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Los 'Pelicotes'

La vergüenza no ha cambiado de bando, debe cambiar, pero no lo hará si no acompañamos a Gisèle Pelicot más allá de la puerta del juzgado, y dejamos sin espacio a quienes aún callan y miran para otro lado cuando se habla de violencia sexual. Sin ir más lejos, el mismo día que se leía la sentencia y a las afueras de tribunal se gritaba “la vergüenza va a cambiar de bando”, el abogado de uno de los agresores se acercó al grupo para “presumir” de que su defendido no entraría en prisión. Vergüenza ninguna, tampoco respeto.

Los “Pelicotes” son los hombres que conviven en una cultura repleta de referencias para que ellos interpreten cuáles son los momentos para dar el paso hacia la violencia sexual y luego negarla. Y también son aquellos otros que sin darlo participan de las mismas razones para justificarla y situar en las mujeres víctimas la culpa de lo ocurrido. Son hombres que saben muy bien lo que hacen, tanto que también toman conciencia de cada caso que agita a la sociedad, como ha ocurrido ahora con el de Gisèle Pelicot, pero no para cambiar las circunstancias ni cuestionar lo ocurrido, sino para aprender que a partir de ese momento tienen que cambiar de estrategia y argumentos para que todo siga igual, porque la sociedad que ha vivido el ejemplo de dignidad de Gisèle Pelicot, ya tiene en su frase una nueva referencia para posicionarse contra la normalidad que define la “cultura de la violación”.

El error está en creer que el hecho en sí es suficiente para que una sociedad definida por la cultura androcéntrica cambie. No lo hará, como antes no lo hizo ante otros movimientos que agitaron las conciencias, tal y como sucedió en Argentina con el movimiento “Ni una menos”, o con el “Me too” en EE.UU., o con el “Yo sí te creo” en España, movilizaciones que se extendieron por muchos países y que todavía están presentes, pero que también dieron lugar a otros movimientos “en defensa de los hombres y su normalidad”, como sucedió con la estrategia del “Nadie menos”, con el “Not all men” o como vimos en España dos años después de la violación de “La manada”, cuando un grupo de jóvenes llevó a cabo una violación grupal en Las Palmas y se autodenominaron “la nueva manada”.

Los “Pelicotes” son los hombres que conviven en una cultura repleta de referencias para que ellos interpreten cuáles son los momentos para dar el paso hacia la violencia sexual y luego negarla

Toda esta situación indica que el impacto de cada una de las reivindicaciones alrededor de los casos que dieron lugar a ellas no fue tan definitivo a pesar de la fuerza inicial y de su continuidad como argumento.

La vergüenza no cambiará de lado si no la empujamos para que lo haga, porque los “Pelicots” son hombres normales que viven su masculinidad y sus privilegios tranquilamente, algunos de ellos utilizando la violencia contra las mujeres en sus diferentes formas, con la confianza de que no van a ser descubiertos, como ocurrió con Dominique Pelicot y su “manada por capítulos” durante 10 años, hasta que fue descubierto de forma “accidental”, no porque alguien denunciara o porque existan indicadores de riesgo y sospecha definidos para detectar los casos.

Y no cambiará de bando la vergüenza a pesar del caso porque el machismo tiene sus mecanismos de defensa preparados para que actúen en estas situaciones, e incluso salir reforzado. Y lo hace a través de la “estrategia del chivo expiatorio”, de la que vengo hablando desde finales de los 90. La idea es muy simple: apoyo y solidaridad entre los hombres durante la violencia sexual y ante la normalidad que la permite, tanto con acciones como con silencio, pero si alguno es descubierto, entonces el apoyo se convierte en crítica y señalamiento para que ese hombre o esos hombres sean presentados como casos aislados y “paguen por todos los demás”. De ese modo se hace creer que el propio sistema responde ante la violencia que sufren las mujeres, y que no tiene nada que ver con el machismo porque es frente a hombres contra los que actúa.

Pero la realidad y el sistema no son así. Sólo tenemos que detenernos ante algunas de sus características para verlo tal y como en verdad es.

El estudio del CIS de noviembre de 2012 muestra que el 0,9% de la población española ve “aceptable forzar sexualmente a una mujer en algunas circunstancias”, y un 7,9% no lo ve aceptable, pero “no cree que siempre deba ser condenado por la ley”.

El estudio del CIS de julio de 2017 recoge las diferentes razones que la sociedad da para explicar la violencia sexual, y se ve que las causas confluyen en dos grandes ideas, la primera es que la violencia sexual se debe a que la mujer “provoca”, argumento que comparte el 72,2%, y la otra es que la mujer agredida “tiene la culpa”, que lo piensa un 8,5%.

Todo ello demuestra que no son unos pocos hombres y que hay referencias suficientes para que los casos se puedan producir, y lo hacen con tanta frecuencia que otro informe del CIS, este de enero de 2023, indica que un 21,7% de la población conoce a una mujer que ha sufrido una agresión sexual. Situación que también queda reflejada en la Macroencuesta de 2019, que concluye que el 13,7% de las mujeres españolas mayores de 15 años ha sufrido violencia sexual, lo cual supone una cifra de alrededor de 3 millones de mujeres.

Todos estos datos muestran que la vergüenza de los agresores no existe porque “no tienen nada de lo que avergonzarse” cuando la propia sociedad oculta la violencia sexual y culpa a las mujeres que la sufren. Y no es una deducción teórica, este pasado verano se ha publicado un trabajo científico de la Universidad de Melbourne (revista “Trauma, violence and abuse, 2024”) realizado sobre violadores convictos para obtener de primera mano las razones que los llevaron a violar, y el grupo mayoritario explica lo ocurrido bajo la idea de que “la mujer provocó la situación” y que ellos no son violadores.

Debemos trabajar para hacer verdad las palabras de Gisèle Pelicot, y eso supone transformar una sociedad y una cultura machista en la que cada día se producen casi 1000 casos de violencia sexual (Macroencuesta 2019), y en la que durante el mismo periodo de 10 años en el que estuvieron violando a Gisèle Pelicot en Francia, en España las instituciones estuvieron sin hacer lo suficiente en la instrucción de un caso en el que empresarios de Murcia agredían sexualmente a menores, para luego beneficiarse de la “dilación indebida”. Esa es la sociedad que tenemos, una sociedad en la que la pasividad actúa a favor del agresor y se beneficia de ella, mientras se vuelve contra las víctimas que se hunden en el trauma sufrido sin que reciban atención suficiente ni reparación a cambio.

Es la sociedad de “los Pelicotes”, capaz de condenar a los violadores de Gisèle Pelicot tras su descubrimiento accidental, pero no de hacer lo suficiente para impedir que la violencia sexual se produzca con complicidad e impunidad, incluso del mismo modo que sufrió Gisèle, tal y como ha destapado una información periodística alemana (22-12-24), que revela cómo miles de hombres normales formaban parte de una red en la que ofrecían violar a sus mujeres, madres e hijas drogadas, para luego grabarlas y compartir los vídeos.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

La vergüenza no ha cambiado de bando, debe cambiar, pero no lo hará si no acompañamos a Gisèle Pelicot más allá de la puerta del juzgado, y dejamos sin espacio a quienes aún callan y miran para otro lado cuando se habla de violencia sexual. Sin ir más lejos, el mismo día que se leía la sentencia y a las afueras de tribunal se gritaba “la vergüenza va a cambiar de bando”, el abogado de uno de los agresores se acercó al grupo para “presumir” de que su defendido no entraría en prisión. Vergüenza ninguna, tampoco respeto.

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