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Escuchar el paso del tiempo

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Es verdad que un reloj despertador sirve para escuchar el paso del tiempo. Las horas tocan en la puerta del sueño y nos dicen que hay que levantarse y ponerse en marcha camino de la oficina, de una estación de tren o de un aeropuerto. La poesía tiene en su oficio de escuchar algo de despertador, aunque sus avisos nos ponen en camino de la conciencia y la rebeldía ante las injusticias del olvido, es decir, hacia las oficinas del propio yo o del nosotros.

Esta semana me ha tocado viajar a la India para asistir, junto a la Dirección General del Libro, a la Feria de Calcuta dedicada a España. En uno de los actos, el joven poeta Mario Obrero citó unos versos de Angelina Gatell. Siempre es bueno recordar libros como Las claudicaciones (1969) o La oscura voz del cisne (2015). Rodeado de voces muy jóvenes, como las de Alba Cid, María Sevilla o Ismael Ramos, me emocionó recordar mi amistad con Angelina, cuando era ya anciana, y las historias de su vida que tuve la suerte de escuchar. Una de esas historias tiene que ver con el nombre de un perro llamado Niebla.

Angelina nació en 1926 en Barcelona. A los 10 años se vio envuelta en un golpe de estado y una guerra civil. Durante muchos años de resistencia bajo la dictadura, sus poemas y sus trabajos necesitaron equilibrar la obligación de sobrevivir y la defensa de unas convicciones a las que jamás renunció. Me emocionó que un joven como Mario Obrero recordase sus versos. Y me acordé de Niebla. En un día muy difícil de bombardeos nazis y fascistas sobre la defensa de Madrid, María Teresa León y Rafael Alberti encontraron en las calles de 1937 un perro desorientado entre el humo y los escombros. Lo bautizaron con el nombre de Niebla y fue un compañero leal hasta que debieron salir al exilio después de la derrota. Rafael le dedicó un poema emocionante en Capital de la Gloria (1938): “Niebla, mi camarada, / aunque tú no lo sabes, nos queda todavía, / en medio de esta heroica pena bombardeada, / la fe, que es alegría, alegría, alegría”.

Los azares de la vida condujeron a Angelina a trabajar en Televisión Española y a colaborar en la adaptación de la serie japonesa de dibujos animados protagonizada por Heidi. Cuando hubo que ponerle un nombre al perro del abuelo, Angelina propuso llamarle Niebla. Por esta razón cientos de familias del tardofranquismo, sin saber lo que hacían, bautizaron a sus perros con el nombre de Niebla, un San Bernardo que extendió con sigilo la memoria del antifascismo, gracias a Angelina.

Me emociona ver que 'Niebla' sale una vez más de los humos y que la democracia, más que un bombardeo, o un escombro, o una rareza, o una fiera salvaje, es un buen animal de compañía

Los poetas que me acompañaban eran tan jóvenes que no sé si alcanzaron a seguir la serie y cantar las melodías de Heidi y de Marco en su pueblo de montaña. Eran años en los que la democracia española empezaba a bajar del monte y los versos de Gloria Fuertes llenaban los juegos infantiles con un globo, dos globos, tres globos. Los poetas con lo que he coincidido en Calcuta —Alba, Mario, María e Ismael—, no habían nacido. Pero puestos a escuchar el paso del tiempo, me emocionó no sólo recordar a Angelina, sino también oír con normalidad versos escritos en catalán, gallego o castellano. Recordé la naturalidad con la que en los años 80 la democracia normalizó la amistad fraternal de autores en diversas lenguas españolas y mis encuentros con Margarit, Fonte, Atxaga, Rivas, Bello, Susanna, Juaristi, Fernán Vello, Rovira, o sea, Joan, Ramiro, Bernardo, Manolo, Xuan, Alex, Jon, Miguel Anxo. La cultura crea vínculos que consolidan el respeto y la convivencia.

Después de años de una disparatada neblina, la normalización de la amistad entre las distintas tradiciones poéticas vuelve a posibilitar encuentros como el de la Feria del Libro de Calcuta, propiciado por la Dirección General del Libro. El reloj despertador de los viajes nos conduce a la conciencia de nosotros mismos. Me emociona ver que Niebla sale una vez más de los humos y que la democracia, más que un bombardeo, o un escombro, o una rareza, o una fiera salvaje, es un buen animal de compañía.

Es verdad que un reloj despertador sirve para escuchar el paso del tiempo. Las horas tocan en la puerta del sueño y nos dicen que hay que levantarse y ponerse en marcha camino de la oficina, de una estación de tren o de un aeropuerto. La poesía tiene en su oficio de escuchar algo de despertador, aunque sus avisos nos ponen en camino de la conciencia y la rebeldía ante las injusticias del olvido, es decir, hacia las oficinas del propio yo o del nosotros.

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