras y nos encontramos todas. Cinco años después, somos muchas las que hemos asistido atónitas a los insultos contra Carmen Calvo con el mismo espanto que hemos escuchado a la exvicepresidenta cuestionar que Carla Antonelli sea una mujer. Y del choque con resultado siniestro de ambas corrientes por la ley trans nos han saltado cristales a todas.
El enconamiento, la ruptura y la división de Podemos y el PSOE ha dejado en shock la discusión de los temas fundamentales de la agenda feminista. Y parece haber paralizado a los propios socialistas. Hemos visto a Alberto Núñez Feijóo reivindicar desde Cáceres salir a la calle a defender el feminismo frente a un PSOE que parecía necesitar demostrar que lo era. El mundo al revés. El partido que ha recurrido el aborto, que votó contra la ley del sí es sí –en toda su integridad y sus avances– y ahora lidera su reforma; el partido que ha anunciado que derogará la ley trans y ha lucido con orgullo el lazo morado frente a un Pedro Sánchez paralizado. La propia mañana del 8M, en su respuesta a la interpelación de Cuca Gamarra, recurrió a la imagen de Feijóo con el narcotraficante Marcial Dorado. En el posdebate de la proposición de ley, coincidiendo con la mañana del 8M, al presidente le tocaba defender la reforma impulsada por él mismo, los avances del Ejecutivo, las leyes feministas y una ley de paridad que será pionera en Europa. Era el día del orgullo, no del y tú más y del silencio.
Con perspectiva, este Gobierno ha impulsado más leyes y medidas feministas que ningún otro. No es solo el aborto, la ley de libertad sexual y los derechos trans. La reforma laboral y tantas otras normas han incorporado la visión de género para abordar la brecha y la desigualdad. Pero la reforma de la ley del sí es sí lo ha roto todo. Toca reconstruir. Para eso, primero, hay que buscar desde dónde hacerlo. Las miles de mujeres que han alzado la voz por toda España, al margen del contexto y el cabreo, son –otra vez– el punto de partida.
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