Sólo lo común nos salvará a todos: política (honesta) frente al odio Jesús Maraña
Más C. Tangana y menos cuentos de hadas
Hace unos días se hizo viral el vídeo de un gimnasio de EEUU donde una muy motivada clase entrenaba al ritmo de Oliveira dos cen anos (Olivo de cien años), el nuevo y comentadísimo himno compuesto por C. Tangana para el centenario del Celta de Vigo (y siendo Vigo conocida como la ciudad olívica). Es bastante curioso, no sólo por los hipervitaminados movimientos de la entrenadora y los entrenados (...), cuyo gasto calórico y diversión están fuera de toda duda.
Se trata de una canción con evidentes raíces tradicionales, con letra íntegramente en gallego, en la que participa la Coral Casablanca de Vigo y donde no canta su compositor, cuyo último disco se llama El Madrileño pero que siempre ha reivindicado sus orígenes gallegos (y su afición por el club celeste) y no dudó en crear un himno ecléctico, sorprendente y con enorme personalidad.
Fuera de algún gimnasio norteamericano y otros muchísimos ejemplos de cómo la cultura y el idioma gallegos traspasan fronteras (no hay que tomar la parte por el todo), la realidad general del gallego es de franco retroceso, como explica Sabela Rodríguez Álvarez en este artículo como parte de nuestra cobertura Galicia en datos.
Lo dicen los datos oficiales. También algunos otros barómetros, como el de la Federación de Gremios de Editores de España, que revela que sólo un 3,1% de las personas que leen en Galicia prefieren hacerlo en gallego. Todo ello en un país con creadores alabados, desde siempre, fuera de nuestras fronteras y que resisten pese a que la promoción cultural pública lo apuesta casi todo al gran evento festivo y disfrutón.
Galicia sigue siendo una comunidad bilingüe, pero la tendencia es preocupante. El uso del gallego (“la lengua propia de Galicia” según el Estatuto de Autonomía vigente desde hace cuatro décadas) decae en general, por una menor transmisión de padres a hijos, muy acusadamente entre los jóvenes y vertiginosamente en grandes áreas urbanas, como las de A Coruña y Vigo. Prueben a darse un paseo por allí y a escuchar las conversaciones de los adolescentes que se encuentren por la calle. La opinión de los expertos es coincidente: la tendencia puede hacer desaparecer al gallego como lengua de uso pleno por pura biología.
Habrá quien se pregunte: ¿a quién le importa, si podemos entendernos en castellano en Galicia y fuera de ella? Muchos de quienes así piensan se encuentran en el poder. El propio Alfonso Rueda se mostró inicialmente en contra de que se pudiera hablar en gallego en el Congreso de los Diputados y, años atrás, en 2009, cuando el PP estaba en la oposición y a Feijóo no le gustaban las manifestaciones, acudió a una célebre manifestación en la que se denunciaba la imposición del gallego, algo que, paradójicamente, sostienen ahora en Vox para llamar la atención y tildar al PP de peligroso partido nacionalista.
Los expertos coinciden en describir la tendencia: la pura biología puede hacer desaparecer el gallego como lengua de uso pleno. ¿No deberían ir de esto, también, las elecciones?
Han sido cuatro legislaturas de gobiernos del PP en los que la Xunta ha impuesto la teoría del “bilingüismo armónico”, o cordial, o “plurilingüismo”, que llegó a defender que lo importante no era enseñar gallego sino inglés y que se resume en que las y los escolares hablan igual de mal que siempre la lengua de Shakespeare y desconocen la de Rosalía de Castro. Sin hacer campaña contra el gallego (buena parte del PP lo habla), se hizo de su defensa la última prioridad.
He aquí el gran meollo de la cuestión. Cuando se apela a la libertad para hablar uno u otro idioma (que Feijóo y Rueda hablan en público, a veces con francas dificultades, pero rara vez en privado o por iniciativa propia), deberíamos partir de una situación de igualdad en el conocimiento. Si no, ¿de qué libertad estamos hablando teniendo en cuenta la enorme potencia global del español, la segunda lengua madre del mundo, que evidentemente no corre peligro en Galicia? La escuela es fundamental.
En estas elecciones también se dilucida si se mantiene una tendencia que hará marginal a una lengua esencial en la definición misma de lo que es Galicia o si se apuesta por ella como una incalculable riqueza cultural, como un empujón para aprender una tercera, sea la que sea, como un puente con la lusofonía, con la que tanto comparte, o, a secas, como un ejercicio de memoria y de respeto a nuestros ancestros.
A diferencia de lo que ocurre en otros lugares con lenguas cooficiales, en los que la elección de uno u otro idioma denota más acusadamente una u otra tendencia ideológica (no hay más que ver lo que hicieron algunos, de una parte y otra, durante el procés), la lengua en Galicia puede seguir siendo un elemento de unión entre los distintos: una bella forma de comunicarse y entenderse. Pero para eso hay que conocerla y decidirse a usarla sin complejos y contra nadie. ¿No deberían ir de eso, también de eso, unas elecciones gallegas?
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