Sumar más que el conjunto de las partes Cristina Monge

Regreso de la 69 conferencia anual de ONU Mujeres con un sabor agridulce. Son ya varios ejercicios en los que participo de esta reunión periódica y confieso que cuesta cada vez más asimilar los procesos de internacionalización de las políticas de igualdad que no solamente no acaban de ser asumidas por estados y gobiernos, sino que sufren un evidente retroceso incluso en los países más avanzados en este sentido, con la amenaza cierta de provocar una involución.
Hace nada menos que 30 años que en Beijing se aprobó el plan de acción más avanzado y ambicioso de la historia de la humanidad, que se centraba en 12 formas de acción sobre los elementos más preocupantes en términos de desigualdad de las mujeres y las niñas, y que abarcaban desde la educación al empleo o la participación política, pero sobre todo focalizan sus objetivos en actuaciones concretas y relevantes, no tanto en declaraciones simbólicas tan propias de los organismos internacionales.
En el análisis del cumplimiento efectivo de aquel plan de acción que hemos llevado a cabo en la presente edición, no faltan las luces en forma de implementación de leyes contra las violencias ejercidas sobre las mujeres, 1.583 leyes en 193 países, en las que por cierto España es referente tras la aprobación de la conocida como ley del solo sí es sí. Sin embargo, el machismo incluso en su expresión más agresiva y violenta no ha remitido. Se calcula que 736 millones de mujeres han sufrido alguna forma de violencia física o sexual. Casi una de cada tres han sido víctimas en un determinado momento de su vida. La mayoría de ellas por parte de su pareja o expareja. 140 mujeres y niñas fueron asesinadas cada día del año por parte de su propia familia.
Los factores contextuales operan en forma de mayor riesgo, dónde y cuándo se nace no es neutro: así las crisis económicas o climáticas, la religión, las guerras o la pobreza actúan como aceleradores de una situación a la que no escapa ningún país del mundo. 230 millones de niñas han sufrido mutilación genital, incrementándose anualmente, y resultando casi universal en países en los que 9 de cada 10 mujeres y niñas sufren la mutilación genital.
La reacción personal de las mujeres y las niñas frente a estas violencias sigue siendo la red familiar o de amistad, y muy escasamente a las instituciones públicas, lo que indica la falta de credibilidad y confianza en las respuestas que lo público ofrece, de tal manera que menos del 10 por ciento presentan denuncia ante la policía o instituciones sociales, y las consecuencias de dichas denuncias siguen resultando insuficientes, por cuanto las políticas de prevención efectiva de los comportamientos machistas son escasas, y tampoco están dotadas económicamente para intervenir realmente y para atender las necesidades de las mujeres víctimas a fin de que se vean protegidas y acompañadas. La monitorización y revisión de las políticas que se apliquen, la participación diversa en el desarrollo de las normas y el enfoque integral en la víctima siguen siendo asignaturas pendientes, junto con la más que evidente semiimpunidad de los agresores.
No sé a qué se espera para que la agenda política incluya en su prioridad máxima la desigualdad y el ejercicio del poder de la mitad de la sociedad sobre la otra media. No habrá democracia ni libertad plenas sin igualdad
Son con este muchos los encuentros globales posteriores a Beijing en los que la ONU y los países miembros han concentrado sus esfuerzos en el análisis y búsqueda de la igualdad efectiva entre mujeres y hombres, sin que el avance más allá de la conversación publica llegue a ser suficiente, de hecho los propios términos expresados en la declaración acordada en esta 69 conferencia afirman que ni un solo país en el mundo ha conseguido alcanzar el objetivo de igualdad entre seres humanos mujeres y hombres.
Los avances son lentos y dispares, e identifican barreras estructurales que por tanto exigen un esfuerzo en las bases de conformación sociales. La feminización de la pobreza, las numerosas zonas de conflictos bélicos donde se multiplican las muertes y las violencias, y el avance de ideologías de extrema derecha que abanderan el negacionismo se ubican en la causa de una inercia que hasta hoy ha resultado imposible de revertir.
Es más, los desarrollos en términos tecnológicos y comunicativos han traído nuevas amenazas en forma de violencias digitales, especialmente en las redes sociales, con el objetivo de humillar, intimidar y apartar del espacio público a las mujeres actuando no solo sobre ellas mismas, sino sobre sus entornos personales o familiares universalizando así los mecanismos de agresión y facilitando la cultura sexista.
Ante esta situación es difícil no entristecerse. Los trabajos y encuentros sobre el eje de ONU Mujeres especialmente, de la sociedad civil feminista organizada, es siempre un soplo de energía y sororidad. Trae momentos de emoción. Alienta ver a mujeres de todo el mundo bajo la misma bandera y con un propósito único e irrenunciable: la igualdad de género. Pero desalienta en mayor medida la escasa eficacia de los aún insuficientes esfuerzos públicos nacionales e internacionales en este sentido. No sé a qué se espera para que la agenda política incluya en su prioridad máxima la desigualdad y el ejercicio del poder de la mitad de la sociedad sobre la otra media. No habrá democracia ni libertad plenas sin igualdad, y los estados y los gobiernos serán fallidos en tanto no la obtengan.
Es este además un momento especialmente crítico. Las posiciones ideológicas que sustentan el machismo han cobrado mayor vigor y se han hecho más efectivas alcanzando la hegemonía en gobiernos muy influyentes en el mundo, hasta el punto de cuestionar y perseguir los objetivos feministas y su carácter emancipador de las personas y los pueblos.
Los movimientos ultraderechistas se han quitado la careta y han pasado de impugnar la libertad de decidir de las mujeres sobre nuestro propio cuerpo y la diversidad sexual a oponerse a cualquier política de igualdad de género desde las aulas al ámbito de participación pública o el familiar. Lo preocupante no es su mera existencia, sino su capacidad expansiva, los recursos de todo orden de que disponen y el contagio de sectores conservadores que hasta hace poco se comprometían con los derechos humanos y ahora sienten la tentación de negarlos. Cuando creíamos ir avanzando en la conquista de objetivos vemos con pavor cómo lejos de su consolidación están en riesgo, cómo las declaraciones tienen solo el poder de la palabra, necesaria pero no transformadora, cómo el feminismo sigue siendo fundamental y casi exclusivamente cosa de mujeres.
Volveremos el año próximo, cargadas de ilusión y de propuestas, con la urgencia de combatir la ola machista y la decisión de no permitir más retrocesos, pero no podremos conseguirlo solas, no alcanzaremos los objetivos hasta que este sea un proyecto humanamente compartido por todas y todos.
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María José Landaburu es doctora en Derecho y experta en Derecho laboral y autoempleo.
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