Estamos tan metidos en el verano que ya hay gente lamentando su regreso. Es tan pronto todavía que muchos miran impacientes el reloj que abre las compuertas. Entre estas olas flota: ¿Has desconectado? ¿Desconectaste? ¡Desconecta! Lejos aún de ser de los primeros o de los segundos, un sábado cerca del mediodía me recreaba leyendo el periódico con mi café y mi tapita salada, cuando una voz ajena me levantó la vista: ¡Es que no desconectas nunca! “Esta es mi desconexión”, alcancé a decir, ahorrándome lo obvio: leer impresos hechos que ocurrieron hace 24 horas en 2024 computa bastante como desconectar, me parece.

“Desconectar para conectar”, leí ese mismo día en una publicación de Instagram de alguien que comenzaba vacaciones. Lo más brutal de la rutina es el automatismo que inflige: caminar tanto una calle a las mismas horas con las mismas prisas que seas incapaz de verla. A lo mejor, como sugiere esa idea, es en el día a día cuando estamos desconectados: saltando de una tarea a otra en la gincana de las listas que nunca dejan de tener algo por tachar. Los amaneceres y los atardeceres espectaculares están todo el año, los que faltamos somos nosotros.

¿Estamos diciendo desconexión cuando queremos decir ligereza? ¿Nos parece más preciso desconexión porque el hecho que más condiciona nuestra vida es que transcurre en el plano digital y en el plano físico al mismo tiempo?

¿Serás capaz de desconectar este verano? Trucos para desconectar en tus vacaciones. ¿Cómo estás, has desconectado de verdad? Arrebatada la posibilidad de simplemente hacer las cosas lo mejor que se puede, cerca de bien, la persona contemporánea tiene en esta cacareada meta de la desconexión pura otra barrera a superar, otra prueba. “Por supuesto, nada es más difícil que la ligereza”, escribe Juan Cárdenas en el ensayo La ligereza (Periférica, 2024). “Por desgracia, vivimos en un mundo que confunde la ligereza con la frivolidad. Y no hay nada más pesado, nada más insoportablemente pesado que la frivolidad”. ¿Estamos diciendo desconexión cuando queremos decir ligereza? ¿Nos parece más preciso desconexión porque el hecho que más condiciona nuestra vida es que transcurre en el plano digital y en el plano físico al mismo tiempo? ¿Se puede llamar desconectar, stricto sensu, a algo que no sea lanzar el móvil a un cuerpo de agua y caminar, erguirse, sin ese peso al cuello y ese imán en la vista y en los dedos? Si la desconexión impoluta es imposible en la vida moderna, ¿podemos intentar al menos la ligereza? “Parte de su encanto y su eficacia radica ahí, en su capacidad de ocultar la extrema dificultad bajo unos gestos naturales, incluso humildes”. Si no flota, no es ligereza.

Han cerrado temporada los programas insignia de la radio y la televisión, toda la apariencia de normalidad pringada de verano que caracteriza a julio está ya de operación salida. Comienzan los juegos de mitad de julio-mitad de agosto: coger el teléfono (están muy caros como para tirarlos al mar, quién puede permitírselo) y marcar el teléfono, consultar whatsapps o escribir whatsapps sin saber si estamos haciendo bien o mal, si habremos sido la mancha en esa trabajada desconexión y a alguien o a nosotros mismos nos tocará arrancar la hoja y volver a empezar. “Hay un tipo de arte que revela la dificultad —escribe Cárdenas — y otro que la oculta”.

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