Corría el mes de noviembre de 1989. Por entonces yo estaba dando los últimos retoques a mi tesis doctoral sobre el filósofo de la esperanza Ernst Bloch, mientras los medios de comunicación daban la noticia de la caída del muro de Berlín. Enseguida me vino a la mente la experiencia por la que tuvo que pasar veintiocho años antes cuando se construyó el muro. Sucedió durante el verano de 1961. Desde 1949 Bloch vivía en la República Democrática Alemana. Al principio contó con un reconocimiento generalizado entre las autoridades del país. Los estudiantes le escuchaban y leían embelesados, porque rompía los rígidos esquemas del marxismo ortodoxo y aportaba frescura, calidez y, sobre todo, horizonte utópico, en una ideología revolucionaria que se había acartonado. Pero cayó en desgracia. Cuanto más crecía su prestigio entre los estudiantes del Este europeo y en los sectores de izquierda de Europa occidental, más crecía el cerco al que le sometía el aparato del Partido Comunista en la República Democrática Alemana.
La noticia de la construcción del muro de Berlín le sorprendió en la República Federal de Alemania. Su respuesta a tamaña manifestación de irracionalidad no se hizo esperar. Escribió al presidente de la Academia de las Ciencias de Leipzig, de la que era miembro, comunicándole su decisión de no volver a la República Democrática Alemana.
En noviembre de ese mismo año pronunció en la Universidad de Tubinga una conferencia con el título ¿Puede frustrarse la esperanza? La pregunta no podía ser más pertinente, habida cuenta de que su tenaz e insobornable ideal de socialismo y libertad había fracasado. Mas para sorpresa de quienes le escuchaban, su respuesta no fue la del pesimista desencantado de todo, tampoco la del optimista ingenuo. Efectivamente, respondió, también la esperanza fundada puede quedar defraudada; y ello para honor suyo; de lo contrario no sería esperanza, sino confianza ciega. La esperanza contiene en sí misma lo precario de la frustración, pero esta no tiene por qué ser la vencedora. La esperanza puede recuperarse, reponerse de sus fracasos; ahí radica su grandeza.
La biografía de Bloch se corresponde con su filosofía de la esperanza. La esperanza constituye, para nuestro filósofo, el impulso de la utopía concreta y la determinación fundamental de la realidad. "Espera, esperanza, intención hacia una posibilidad que todavía no ha llegado a ser —asevera Bloch al comienzo de El principio esperanza—: no se trata sólo de un rasgo fundamental de la conciencia humana, sino […] de una determinación fundamental de la realidad objetiva en su totalidad".
La esperanza es un principio presente en el proceso del mundo y en la historia humana desde siempre, aunque oculto y no desplegado en toda su riqueza y densidad: es un principio capaz de mover el mundo. Pero necesita de un guardagujas que lo guíe hacia su liberación. Y ese guardagujas no puede ser otro que el ser humano, animal utópico y ser-en-esperanza.
Corresponde a Bloch el mérito de haber formulado el principio-esperanza, cuyo origen se encuentra en la religión hebrea, como reconoce el propio filósofo de la esperanza, de origen judío, quien se inspira en la Biblia, a la que considera “cuna de la esperanza” y punto de partida de la existencia humana entendida como historia.
La esperanza contiene en sí misma lo precario de la frustración, pero esta no tiene por qué ser la vencedora. La esperanza puede recuperarse, reponerse de sus fracasos; ahí radica su grandeza
El acontecimiento fundante de la esperanza hebrea e incluso del nacimiento del pueblo es el Éxodo, muy presente en la ulterior historia de Israel y movilizador de energías utópicas en momentos de depresión colectiva, que demuestra que todo fatalismo puede ser vencido, la liberación es posible y, en definitiva, la experiencia religiosa no tiene por qué ser alienante, sino que puede desplegar lo mejor del ser humano al servicio de la liberación. Más aún, en la religión de la esperanza se esconde un rico potencial simbólico del que suelen apropiarse los señores de la religión y de la política, y del que tienen que apropiarse los marginados tornándolo potencial emancipador.
El Dios de Israel apuesta por la causa de los oprimidos, que es la causa universal de la justicia. El profetismo es otro de los núcleos de la esperanza bíblica. Los profetas de Israel no se tienden en brazos del destino, sino que oponen a ese destino la libertad humana capaz de mutar el curso negativo de la historia y de anunciar un futuro nuevo a través de múltiples imágenes. Todo esto lo descubrí leyendo a Ernst Bloch, filósofo marxista ateo, que en su obra El ateísmo en el cristianismo define el cristianismo como “la religión del éxodo y del Reino”.
En la oscuridad del presente, con un clima utópico bajo mínimos, el avance de las distopías en la realidad y en medio de una realidad frívola y depresiva como la que estamos viviendo, vuelvo constantemente a la lectura de El principio esperanza, de Ernst Bloch (Trotta, 2004-2007) y de la Biblia, mis dos libros de cabecera. A Bloch para insuflar esperanza en la razón, introducir optimismo militante en la acción sociopolítica y elevar el vuelo de la cultura hacia el horizonte de la utopía. “La razón -afirma- no puede florecer sin esperanza ni la esperanza puede hablar sin la razón; ambas en unidad marxista. Ninguna otra ciencia tiene futuro, ni ningún otro futuro tiene ciencia”. La vuelta a la Biblia no tiene intención arqueológica y menos aún confesional, sino utópica y emancipadora.
En una entrevista de 1928 a la pregunta por el libro que más había influido en su vida, el dramaturgo alemán Bertolt Brecht respondía sin dudarlo que era -“y se van a reír”, apostillaba- la Biblia, con la que estaba familiarizado desde su infancia y juventud ya que su padre era católico y su madre protestante. Mi libro preferido es también la Biblia porque en él se encuentra una de las más bellas colecciones de utopías que activan y dinamizan el potencial de la esperanza e impulsan sueños de Otro Mundo Posible.
__________________________
Juan José Tamayo es teólogo de la liberación y autor de la trilogía Religión, razón y esperanza. El pensamiento de Ernst Bloch (Tirant, 2015, 2ª ed.), Invitación a la utopía. Ensayo histórico para tiempos de crisis (Trotta, Madrid, 2016, 1ª reimpresión) y ¿Ha muerto la utopía? ¿Triunfan las distopías? (Biblioteca Nueva, 2020, 4ª ed.)
Corría el mes de noviembre de 1989. Por entonces yo estaba dando los últimos retoques a mi tesis doctoral sobre el filósofo de la esperanza Ernst Bloch, mientras los medios de comunicación daban la noticia de la caída del muro de Berlín. Enseguida me vino a la mente la experiencia por la que tuvo que pasar veintiocho años antes cuando se construyó el muro. Sucedió durante el verano de 1961. Desde 1949 Bloch vivía en la República Democrática Alemana. Al principio contó con un reconocimiento generalizado entre las autoridades del país. Los estudiantes le escuchaban y leían embelesados, porque rompía los rígidos esquemas del marxismo ortodoxo y aportaba frescura, calidez y, sobre todo, horizonte utópico, en una ideología revolucionaria que se había acartonado. Pero cayó en desgracia. Cuanto más crecía su prestigio entre los estudiantes del Este europeo y en los sectores de izquierda de Europa occidental, más crecía el cerco al que le sometía el aparato del Partido Comunista en la República Democrática Alemana.