“Cueste lo que cueste” Cristina Monge
Las políticas de genocidio cultural en EEUU y Canadá llegan a las plataformas televisivas
Quiero hablarles de lo que he visto en televisión en estas últimas semanas. Algo está cambiando para que la punta de lanza de la nueva industria de entretenimiento, las series que pugnan por nuestra atención en la televisión a la carta que nos ofrecen las plataformas, presten su atención al fenómeno del maltrato de los aborígenes en las reservas indias en los EEUU y Canadá, que incluye terribles episodios de niños obligados a dejar a sus familias, junto a miles de desapariciones de mujeres indígenas que no son objeto de investigación policial. Dos fenómenos que tienen muchas de las características del crimen de genocidio.
Las desapariciones forzadas, un crimen internacional narrado ya en el cine
Las desapariciones forzadas de personas son un crimen internacional que una parte de la opinión pública vincula sólo con el contexto histórico del denominado Plan Cóndor, trazado de consuno desde la Secretaría de Estado que desempeñara Kissinger y las cancillerías de algunas dictaduras del cono sur, que se extendió desgraciadamente en los años 70 y causó que miles de personas fueran “desaparecidas”, esto es, detenidas ilegalmente, encerradas en cárceles clandestinas donde fueron torturadas y muchas de ellas asesinadas, enterradas clandestinamente o arrojadas al mar desde los vuelos de la muerte, de forma particularmente masiva en Argentina y Chile. Lo ilustraron películas como Missing de Costa Gavras (1982), La historia oficial, de Luis Puenzo (1985), La noche de los lápices, de Héctor Oliveira (1986) y documentales como Nostalgia de la Luz, de Patricio Guzmán (2010).
Sin embargo, se trata de un fenómeno de alcance global, un recurso de dictaduras y regímenes autoritarios en cualquier rincón del planeta: podemos hablar del caso de Colombia (ilustrado por ejemplo en una serie documental de 2020, de la RTVC, La Búsqueda es contigo), de México (valga como muestra el documental Ayotzinapa. El paso de la tortuga, sobre la muerte y desaparición de 43 estudiantes), y de muchos otros países, desde América Central al Africa central, de Tailandia a Egipto o Israel y, por supuesto, en Rusia, o China, hasta alcanzar el rango de un genocidio masivo como sucedió bajo el régimen de los Khemer en Kampuchea, del que todos recordamos la película The killing Fields (Los gritos del silencio), de Roland Joffe, que ganó tres premios Oscar en 1985, o en la represión masiva organizada por el general Suharto en Tailandia en 1965-66 tras el fracaso del golpe de Estado de una parte del Ejército contra el presidente Sukarno, y que está en el trasfondo de la película de 1982 The Year of Living dangerously (El año que vivimos peligrosamente), de Peter Weir. De otros regímenes, como el de Corea del Norte, ni siquiera podemos hablar, por su opacidad: son auténticos agujeros negros. Sin olvidar que también fue el caso de la España franquista, como ilustra el documental El Silencio de los otros, de Almudena Carracedo y Robert Bahar, ganador de un Goya en 2018.
Lo más grave es que también nuestras democracias occidentales se han visto implicadas en esas prácticas criminales, so pretexto de la denominada “guerra contra el terrorismo internacional”, declarada por la administración Bush y aún hoy no derogada, en la que los EEUU contaron con la complicidad en diverso grado de buen número de Estados occidentales y también de regímenes que aceptaron que transitara por su territorio o incluso que fuera el destino final de vuelos clandestinos en los que se hurtaba de un proceso legal a supuestos terroristas. Lo vimos también con motivo de la guerra contra Saddam Hussein, que nos dejó las terribles imágenes de Abu Ghraib. Sobre ello, me permito recomendar el libro de Consuelo Ramón La guerra contra el terrorismo, veinte años después. Zero Dark Thirty.
Niños maltratados y mujeres indígenas desaparecidas, manifestaciones de un proceso de genocidio cultural
Pero, como les decía, quiero referirme a otro tipo de desapariciones, que podemos vincular con una manifestación particular del fenómeno del genocidio y que no son exclusivos de un solo país, pues los hechos se repiten en los EEUU y en Canadá y, con otras características, en Australia. A ello se refieren un buen número de series norteamericanas y canadienses recientes, como Rutherford Falls, Dark Winds, o Bones of Crows. En España se pueden ver varias de ellas: Reservation Dogs, Alaska Daily (Disney+), y las creaciones del guionista de moda, Taylor Sheridan, para la plataforma SkyShowtime: Yellowstone y sus precuelas, 1883 y, sobre todo, 1923, que se desarrolla en los EEUU, en los años posteriores a la primera guerra mundial, en territorio de Montana. Todas ellas abordan de uno u otro modo las desapariciones y asesinatos de mujeres indígenas y el maltrato y desaparición de niños también aborígenes, manifestaciones del genocidio cultural indígena en los EEUU y Canadá.
