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La importancia de la verdad política

En política solo hay un principio y una verdad: lo que beneficia a mi oponente me perjudica, y viceversa.

Lenin

Suele hablarse de la importancia de pensar la política en base a la evidencia científica y a lo que indican los resultados de los estudios; los hechos y los datos deberían guiar la acción política. Sin embargo, la política se mueve en un terreno diferente: el de la vida pasional colectiva, y lo que se demuestra científicamente no tiene una traducción mecánica en el campo de la política. Hace falta algo más. De ahí que haya que tomarse realmente en serio la evidencia más importante de todas: a saber, la política. Por sí misma, la evidencia científica no se convierte directamente en una creencia social ni en una verdad política. Esto no significa que haya que renunciar a lo que dice la evidencia científica; al contrario, significa tomársela realmente en serio, pero para ello es necesario ser conscientes de que en política las reglas con las que se libra la batalla son otras, y que, como escribió Bourdieu, "las ideas verdaderas no tienen fuerza intrínseca".

Que algo esté demostrado no significa que vaya a ser apoyado y, al revés, algo que no cuenta con ningún fundamento científico puede llegar a ser apoyado por una mayoría: puede convertirse en una verdad política, independientemente de lo surrealista o siniestro que pueda parecer. Que esto sea así, que políticas horrorosas puedan ser apoyadas por mayorías, obliga a los demócratas a tomarse en serio la política y a no engañarse pensando que todo se explica porque la gente vive engañada. ¿Eran los judíos un agente patógeno introducido en una comunidad orgánica de alemanes? No. ¿Es la tierra plana? No. ¿Tiene razón Mayor Oreja cuando habla del creacionismo? No. Pero que todas esas posturas sean delirantes no impide que puedan convertirse en verdades políticas si mucha gente así quiere creerlo, con las consecuencias desastrosas que acarrea.

Se pueden buscar explicaciones muy diversas a los mismos hechos, porque el tipo de ficción que se construye determina el modo en el que accedemos a la realidad. Los hechos y los datos adquieren sentido dentro de un ecosistema, no flotan en el aire, y ese ecosistema en el que están inscritos es objeto de disputa. Así pues, pocas cosas hay más importantes que tomarse en serio el conflicto por cómo se interpreta e imagina la realidad, los hechos y los datos: el dato no mata al relato, en todo caso, el dato necesita convertirse en un relato.

La izquierda tiene que proyectar placer, y no sacrificio; liberación, y no culpa; apertura y no repliegue; hacer la vida más fácil, y no añadir problemas; encarnar la voluntad de poder y no el resentimiento. Ser aspiracional y deseable

Si la política tiene como finalidad la verdad y el poder es la fuerza que la sostiene, carecer de poder es carecer de la fuerza que sostiene a la verdad política. La realidad es siempre una realidad en conflicto; el conflicto es algo intrínseco al poder, la política va del poder y la verdad es el fin último de la política. La verdad política puede ser una verdad disociada de la veracidad; basta con que sea creída como tal. Por ese motivo, resulta fundamental disputar el poder sobre la verdad y esto tiene que ver con disputar las creencias, las aspiraciones, los mitos, los afectos, las apariencias, la estética, la épica, los valores y el deseo. Nada de esto es secundario o accesorio en el ser humano; al contrario, son elementos constitutivos y nucleares. Tenerlo en cuenta es ser realmente materialista.

El litigio político se dirime en el campo del deseo, básicamente porque es la fuerza motriz que somos: los seres humanos somos seres deseantes. Nos parece bien y perseguimos lo que deseamos, no al revés. Esto no es algo propio de nuestra época "emocional" en contraposición a otra época en la que reinaba la razón; esta es una máxima eterna, ya que, como nos recuerda Maquiavelo, en el mundo no hay nada nuevo: siempre hay la misma cantidad de bien y de mal y estamos motivados por los mismos deseos.

Hay una corriente que quiere devolvernos al antiguo régimen, pero no al de Franco; no, lo que pretende impugnar es todo lo nacido desde la Revolución francesa. Si queremos impedir esta involución oscurantista, no basta con presentarse como aquello que lo frena. La razón de ser de la democracia no puede ser la de evitar que gane la extrema derecha; necesita ser una afirmación de sí misma, de algo propio que anuncie un porvenir renovado sobre nuevos valores y nuevas tablas que logre erotizar otra vez a la sociedad. La izquierda tiene que proyectar placer, y no sacrificio; liberación, y no culpa; apertura y no repliegue; hacer la vida más fácil, y no añadir problemas; encarnar la voluntad de poder y no el resentimiento. Ser aspiracional y deseable.

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Jorge Moruno es sociólogo por la UCM, diputado de Más Madrid y portavoz de Vivienda.

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