Encerrada en el baño de la Sutton Eva Baroja

El genocida Benjamin Netanyahu acaba de dinamitar la tregua acordada con Hamás con los bombardeos indiscriminados contra una población gazatí indefensa y humillada. En los cuatro días desde la ruptura de la tregua ha provocado el asesinato de más de 600 personas, entre ellas cerca de doscientos de niñas y niños, y cerca de 800 personas heridas. El genocidio suma ya más de 60.000 muertos. Tamaña y mortífera agresión se ha lanzado con el asentimiento expreso y el apoyo incondicional de Donald Trump, que ha responsabilizado de los bombardeos a Hamás, y con el silencio cómplice y vergonzante de la Unión Europea. Vuelve a repetirse la lógica de la complicidad con el exterminio del pueblo palestino y de su desplazamiento forzoso, que ya desarrollara el anterior presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, con su apoyo militar al ejército israelí. Dolor y más dolor del pueblo palestino e impotencia de quienes condenamos tamaña masacre.
“Esto es solo el comienzo”, ha declarado Netanyahu, quien no atiende a la demandas de los familiares de los rehenes que reclaman su liberación. Le ciega el odio al pueblo palestino. Sabe que nadie le va a detener porque cuenta con total impunidad. Ni la protesta del secretario general de la ONU, ni la condena del Tribunal Penal de la Haya, ni la voz de denuncia de las iglesias cristianas de Palestina, ni las protestas de los familiares de los rehenes consiguen disuadirle de que respete el alto el fuego y que frene las matanzas. Cada día da un paso más hacia el exterminio de la comunidad palestina.
Así las cosas, en el seno del cristianismo se está produciendo un conflicto de interpretaciones y una guerra ideológica a favor o en contra de Trump-Netanyahu. La operación de exterminio cuenta con el apoyo y la legitimación del sionismo cristiano, que apoya la política de Trump y Netanyahu de anexión de Palestina y de la creación del Gran Israel. Es el posicionamiento de Cristianos Unidos por Israel, una organización sionista cristiana creada en Estados Unidos en 2006, a la que pertenece Mike Pompeo, ex jefe de la CIA y ex secretario de Estado durante el primer mandato de Trump, quien pidió al presidente estadounidense que reconociera a Jerusalén como capital de Israel y trasladara la embajada de Estados Unidos a Jerusalén. Otra organización en favor de Israel es Proclamando Justicia para los Pueblos, que exigió la dimisión del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, por sus críticas a Israel.
La operación de exterminio cuenta con el apoyo y la legitimación del sionismo cristiano, que apoya la política de Trump y Netanyahu de anexión de Palestina y de la creación del Gran Israel
Recientemente más de 3000 pastores y líderes sionistas cristianos, afiliados a la organización Líderes Cristianos Americanos por Israel (ACLI), un proyecto de la extremista Embajada Cristiana Internacional de Israel, han firmado una declaración en la que instan al Donald Trump a declarar la soberanía israelí sobre la totalidad de Tierra Santa con argumentos bíblicos falaces.
La respuesta no se ha hecho esperar y ha venido de una coalición de diversas voces cristianas, activistas y personas comprometidas con la paz y la justicia en Tierra Santa, que califica la declaración de los cristianos sionistas de profundamente inmoral, incoherente con el Dios de la paz y contraria a las exigencias morales de los cristianos y cristianas como seguidores de Jesús de Nazaret y de los profetas bíblicos. Reafirman el derecho inalienable de la población palestina a una vida digna y libre en su patria y se oponen al desplazamiento forzado. Califican al “sionismo cristiano” de “teología herética” que fomenta el desarraigo violento de familias y comunidades enteras de las tierras que han cultivado y en las que han vivido durante siglos.
Consideran que la llamada a expandir las fronteras del Israel y expulsar violentamente a la población palestina de su territorio constituye una interpretación errónea del testimonio bíblico y la eliminación de miles de años de historia y de cultura palestinas. Rechazan de manera categórica el uso indebido de la Biblia para justificar actos que traicionan la esencia de la fe cristiana y el mensaje de Jesús de Nazaret.
Muestran su solidaridad con todas las comunidades palestinas que luchan contra la limpieza étnica, la opacidad cultural y el genocidio. Se refieren en concreto a las comunidades musulmanas de tradición sunita, chiita, drusa, etc., a las comunidades cristianas árabes, armenias, siríacas/arameas, a las comunidades judías palestinas, a otras minorías religiosas y a las minorías no religiosas, que conforman el mosaico de los diferentes credos y de las comunidades étnicas de Palestina. Cualquier intento de eliminar a alguna de estas comunidades o de reivindicar la exclusividad de una de ellas a expensas de las demás es “un crimen contra Dios y contra toda la humanidad”.
Reivindican el derecho inalienable del pueblo palestino a vivir libremente y con dignidad en su patria. Condenan el empeño de Estados Unidos y de Israel por desposeer al pueblo palestino. Rechazan la limpieza étnica y la supremacía de un pueblo sobre otro. Su conclusión es que “la paz solo llegará cuando todos los pueblos de la Tierra Santa -palestinos e israelíes, cristianos, judíos, musulmanes, personas de todas las religiones y de ninguna vivan juntos en una tierra compartida”.
En este conflicto de interpretaciones y posicionamientos ideológicos no cabe la neutralidad. La teología de la liberación, la hermenéutica bíblica, la historia y el derechos internacional están de lado del pueblo palestino. Yo también lo estoy.
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Juan José Tamayo es profesor emérito de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid.
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