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Los amigos

Ojo conmigo. Con este aviso para lectores comienza Rafael Sánchez Ferlosio su Campo de retamas (Random House, 2015), la reunión de sus pensamientos breves. Para dar la bienvenida establece una desconfianza: “Los textos de una sola frase son los que más se prestan a ese fraude de la profundidad, fetiche de los necios, siempre ávidos de asentir con reverencia cualquier sentenciosa lapidariedad vacía de sentido pero habilidosamente elaborada con palabras charol”.

Un pecio es un resto de la nave que ha naufragado. Ferlosio llama pecios a sus reflexiones. Pensar de forma seria no sirve casi nunca de refugio, no regala un consenso tranquilizador. Las ideas gustan de la radicalidad, se sumergen, quedan escondidas en los fondos, reflotan, buscan su contradicción y su deriva. El pensamiento suele llevarse la contraria, detesta la palabra única. Por eso necesita la desconfianza más que las trampas de lo único y lo indiscutible. Ojo conmigo.

Los pecios de Ferlosio suponen un alegato contra las patrias y los fervores religiosos. Las consignas que fundan un sentido preciso de la pertenencia, del nosotros y lo nuestro, desembocan de un modo inevitable en la paranoia. La fe del “Todo por la patria” tiende a pasar por las armas aquello que no se identifica con la unidad de destinos. Patriotismos y religiones nos paran en cualquier esquina y nos piden la identificación.

Dice Ferlosio: “La tierra como hábitat es el suelo de la vida, la tierra como territorio es el solar de la dominación”. Los credos y las identidades buscan un escenario en el que prime como frontera una expresión empobrecedora y peligrosa: ser de los nuestros. Empobrece porque enmascara, borra matices, excluye. Y supone un peligro de autoritarismo porque la pobreza intelectual no aspira a convencer, sino a ser obedecida.

Pero el pensamiento no puede quedarse tranquilo ni siquiera cuando niega lo absoluto. Poner en cuestión la identidad colectiva provoca de inmediato una melancolía, la necesidad de un sentimiento de pertenencia para evitar el abismo. Se trata, quizá, de una pertenencia flexible, poco imperativa, sin órdenes de obligado cumplimiento. En cualquier caso, resulta necesaria, sobre todo en épocas que extienden el individualismo como consigna colectiva.

Somos una conversación con nuestros libros, nuestros amigos, nuestra gente. Como espacio de convivencia, la edad enseña que es mucho más razonable una buena amistad que una patria. En los años de juventud se fraguan amistades al calor del futuro. Nos reunimos para cambiar el mundo, defender una solución política, cantar un himno. Luego los himnos, la política y los cambios suelen perder el sentido de la amistad, se hacen patria, grito, trampa. Las discusiones acaloradas dejan de dar calor, conforman una reunión de soledades.

Los premios literarios

Ferlosio se siente incómodo ante algunas reuniones. “Tan cierto es –escribe– que la unión hace la fuerza, que hace precisamente sólo eso: la fuerza, sacrificándole todo lo demás: los sentidos, el entendimiento, la palabra, el albedrío”. Por deformación política, yo añado también el sacrificio de la fraternidad. Hay unidades que disuelven. Son las unidades que sustituyen la amistad por la acumulación de consignas o silencios.

Contra los años malos, las patrias, las guerras y las cegueras, el sentido de pertenencia puede sostenerse sin pudor gracias a la amistad. Tanto en la pérdida como en la celebración, mientras el tiempo se viste de entierro o de boda, ahí están los amigos para confirmar que la soledad es un sentimiento compartido y que la fiesta es también un modo de respetar la palabra individual, la singularidad del albedrío y el entendimiento.

Da igual que las cosas no salgan según lo esperado. Lo importante es que la vida nos mire con cara de buenos amigos. Tan importante es contar como saber con quién contar. Por eso una buena lectura se parece mucho a un acto de amistad.

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