En la ciudad de Nueva York

25

Con motivo de la Feria Internacional del Libro de Nueva York, camino por la gente en busca de una ciudad que tiene ojos para mirar la luz del día y manos para preparar un café, una cama o una maleta. Lector de Federico García Lorca, estoy acostumbrado a caminar por el interior de la gente que me cruzo en la calle y a conversar con los edificios, los parques y los cielos. Caminar por el interior de la gente supone aquí estar a la vez en Asia, África, América Latina y Europa, escuchar los latidos de un corazón bajo el rumor de los coches, sentir cómo el mundo se enciende y se apaga igual que las pantallas que anuncian conciertos y obras de teatro.

Es que estoy pasando por Time Square. Entre los anuncios, parpadea una encuesta sobre el posible resultado de las próximas elecciones. Donald Trump, 51 %, Kamala Harris, 49%. Donald Trump, 50 %, Kamala Harris, 50 %..., y así un segundo tras otro, con la vida contada y recontada, el día que salta de instante en instante. Un taxista se mostró ayer muy partidario de Trump, una alumna de Columbia University me dijo que, por supuesto, iba a votar a Kamala. Y el portero del hotel donde duermo, norteamericano de padres chilenos, se hizo el sorprendido y contestó que las elecciones no iban con él.

Dentro de lo posible, conviene establecer un diálogo con la realidad, una nueva reivindicación de la política frente al circo. No todo es lo mismo

García Lorca le dedicó dos poemas a las multitudes que cruzan por la ciudad de Nueva York. Recordó lo que Rubén Darío y Baudelaire habían leído en Poe, es decir, que las multitudes de una gran ciudad son un conjunto de soledades. Cuando nos acostumbramos al desamparo y a la dinámica de sálvese quien pueda, la deshumanización es un rasgo humano de la gente que se encierra en sí misma para luchar por la supervivencia. Cada uno a lo suyo, aunque todos tengan que pasar por las mismas calles. El desprestigio de la política no sólo consiste en destruir los espacios públicos, sino en levantar muros en el interior de la intimidad y lo privado para hacer de cada individuo un ser sin vínculos, cada vez más distante de una ilusión común. La pérdida profunda de la política en los EEUU, facilitada por el ruido de las redes sociales y por el prestigio universitario de los estudios culturales, se funda en haber confundido el respeto a la diversidad con un conglomerado multitudinario de soledades, un conjunto de identidades que se encierran como minorías en el interior de sí mismas para enfrentarse las unas a las otras. La enemistad privada de las identidades corre en paralelo con el individualismo neoliberal, deconstruyendo la ilusión común de la política, la necesidad de una autoridad institucional compartida que regule de manera justa la convivencia. La policía es autoritaria en la calle, la política no tiene autoridad para firmar leyes.

Mi nostalgia de la política, que anda como una mendiga por las calles de Nueva York, me hace fijarme con interés en un matiz que considero importante en las intervenciones de Kamala Harris. Es una mujer, una mujer negra, pero no habla en nombre de las mujeres y los negros, sino desde la ilusión compartida de un ideal democrático en el que las identidades puedan atender juntas al bien común. Se puede tomar conciencia de los vínculos sin renunciar a la propia identidad.

Una amiga profesora en Brooklyn College me comenta las limitaciones políticas de los demócratas y de Kamala. Aquí mandan las fábricas de armas, los políticos son payasos o ancianos sin norte. La escucho. Vamos camino de una reunión en la que se va a hablar de la importancia del español en los EEUU, la afirmación de los valores hispanos como herencia. Comentamos el fenómeno que se ha producido ahora en favor del multilingüismo. Sin renunciar al inglés, mucha gente se niega a sentir vergüenza de sus propios orígenes. Yo le recuerdo a mi amiga las campañas de Trump en favor del english-only, sus desprecios al español como una lengua de pobres. Dentro de lo posible, conviene establecer un diálogo con la realidad, una nueva reivindicación de la política frente al circo. No todo es lo mismo. Conviene pensar en los tantos por ciento.

Con motivo de la Feria Internacional del Libro de Nueva York, camino por la gente en busca de una ciudad que tiene ojos para mirar la luz del día y manos para preparar un café, una cama o una maleta. Lector de Federico García Lorca, estoy acostumbrado a caminar por el interior de la gente que me cruzo en la calle y a conversar con los edificios, los parques y los cielos. Caminar por el interior de la gente supone aquí estar a la vez en Asia, África, América Latina y Europa, escuchar los latidos de un corazón bajo el rumor de los coches, sentir cómo el mundo se enciende y se apaga igual que las pantallas que anuncian conciertos y obras de teatro.

Más sobre este tema
>