En particular, el maltrato a niños indígenas arrebatados a sus familias y entregados a orfanatos religiosos donde fueron educados como sirvientes domésticos y desgraciadamente en no pocos casos como esclavos sexuales, es el telón de fondo de la canadiense Three pine (Amazon Prime video), serie dirigida por Emilia di Girolamo y estrenada en 2022, que está inspirada en las novelas de la escritora canadiense de noir Louise Penny y protagonizadas por el inspector Gamache, de la Sûreté de Quebec, que prestan atención a algunas de las primeras naciones habitantes de Canadá, como la Penny; por cierto, coescribió con Hillary Clinton la novela State of Terror, publicada en 2021 y que parece inspirada por la experiencia de la propia Hillary Clinton como 67ª Secretaria de Estado en la primera administración del presidente Obama.
Lo más grave es que también nuestras democracias occidentales se han visto implicadas en esas prácticas criminales, so pretexto de la denominada “guerra contra el terrorismo internacional”, declarada por la administración Bush y aún hoy no derogada
De desapariciones y asesinatos de mujeres indígenas, que no son objeto de investigaciones policiales ni de procesos judiciales más que en un pequeño porcentaje, en este caso en Alaska, se ocupa la serie Alaska Daily, protagonizada por Hillary Swank y que puede verse en España en Disney +. Creada por Tom McCarthy, se basa en una investigación real que llevaron a cabo el periódico Anchorage Daily News y Propublica. Un informe del Urban Indian Health Institute hecho público en 2018 dejó constancia de que, en 2016, se había denunciado que más de 5.700 mujeres y niñas indias americanas o nativas de Alaska habían desaparecido y se temía que fueron asesinadas, aunque sólo en 116 casos quedaron registradas en la base de datos de personas desaparecidas del Departamento de Justicia.
Quiero detenerme en el caso canadiense, porque su gobierno ha hecho un esfuerzo de investigación, en línea con la justicia restaurativa, que está ausente en el caso de los EEUU. Es sabida la admiración por la política de mosaico cultural de Canadá, de la que este país se ha mostrado orgulloso, por contraste con el falaz modelo estadounidense del melting pot. Sin embargo, Canadá ha tenido que afrontar en los últimos treinta años todo un proceso de revisión del trato dispensado a las primeras naciones y, en particular, de los miles de casos de desapariciones de mujeres y de maltrato a niños indígenas en el programa de las denominadas Indian residential Schools, (cfr por ejemplo la website del gobierno canadiense).
La existencia desde 1980 de una enorme cantidad de denuncias de familiares de mujeres indígenas desaparecidas y presuntamente asesinadas provocó que el premier Trudeau ordenase en 2016 la creación de una sección oficial de investigación, la unidad de Investigación Nacional sobre las Mujeres y Niñas Indígenas Desaparecidas y Asesinadas (INMNIDA), que en 2019 concluyó su informe, en el que sostienen que en Canadá se produjeron manifestaciones de lo que debe ser calificado como un verdadero genocidio. El porcentaje de asesinatos y desapariciones de mujeres indígenas es 12 veces mayor que la de cualquier otro grupo demográfico, y los asesinatos de mujeres indígenas suponen el 25% de las víctimas de asesinato. Todo ello, pese a que la población indígena supone apenas el 5% de la población total de Canadá. La responsable de la investigación, Marion Buller, declaró al presentar el informe: "La dura realidad es que vivimos en un país cuyas leyes e instituciones perpetúan las violaciones de derechos fundamentales, en lo que supone un genocidio contra las mujeres, niñas indígenas". El informe incluye 231 recomendaciones para responder a los elevados niveles de violencia que sufren mujeres y niñas indígenas.
Paralelamente, el maltrato y la desaparición o al menos el ocultamiento de muertes de niños indígenas internados en orfanatos también ha golpeado a la opinión pública. El Informe final presentado por la Truth and Reconciliation Commission de Canada (Comisión de Verdad y Reconciliación) recogió el testimonio de más de 7.000 personas sobre lo que sucedió a aproximadamente 150.000 niños aborígenes que, entre 1840 y 1966, fueron arrancados de sus hogares por el gobierno de Canadá, que los envió a internados manejados en su mayoría por organizaciones de la Iglesia católica (Indian residential Schools), en territorios alejados (en Saskachewan, Columbia Británica y Alberta) en los que murieron y fueron enterrados al menos 6.000 de ellos.
El informe calificó los hechos como un genocidio cultural: "Estas medidas eran parte de una política coherente para eliminar a los aborígenes como pueblos diferentes y asimilarlos en la mayoría de la sociedad canadiense en contra de su voluntad (…) El gobierno de Canadá aplicó esta política de genocidio cultural porque deseaba separarse de las obligaciones legales y financieras con los pueblos aborígenes y obtener el control sobre sus tierras y recursos". Se trataba de “matar al indio en el niño”, como parte de una política de asimilación forzada.
A lo largo de 2021 y 2022 se descubrieron restos de centenares de enterramientos de niños en algunas de las 25 Indian residential Schools, en Alberta y en la Columbia británica. Hay que reconocer el esfuerzo de la administración Trudeau por reparar el daño causado a todas esas miles de personas, un esfuerzo que, por cierto, ya había provocado que en 2017 que el primer ministro canadiense pidiera al Papa Francisco que la iglesia católica asumiera su responsabilidad en esta espantosa historia. El pontífice romano realizó en 2022 un “viaje de penitencia” a Canadá, en el que pidió perdón a las primeras naciones por esas terribles responsabilidades.
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