Reforma fiscal y el virtuosismo parlamentario Pilar Velasco
Ni Broncano ni Motos
Nuestro país agotador ha encontrado un nuevo “ellos y nosotros” en el que recrearse. La España de Pablo Motos y la España de Broncano, dicen. Se celebra el sorpasso de Broncano como una victoria de izquierdas. Me encantaría saber lo que piensan de eso la parte de sus seguidores que no podrían serlo menos. La revuelta, antes La resistencia, no es un programa de comedia política y Broncano lo explicó para quien no lo sepa en esa franja del estreno dedicada a la autodefinición: “La gente que piense que venimos aquí a hacer propaganda de Pedro Sánchez no ha visto un p* programa nuestro, no tiene ni idea”.
Entre la España de Pablo Motos y la España de Broncano hay una España que no conecta con ninguno de los dos. Una España desconcertada ante el éxito del primero y las atribuciones de genialidad suprema al segundo. Una España que no quiere fingir que es normal que sólo tengamos hombres en el menú. Me parece remarcable que quienes, con toda razón, censuran el machismo de Motos, obvien que el programa de Broncano es básicamente un club de hombres en el que las mujeres no pasan de sección. Yo intenté desde el principio que me gustara La resistencia, muy recomendada por amigos chicos, y me senté el lunes con la mejor disposición ante La revuelta. Pido perdón, ya que sociológicamente debería pertenecer a la llamada España de Broncano, pero me resulta todo lentísimo y no comparto ningún código con ellos. He leído en redes que no puede no gustarnos el programa de Broncano: que no pillarle la gracia significa que, cito, “nos hemos hecho viejos”. A los 16 años yo pensaba lo mismo sobre este tipo de humor, la verdad.
Se está diciendo mucho que contratar a Broncano es poco menos que un paso revolucionario en la televisión pública y yo me pregunto si lo más revolucionario que puede hacer la televisión de todos es contratar a un presentador externo millonario para que reproduzca exactamente su programa de éxito en una plataforma. Me pregunto si no sería más un papel de televisión pública el producir un programa propio realmente innovador, apostar por que lo condujera, ¡cuánto pido!, por fin una mujer. Si la pública, en principio más libre de la tiranía de las audiencias, no lo hace, quién lo hará. La televisión, explican los expertos, es un medio conservador que tiende a mantener lo que existe y funciona. ¿Podría la pública darle una oportunidad suficiente a un programa de este tipo que no exude sólo energía masculina?
Entre la España de Pablo Motos y la de Broncano hay otra que no conecta con ninguno de los dos. Una España que no quiere fingir que es normal que sólo tengamos hombres en el menú
Esta semana volvió también Carne Cruda y con Pablo Iglesias de comentarista político junto a dos periodistas. Me incomoda muchísimo cuando a los políticos los sientan a debatir con periodistas y analistas. Peras y manzanas. Una fórmula tremendamente eficaz para confundir aún más a los ciudadanos que ya apenas creen que los periodistas somos algo diferente, que no respondemos a un argumentario, que somos profesionales de un oficio noble, honesto y útil. El incomodómetro me estalló cuando Iglesias importunó a la periodista Marta Nebot exigiéndole, en mitad de una tertulia hasta entonces civilizada, que dijera cinco ciudades de Venezuela. “Es que hablas como si supieras mucho de Venezuela, di cinco ciudades”, le insistía, para incredulidad de cualquiera que estuviera escuchando. Ella le paró los pies con elegancia y asertividad: “los exámenes quedaron en la EGB”. Javier Gallego tuvo que intervenir para que Pablo Iglesias les permitiera, por piedad, salir de ese bucle infame en el que había empantanado un buen programa donde el feminismo es identidad. Los episodios machistas ocurren en todas partes. Postularse de izquierdas no exime de nada.
Perdonen entonces que muchas, y sí, sobre todo muchas y algunos muchos (un cartel promocional de dos hombres, Pablo Motos y David Broncano, besándose no es gracioso, es viejo humor homófobo), no nos enlistemos en la España de David Broncano como si fuera un batallón del bien frente al mal. La realidad es infinitamente más compleja que este reduccionismo de dos equipos con el que se aborda todo en este país. Me parece bastante más importante hablar de por qué aceptamos todavía que la noche televisiva sea de los hombres y las mañanas de las mujeres. O de por qué muchísimos hombres ni se acercan a la comedia hecha por mujeres, pero tantos gurús han dicho esta semana que la comedia hecha por sólo hombres en La revuelta nos tiene que gustar como si el humor universal fuera el de ellos.
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