No somos conscientes de lo que debemos al emérito rey Juan Carlos. En los duros momentos que atraviesa la sociedad española en su conjunto, ha posibilitado que contemos con una extraordinaria válvula de escape de toda nuestra ira contenida. Cada vez que en nuestro obligado encierro uno se siente asaltado por cierta desesperanza y rabia, el simple recuerdo de la imagen del monarca nos ayuda a vehiculizar toda la energía negativa. Juan Carlos de Borbón y Borbón se ha convertido en un profundísimo agujero negro con capacidad de absorción de cuanta basura emocional seamos capaces de generar.
Ahora que tenemos demasiado tiempo libre, aconsejo un ejercicio. Cada vez que te asalte un mínima sensación de desasosiego, cierra los ojos y visualiza a este prohombre de la honorabilidad subido a uno de sus yates, manejando el timón, con la piel bañada por el sol mediterráneo y con esa amplia sonrisa que le caracterizaba. Por cierto, esa eterna imagen de abierta felicidad que plasmaba su famosa campechanería ahora sabemos a qué se debía. Efectivamente, se reía. En concreto, se reía de nosotros. Parece ser, por la duración de la extensa carcajada, que la situación le hizo una gracia extraordinaria durante muchos años.
Volvamos al ejercicio terapéutico. Nos habíamos quedado con los ojos cerrados desviando nuestra furia contenida hacia la imagen del hoy repudiado monarca. Si realmente nos concentramos (nunca mejor dicho), podremos empezar a sentir pasados un par de minutos un cierto alivio. Se puede acompañar de la enumeración de cuantos insultos e improperios se nos pasen por la cabeza. Resulta especialmente gratificante hacerlo en voz alta, incluso gritando, aunque en este caso conviene previamente avisar a la familia y al vecindario. Puede que otros se animen a acompañarnos desde los balcones cercanos.
El asunto puede enfocarse desde multitud de perspectivas. A cuál peor. Una de ellas tiene que ver con el doble delito que supone que un presunto delincuente de semejante envergadura haya vivido tantos años como representante de la moralidad colectiva de los españoles. En realidad, esa debía haber sido su función primordial. Una pena que se la encargáramos a la persona equivocada. Algo de culpa tenemos que asumir. Quedará como interrogante para la historia a quién y por qué se le ocurrió proponer que el apartado 3 del artículo 56 de la Constitución dijera textualmente que “la persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”. Don Juan Carlos, si alguna vez fuera juzgado, podría plantear como eximente que la tentación que le pusimos delante era demasiado fuerte.
La indignidad de su comportamiento no sólo es injustificable. Resulta especialmente malévola. Ha engañado a demasiada gente durante demasiado tiempo. Desde hace décadas hemos escuchado a muchos de sus seguidores calificarse como declarados juancarlistas, incluidos numerosos republicanos confesos. Me consta que para muchos de ellos el respeto por su figura era profundo y por supuesto desinteresado. Los efectos que su comportamiento puedan derivarse en la continuidad de la institución monárquica en España son difíciles de prever hoy.
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Otro elemento positivo que tiene la ignominia que nos ha hecho padecer nuestro líder patrio es que también nos abre un sendero repleto de esperanzas para el futuro. En ese ejercicio de reflexión que os proponía os aconsejo que incluyáis también propuestas para poner en marcha cuando salgamos del confinamiento. Se trata de pensar qué iniciativas podemos aprobar para hacer ver al ex monarca que no estamos muy satisfechos con lo ocurrido.
En mi caso, como profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, me ilusiona promover de inmediato un cambio de la denominación del centro. Incluso podría pensarse para ahorrar costes la idea de mantener el acrónimo y así podríamos reutilizar buena parte de la cartelería. Lo que sí habría que cambiar es el significado de las iniciales. Tras los líos de los másteres y lo de ahora, podríamos pasar a llamarla Universidad de Recochineos Jodiendas y Cagadas. No tendría mucho prestigio académico pero seguro que atraería atención informativa global y hasta algo de turismo internacional.
Otra posibilidad es la de reutilizar más adecuadamente el nombre del ínclito personaje. Más que nada para que nunca jamás se olvide su legendaria trayectoria. Parece ser que China nos va a ofrecer ayuda desinteresada para luchar contra el coronavirus. Deberíamos ofrecerles algo típico español como reconocimiento. He leído, por ejemplo, que en Shanghái está uno de los vertederos mayores del mundo. Reciben cada día 10.000 toneladas de desechos. Gracias a su reciclaje, se alimentan de energía más de 100.000 hogares. No se me ocurre mejor nombre para un vertedero del máximo nivel mundial que bautizarlo como Rey Juan Carlos. Esta sí que sería la mejor imagen que podría quedar de su memoria.
No somos conscientes de lo que debemos al emérito rey Juan Carlos. En los duros momentos que atraviesa la sociedad española en su conjunto, ha posibilitado que contemos con una extraordinaria válvula de escape de toda nuestra ira contenida. Cada vez que en nuestro obligado encierro uno se siente asaltado por cierta desesperanza y rabia, el simple recuerdo de la imagen del monarca nos ayuda a vehiculizar toda la energía negativa. Juan Carlos de Borbón y Borbón se ha convertido en un profundísimo agujero negro con capacidad de absorción de cuanta basura emocional seamos capaces de generar.