Joaquín Machado, un hermano Luis García Montero
Hay que mirar detrás de los documentos. La contribución nazi al origen de la campaña del norte (2/2)
¿Y en el Norte? A lo que parece los historiadores militares nazis lo consideraron como la consecuencia lógica de que hubiera en aquel momento tan escasas posibilidades de ofensiva en el arco Oviedo-León. La parte oriental era, sin embargo, más prometedora. Aquí, el relato se hizo eco de las presiones de Mola durante meses para obtener más recursos con los que reforzar sus elementos de combate en el Norte. Obsérvese lo subrayado en negrita. Los autores germanos de la intervención de su país en la guerra no escatimaban la aportación “nacional” española. Otra cosa es que no siempre hubiesen comulgado con las doctrinas de Mola, esas que durante la dictadura la historiografía patria esquivó limpiamente. Lo que se necesitaba era aviación y, sobre todo, artillería para avanzar rápidamente hacia Bilbao. En esto no cabe señalar que ningunearon a Mola, “el destructor”.
Es posible que los alemanes “apretaran”. Si bien tales apremios no están demasiado documentados en los archivos españoles, por lo menos en lo que he podido determinar, me parece evidente que la reacción no podía postergarse indefinidamente. Sobre todo porque Sperrle no pensaba que la suerte de la guerra pudiera decidirse en el Norte de forma rápida (quedaban otros huesos duros por roer). Pero para él, como quizá para otros militares del Ejército al que la Legión Condor apoyaba, lo que sí ocurriría es que un avance o una victoria favoreciesen al menos la superioridad moral y material franquista y la recuperación del prestigio de sus armas.
Todo ello, se afirmó en Die Kämpfe im Norden, sería un aliciente para lograr una victoria en la región central. Por lo demás, el relato alemán no dejó de aludir al aliciente adicional que suponían las reservas mineras y fabriles de Vizcaya. Esto es algo que interesaba sobremanera en la estrategia global (y no solo militar) del Tercer Reich en España. Tras el hundimiento del frente vizcaíno se produjeron incluso una serie de rozamientos cuando desde Berlín se pugnó por tallarse la parte del león en la exportación vizcaína en detrimento de los británicos. Otra historia.
Franco no fue fácil de convencer. Por las memorias de Francisco Serrat (que no suelen citarse, pero que reflejan los altos y bajos en las percepciones sobre la marcha de la guerra en los alrededores del Cuartel General), se sabe que en Burgos y Salamanca se ansiaba la caída de Madrid, que las dificultades en ocuparla crispaban los ánimos y que la moral se resentía. A ello creo que cabe añadir que es altamente probable que el servicio de información franquista señalara desde Londres que la ocasión de reconocer a los sublevados los derechos de beligerancia había pasado (lo cual era cierto). En una palabra, la tentación de marchar hacia el Norte se hizo sentir cada vez con mayor intensidad.
Transcurrió el tiempo y hasta el 20 de marzo no se dio luz verde. La cautela de Franco no cabe sobreestimarla. Ante la presión de sus propios militares y de Sperrle, no encontró otra alternativa. Sabemos que de forma inmediata el jefe del Estado Mayor de la Condor, el coronel Wolfram von Richthofen, empezó a discutir el 24 de marzo los detalles de la campaña y de la participación nazi. Como ha señalado uno de los mejores estudiosos de la campaña en Vizcaya, Xabier Irujo, estuvo desde entonces en contacto permanente con el coronel Juan Vigón (llamado a más altos destinos aunque no siempre a los más honorables).
No faltaron roces y controversias. Nazis y franquistas tenían concepciones diferentes sobre la forma de hacer la guerra. Sperrle y von Richthofen no desaprovecharon la ocasión de pasar a sus aliados sus propias ideas sobre el empleo de la aviación. Según Die Kämpfe im Norden, el segundo subrayó que había que conjuntar toda la potencia aérea disponible para impulsar el avance. Tras largas discusiones, los españoles aceptaron las ideas alemanas. Por la cuenta que les traía, las fuerzas de tierra “nacionales” deseaban tener la mayor coordinación posible con la aviación.
La vieja actitud de querer mantener impoluto el honor de Franco sigue viva con las modificaciones oportunas. Hay diversas formas de presentarla. La primera consiste en ignorar la cuestión. La segunda en echar la culpa a Sperrle o a los nazis
De lo que antecede se deducen, sin grandes dificultades, dos nociones. La primera es la primacía de Franco como Generalísimo, algo que nadie discutía. La segunda es que españoles y alemanes empezaron a poner en pie los puntales para sostener una estrecha coordinación táctica y operativa. En limpio castellano: con pleno conocimiento de todos los escalones implicados, desde la jefatura de las unidades de tierra, pasando por Mola y por Vigón. Llegaba hasta Kindelán y Franco. Subsistía plenamente en el aciago 26 de abril, día en que tuvo lugar la destrucción de Gernika.
