El humanismo hace falta entre nuestros soldados, nuestros militares en despliegues internacionales, sus familias que quedan en territorio patrio sin el apoyo del padre, de la madre o del hijo que se va lejos durante mucho tiempo. Un apoyo humanista que les ayude a sobrellevar su desarraigo temporal y a superar los problemas de orden moral que puedan surgir sin necesidad de recurrir a los dogmas religiosos, a lo supersticioso, a lo sobrenatural.
Humanismo secular basado en la racionalidad, la ética y la moral laica. Un humanismo de experiencias personales que den sentido a la vida, alimento del alma que conformen la paz interior, la empatía y la justicia social. Ese humanismo como metodología para conseguir dichos propósitos existe y debe adoptarse también como guía protocolaria de todo acto público (funerales de Estado, juramentos y promesas de cargos públicos, ceremonias militares, etc.). El mismo Pontífice romano ha señalado que los Estados deben ser laicos, de donde se deriva que los actos públicos lo deben ser también. Pero aquí, por mucho que nuestra Constitución establezca que España es aconfesional, sigue siendo, como bien señala el profesor Flores, un Estado confesional de facto.
Recientemente he tenido la oportunidad de participar, como ponente, en un taller-coloquio organizado en Varsovia conjuntamente por la OSCE y EUROMIL bajo el lema "Fuerzas Armadas y libertad de religión o creencia". En la mesa nos reunimos algunos representantes de servicios de atención religiosa a las fuerzas armadas de Alemania (un pastor protestante), del Reino Unido (un consejero musulmán), de los Países Bajos (un coronel humanista) y un servidor representando el agnosticismo no oficial (formalmente, como delegado de la asociación de militares AUME).
Me llamó especialmente la atención que en los Países Bajos —también en Bélgica y Noruega— exista la atención Humanista en sus fuerzas armadas (las semillas de Erasmo siguen dando fruto). Sus servicios están organizados en capellanías que, aunque nos recuerde una institución religiosa, se dedican a dar apoyo moral a los militares no creyentes, sin excluir a los demás, reconfortando a quien lo necesite, escuchándole, mostrando su empatía y tratando de encontrar una respuesta no religiosa a las cuestiones derivadas del sentido de la vida y a los dilemas existenciales. Para ello organizan grupos de discusión sobre derechos fundamentales, sobre la condición LGTB y el humanismo personal y ofrecen servicios tan útiles como ceremonias de casamiento o funerales. El personal humanista procede de la Universidad de Estudios Humanísticos, única en el mundo y situada en Utrecht.
Podrá objetarse que ya existen equipos de psicólogos para atender a los militares desplegados en operaciones, pero no debe confundirse el enfoque científico a una conducta o vivencia con el apoyo moral, humano, de proximidad que puede ofrecer un especialista humanista. Cada vez hay más militares que rumian sus conflictos internos y sus problemas íntimos o familiares y no se confían a los capellanes o los psicólogos castrenses. Un enfoque humanista a sus problemas podría colmar ese vacío.
Conforme va aumentando el nivel educativo de los ciudadanos, su preocupación por los poderes divinos, el más allá y lo sobrenatural va perdiendo vigor. La tendencia de la población de los países más avanzados es el abandono de las creencias religiosas, en especial el cristianismo, y podemos decir lo mismo sobre los que, aún considerándose cristianos por tradición familiar, han dejado de ser practicantes. Según una encuesta de Gallup (2008-2009) la importancia de la religión en la vida diaria de la población de los países más avanzados de Europa oscilaba entre el 20% de Bélgica y el 49% de España. Nuestro país arroja otro dato revelador: los matrimonios católicos han pasado del 75% al 20% en los últimos quince años y la misma tendencia se observa en los bautizos.
Según fuentes del Instituto de la Juventud de España, en 2010 el número de jóvenes que se declaraba católicos practicantes había caído hasta el 10% frente al 30% de 2002. Igualmente, respecto a la participación en misa (fuentes del INE), sólo un 40% de los que se declaran católicos (70%) es practicante, es decir, alrededor de 13 millones de personas sobre una población de 46, menos de un tercio de la población. Añadamos que esa menguante práctica religiosa ha quedado reducida a mayores y mujeres, en entorno rural y con bajo nivel educativo. Por otra parte, uno de cada cuatro encuestados se declara no creyente, ateo o perteneciente a otras confesiones. Es evidente la gran diferencia entre las costumbres sociales actuales y el discurso oficial de la Iglesia.
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Con todos estos datos no se puede seguir sosteniendo que la mayoría de los españoles es católica y eso debe reflejarse en la presencia de clérigos en los hospitales, las escuelas y el ejército. Una vez más, la sociedad avanza más que las leyes y los partidos políticos progresistas ya están tardando en ponerse de acuerdo para denunciar el Concordato con la Santa Sede de 1953 y sus acuerdos posteriores si quieren de verdad que España avance.
Vuelvo al encabezamiento de esta entrada para reclamar la gran utilidad, la necesidad para la sociedad en general y para nuestra milicia en particular, de dar un enfoque más humanista que religioso a quien necesite de apoyo espiritual en sus momentos de zozobra. La tradición y el folklore están muy bien como marchamo identitario de un pueblo, pero siempre que no entren en colisión con el libre pensamiento y las legítimas demandas de progreso de una sociedad moderna y dinámica. En este sentido, una sociedad como la española, que poco o nada tiene que ver con la que vivió el Concordato del nacional-catolicismo, debe reaccionar ante la perenne intromisión de la Iglesia católica en las instituciones y en la enseñanza, sin hablar del intolerable privilegio que mantiene en materia contributiva.
Espero no volver a sentir vergüenza en un próximo encuentro internacional y que mis colegas europeos no vuelvan a ver o a recordarme imágenes, cuando menos exóticas, de un país que se quiere situar entre los más avanzados. Me refiero al Cristo de la Buena Muerte portado por legionarios, a las esperpénticas imágenes de militares bailando durante la peregrinación a Lourdes, a las bandas de música interpretando el himno nacional al inicio de una procesión y otros muchos etcéteras que ya señalé en una entrada anterior. Quiero sentirme ciudadano de un país serio, de una democracia avanzada y mientras se me permita seré crítico y beligerante con algunas costumbres y tradiciones que están empezando a pesar como bolas de presidiario para la sociedad. ¡"Que vivan las caenas…rotas"!
El humanismo hace falta entre nuestros soldados, nuestros militares en despliegues internacionales, sus familias que quedan en territorio patrio sin el apoyo del padre, de la madre o del hijo que se va lejos durante mucho tiempo. Un apoyo humanista que les ayude a sobrellevar su desarraigo temporal y a superar los problemas de orden moral que puedan surgir sin necesidad de recurrir a los dogmas religiosos, a lo supersticioso, a lo sobrenatural.