De todas las colinas donde morir políticamente, Alberto Núñez Feijóo ha elegido la más absurda. Su defensa numantina de Carlos Mazón tras la tragedia de Valencia no solo es un error estratégico: es un acta de defunción política autoinfligida. Con una torpeza sin precedentes, el líder del PP ha decidido unir su destino político al del presidente valenciano cuando hasta las voces más conservadoras del panorama mediático andan pidiendo su dimisión.
"Mazón ha estado ahí desde el primer momento", declaró Feijóo en una entrevista en Antena 3, mientras España entera sabe que el presidente valenciano pasó cuatro horas en el reservado de un restaurante junto a una amiga periodista mientras la tragedia se desataba fuera. Es difícil imaginar una mentira más evidente y más fácil de desmontar. Pero Feijóo la pronunció, demostrando que está dispuesto a sacrificar su credibilidad por defender lo indefendible.
Lo más llamativo es el aislamiento en el que ha quedado el líder popular. Cuando hasta Federico Jiménez Losantos clama que “tiene que dimitir Mazón, hay más de 200 muertos", cuando Carlos Alsina cuestiona su gestión, cuando Ana Rosa Quintana afirma que "tenía que haber dimitido ayer", y cuando Carlos Herrera se suma a las críticas, uno se pregunta en qué realidad paralela vive Feijóo para seguir defendiéndolo. La soledad es total y la irresponsabilidad es absoluta.
La desesperada defensa de Feijóo sólo puede entenderse desde el pánico: el miedo a que la caída de Mazón termine de dinamitar su ya precario liderazgo. Un liderazgo que, seamos sinceros, hace tiempo que es más formal que real, más aparente que efectivo. Desde su llegada a Madrid, Feijóo ha sido poco más que un títere en manos de José María Aznar y una figura decorativa ante el verdadero poder de Isabel Díaz Ayuso en el partido. Con cada decisión importante, con cada crisis, hemos visto cómo el supuesto líder moderado acababa plegándose a los designios del expresidente y los caprichos de la presidenta madrileña.
La estrategia de defender a Mazón está resultando, por tanto, doblemente contraproducente. No solo está defendiendo a quien todos —incluso los suyos— consideran indefendible, sino que está confirmando lo que ya era un secreto a voces en la derecha española: que Feijóo no tiene la autoridad ni el peso político para tomar decisiones propias al margen de sus líderes autonómicos. Al intentar salvar a Mazón, no está logrando más que acelerar su propia caída y demostrar que el PP sigue siendo un partido donde las decisiones importantes las toman otros, mientras su presidente nacional se limita a ejecutarlas, por desastrosas que estas sean.
En su desesperación por desviar la atención del desastre valenciano, Feijóo ha llegado incluso a enfrentarse a su propia familia política europea. En una huida hacia adelante que roza lo esperpéntico, ahora exige la retirada de Teresa Ribera como candidata a la Comisión Europea, desafiando el criterio de la propia Ursula Von der Leyen, presidenta del PP europeo. Es tal su obsesión por no hablar de Mazón que está dispuesto a hacer descarrilar acuerdos europeos cruciales, aun sabiendo —como él mismo ha tenido que admitir— que ni siquiera tiene capacidad de veto sobre el nombramiento. El espectáculo resulta desolador: mientras repite obsesivamente los nombres de Sánchez y sus ministros, se niega a pronunciar el del verdadero responsable, Carlos Mazón.
Feijóo, que llegó como salvador del PP tras la crisis de Pablo Casado, puede acabar necesitando él mismo un salvador. Y esta vez, puede que ya no lo haya
Y mientras Mazón intenta salvar su cuello sacrificando a dos consejeras como chivos expiatorios, la pregunta ya no es si Mazón debe dimitir —algo que parece inevitable—, sino cuánto daño hará su caída a un Feijóo que ha decidido atarse al mástil de un barco que se hunde. El supuesto líder moderado del PP ha demostrado que, cuando llega la hora de la verdad, es incapaz de estar a la altura de las circunstancias. Y eso, en política, se paga caro.
Este episodio puede marcar un punto de inflexión en la política española. No sólo por la gravedad de la tragedia valenciana y la negligente gestión de Mazón, sino porque está revelando las costuras de un liderazgo que nunca fue tan sólido como se pretendía. Feijóo, que llegó como salvador del PP tras la crisis de Pablo Casado, puede acabar necesitando él mismo un salvador. Y esta vez, puede que ya no lo haya.
De todas las colinas donde morir políticamente, Alberto Núñez Feijóo ha elegido la más absurda. Su defensa numantina de Carlos Mazón tras la tragedia de Valencia no solo es un error estratégico: es un acta de defunción política autoinfligida. Con una torpeza sin precedentes, el líder del PP ha decidido unir su destino político al del presidente valenciano cuando hasta las voces más conservadoras del panorama mediático andan pidiendo su dimisión.