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La guerra inacabada de Corea

Georgina Higueras

El dictador Kim Jong-un ha resultado ser el maestro del tiempo. Todos y cada uno de sus movimientos están pautados al segundo para controlar el impacto de su creciente desafío. El mundo aún no se había recuperado del sobresalto que supuso el lanzamiento de un misil que sobrevoló el territorio japonés, cuando en la madrugada del domingo, 3 de septiembre, realizó el sexto y más potente de sus ensayos atómicos. El líder norcoreano ha logrado con sus avances militares imprimir urgencia a su empeño de firmar con Estados Unidos un acuerdo de paz que garantice la supervivencia de su régimen y ponga fin definitivamente a lo que Kim Jong-un considera “una guerra inacabada” que, con el armisticio de 1953, calló temporalmente las armas pero las dejó listas para aniquilar su país.

El tercero de la dinastía comunista instaurada por Kim Il-Sung en 1948, después de que, al margen de los coreanos, EEUU y la URSS decidieran dividirse la península por el paralelo 38, es el más intransigente de los tres y se ha agarrado al botón nuclear como tabla de salvación. Los analistas surcoreanos sostienen que su vecino del Norte ha llegado al convencimiento de que no tiene más salidas que vencer o morir, por lo que está elevando su apuesta para forzar a Washington a negociar en los términos que Piongyang quiere.

La obsesión por dotarse de bombas atómicas procede de Kim Il-sung, a quien EEUU amenazó con lanzárselas al principio de la guerra (1950-1953), pero la belicosidad del actual dirigente está impulsada por el sentimiento de traición y burla experimentado por su padre en 2008, tras el acuerdo alcanzado en las negociaciones a seis bandas (Rusia, EEUU, China, Japón y las dos Coreas) para liquidar el programa nuclear. Entonces, Kim Jong-il mandó destruir la torre de refrigeración de la central atómica de Yongbiong, la más importante del país, y entregó a China su inventario nuclear. A cambio, Washington se comprometió a levantar las sanciones que pesaban sobre Corea del Norte, sacar el país de la lista negrade los que apoyan el terrorismo e integrarle en la comunidad internacional. George Bush creyó que había puesto de rodillas al líder norcoreano y se desentendió de lo pactado, que solo cumplió en parte. La débil confianza labrada en años de negociaciones saltó por los aires. Ahora no hay quien la reponga.

Había sido muy difícil conseguir un pacto entre países que oficialmente siguen en guerra. Bush no estaba interesado en colocarse al lado de Kim Jong-il y firmar conjuntamente un Tratado de Paz. Piongyang lo interpretó como un incumplimiento de los compromisos alcanzados, dio carpetazo al acuerdo e inició la reconstrucción de Yongbiong y la puesta en marcha de un programa nuclear acelerado. El 9 de octubre de 2006 realizó su primera explosión atómica. El domingo, su hijo presumió de haber explosionado “con éxito” una bomba termonuclear, mucho más potente que la que destruyó Hiroshima en 1945. La detonación provocó un seísmo de 6,3 grados de magnitud y otro, ocho minutos más tarde, de 4,6 que los expertos chinos atribuyeron a un eventual desplome posterior de algún bunker subterráneo o túnel cercano.

Los servicios de inteligencia surcoreanos y japoneses, que siguen minuciosamente todos los movimientos del Ejército Popular norcoreano, estiman que ya dispone de entre 12 y 18 bombas atómicas. Además, pese al “eso no sucederá” con el que Donald Trump amenazó a Kim Jong-un para que no prosiguiera con lo anunciado de que se encontraba en la “etapa final” del desarrollo de un misil balístico intercontinental (ICBM), capaz de alcanzar suelo continental norteamericano, el ICBM de largo alcance fue probado por Piongyang con éxito en julio pasado. El líder asegura también que tiene la tecnología para miniaturizar las bombas en cabezas nucleares y lograr que se desprendan del cohete y atraviesen la atmósfera para dirigirse a su objetivo.

La rapidez de los avances militares norcoreanos ha sorprendido a la comunidad internacional. Mientras, Kim Jong-un administra como nadie los tiempos: el Hwasong-12, de alcance medio, que sobrevoló Japón lo lanzó durante las maniobras militares que realizaban EEUU y Corea del Sur en aguas cercanas a sus costas y en el 107º aniversario de la anexión por Japón de la península coreana. Su mensaje es claro: “A mí los muertos no me asustan, a vosotros, sí”.

El humanismo en la milicia

Al frente del país desde el fallecimiento de su padre en 2011, Kim III se autonombró mariscal y comandante en jefe del cuarto ejército más numeroso del mundo, con 1.100.000 uniformados, y elevó el gasto en defensa hasta situarlo oficialmente en 2015 en el 15,9% del presupuesto total, aunque en 2016 lo redujo una décima. El Departamento de Estado norteamericano, sin embargo, estima que Piongyang se gasta en torno a 6.500 millones de dólares anuales en defensa, lo que supera el 23% del PIB. No hay desglose del presupuesto pero los programas atómico y balístico son considerados “prioritarios para la defensa nacional”.

Todos los llamamientos realizados por Naciones Unidas para que ponga fin a esos programas han resultados tan inútiles como las sanciones económicas impuestas y ampliadas en siete ocasiones, la última este verano. Nada indica que Kim Jong-un vaya a ceder, y menos ahora, que se considera traicionado por China, país que ha votado a favor del endurecimiento de las sanciones en las dos últimas ocasiones, harta de que, después de darle tanto apoyo, su vecino sea cada vez más díscolo. Pekín, que no quiere que el régimen se hunda por la crisis de refugiados que sufriría y porque podría suponer el avance hacia su frontera de los 28.500 soldados norteamericanos estacionados en Corea del Sur, sigue apostando por el diálogo, pero parece haber dado un paso atrás para impulsar que Piongyang y Washington negocien directamente.

Para evitar un enfrentamiento de consecuencias potencialmente apocalípticas, EEUU tendrá que aceptar–al menos en un principio– una Corea nuclearizada y darle garantías de que la guerra de 1953 está acabada o bien, como propuso hace un par años la influyente Rand Corporation, alcanzar un acuerdo previo con China, aceptado por los demás vecinos, para en caso de que se decrete un bloqueo que hunda al régimen, dividirse el territorio norcoreano para actuar los más rápidamente posible e impedir que Kim Jong-un muera apretando el botón nuclear o el de otras armas de destrucción masiva, químicas o bacteriológicas.

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