¿Cabría hablar de “negociaciones”? Solo hasta cierto punto, porque en el decisivo aspecto del uso de la fuerza aérea, los alemanes tenían gran experiencia, ansiaban probar nuevos métodos de coordinación tierra-aire y nunca fue cuestión de prescindir de ella. Lo demuestra el choque (casi siempre oculto en la historiografía patria) entre Franco y Sperrle poco antes de aquel luctuoso día.
No tengo en mi biblioteca la versión en castellano del libro, magnífico, de Schüler-Springorum. En la alemana leo que el general Sperrle deseaba desde el primer momento experimentar y comprobar los resultados de la actuación de sus aparatos en los bombardeos sobre ciudades y, en especial, Madrid. Empezaron distribuyendo octavillas en las que Franco amenazaba con destruir la ciudad y luego siguieron las bombas. Ningún alto mando franquista protestó.
Sí terminó protestando Francisco Franco, genio de entre los genios, pero por razones relacionadas con su comprensión de las operaciones, propias de un general que no tenía otra experiencia bélica que la de aplastar a las kabilas y a los mineros asturianos.
Entre el 2 y el 5 de abril de 1937, al poco de iniciarse la campaña del Norte, Franco se entrevistó con el mitificado almirante Canaris en Sevilla y Salamanca respectivamente. Elogió ante él a los aviadores alemanes, su capacidad y sus éxitos. Sus relaciones con Sperrle las calificó Franco de muy buenas. Le había asesorado siempre bien y lo consideraba un excelente soldado. Que yo sepa no se abordaron las disensiones que ya había habido entre Mola y Sperrle, emperrado el primero en devolver a Vizcaya a la condición preindustrial (lo que bauticé con el término de “reruralización”)
Pocos días después, tales relaciones se pusieron a prueba en un episodio que nunca he podido comprender por qué no ha entrado en el mainstream de la historiografía patria. Lo he enfatizado una y otra vez desde que empecé a escribir sobre el Tercer Reich y la guerra. El 11 de abril, Sperrle destacó, de nuevo, ante Franco que si las operaciones llevaban tanto tiempo era porque no se había contado con fuerzas suficientes.
Así pues, ¿qué hizo Franco? Dando pruebas de su gran genio estratégico y político, que le ha valido tantas alabanzas, solicitó a Sperrle el 14 de abril el envío de aviones de la Condor al frente central. Es un episodio conocido. Se hace escaso hincapié en la frígida respuesta de Sperrle: “Le informo nuevamente que tengo órdenes tajantes de utilizar la Legion Condor solo en bloque, de acuerdo con sus instrucciones, y no en partes aisladas. En estas condiciones se la puso a disposición de V.E. bajo mi mando”.
Debió de haber cierto papeleo porque tres días más tarde el propio ministro de la Guerra, mariscal von Blomberg, telegrafió a Franco directamente desde Berlín apoyando a su general. Es la única vez que en toda la guerra se encuentra una intervención parecida.
La vieja actitud de querer mantener impoluto el honor de Franco, en quien en último término revierten todas las responsabilidades, sigue viva con las modificaciones oportunas. Hay diversas formas de presentarla. La primera, arquetípica, consiste en ignorar la cuestión. La segunda en echar la culpa a Sperrle o a los nazis.
Lamentablemente los papeles alemanes se han perdido del todo, salvo en el caso –arquetípico– de Gernika, al que he dedicado una gran parte de mis investigaciones. Hace tiempo que lo que se busca es mantener, en todo lo posible, el mito de la “ignorancia” de Franco.
(Los lectores interesados en abordar Die Kämpfe im Norden ya no tienen que ir a ningún archivo alemán. Pueden encontrarlo en fotocopia en el Centro Documental del Bombardeo de Gernika. No me consta que ningún otro archivo español haya pedido copias, pero a lo mejor me equivoco).
Ver aquí el primer artículo de esta serie de dos entregas. Anterior serie del mismo autor en infoLibre: 'Franco alargó conscientemente la guerra civil'.
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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Acaba de publicar su última obra es 'La forja de un historiador'', Crítica, Barcelona, 2024.
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