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Del principio del placer al principio de realidad

I.- Creo que fue Sigmund Freud quien sostuvo que son, esencialmente, dos los principios que rigen el funcionamiento de la mente: el del placer y el de la realidad. En estos convulsos tiempos en que nos ha tocado vivir hay personas que pretenden guiarse o regirse siempre por el primero y olvidarse o apartar, por sistema, el segundo. Ejercicio mental que, sobre todo en política o gobierno de la cosa pública, suele conducir a peligrosas ilusiones y seguros descalabros. No seré yo quien niegue la bondad de pretender situaciones de placer en tantos aspectos de la vida privada, pero cuando el asunto o “negocio” incide en el regimiento de las sociedades conviene tener muy en cuenta las condiciones externas sin lo cual naufraga el principio de realidad, tan necesario para no terminar hundidos. Una reflexión que me ha suscitado el actual debate sobre las famosas investiduras, que comenzó por aquella del candidato convencido de que había ganado las elecciones —principio del placer— y acabó constatando que las había perdido, dadas las “condiciones externas” —principio de realidad—. Ahora estamos en la segunda sesión, con esos aspectos o contenidos que tan interesadamente se están confundiendo, mezclando o tergiversando, esto es, la posible amnistía y la imposible autodeterminación. Sobre el primer asunto ya he opinado en televisión, radio y diarios y, de momento, no se me ocurre añadir nada nuevo. Cuando se sepa algo más concreto quizá tenga ocasión de volver sobre el tema. Lo que sí me gustaría es que quedase constancia de que el primero —la amnistía— no tiene nada que ver con el segundo —la autodeterminación—. Pretender confundirlos, relacionarlos o considerar que el primero lleva al segundo es una forma de engañar al personal sufridor o, simplemente, mentir cual bellacos.

II.- Me referiré, pues, a la autodeterminación, que también se enarbola cual espantajo desde las filas secesionistas. ¿Qué se quiere decir cuando se reclama el “derecho” de autodeterminación o su eufemístico derecho a decidir? Se supone que se refiere a la facultad que, en nuestro caso, tendría la sociedad catalana de separarse de España o, mejor dicho, del Estado español, mediante un referendo, y formar un nuevo Estado independiente. Es decir, que una parte de España sería soberana —ya antes de votar— para decidir si desea seguir formando parte de la nación común o separarse de ella. En mi modesta opinión, esta pretensión es radicalmente contraria a la Constitución vigente, pues, como establece el art. 1.2, “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. La soberanía, pues, reside en el conjunto del pueblo español, y no en cada una de sus partes. Idea que viene reforzada, si cabe, en el art. 2, que habla de la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles. Está, por lo tanto, fuera de discusión esa cuestión y ningún partido, ni gobierno, del color que sea, tiene en su mano la potestad de aceptar tal pretensión sin cambiar la entera Constitución por los mecanismos en ella establecidos. Resulta, en consecuencia, un ejercicio de manipulación especular sobre la factibilidad o verosimilitud de que un partido o gobierno negociase sobre esa materia. Aparte de que, como ya he sostenido desde hace años, en las condiciones de la globalización y de la Unión Europea, dicha pretensión es profundamente reaccionaria, insolidaria y divisiva. Otra cosa bien distinta es la posibilidad de reformar el Estatuto de Cataluña que, por cierto, en su completa versión actual no ha sido refrendado por la ciudadanía de esa comunidad autónoma. En el supuesto de acordarse su modificación y mejora debería ser sometido, al final de su tramitación, al referendo de los catalanes.

III.- Por otra parte, cuando algunos partidos nacionalistas proponen un referendo o consulta con la opción de separarse de España, ¿qué están planteando en realidad? Me da la impresión de que siguen anclados en una concepción del Estado español que ya no existe. Por la sencilla razón de que nuestro Estado-nación ya no es el del siglo XIX o el XX. Pues desde hace cerca de cuarenta años pertenecemos a lo que hoy se llama Unión Europea, en la que compartimos, junto a otros Estados, elementos muy decisivos de la soberanía, como por ejemplo la moneda, etc. Hasta tal punto que hoy en día una parte sustancial de las decisiones —y políticas— que nos afectan se deciden, conjuntamente, en la UE. Y conviene no olvidar que la legislación europea forma parte del derecho interno español, y estamos obligados a cumplirla. Todo esto quiere decir que si una parte de un Estado europeo se separase de dicho Estado, quedaría automáticamente fuera de la Unión, con todas sus consecuencias. Pensar que si rompiese, unilateralmente, con un Estado miembro, los demás lo iban a reconocer y acoger en su seno es una ilusión, espejismo, fantasía, trampa o puro engaño de naturaleza francamente autodestructiva. En este sentido conviene, igualmente, conocer que el art. 4.2 del Tratado de la Unión señala que: “La Unión respetará la igualdad de los Estados miembros ante los Tratados, así como su identidad nacional, inherente a las estructuras políticas y constitucionales de estos, también en lo referente a la autonomía local y regional. Respetará las funciones esenciales del Estado, especialmente las que tienen por objeto garantizar su integridad territorial”. Supongo que la mayoría de los ciudadanos que votan a los partidos nacionalistas no desean quedarse fuera de la Unión Europea. Sin embargo, tengo la impresión de que no se les dice la verdad, que están inmersos en una manipulación o autoengaño abrumador, pues a pesar de la evidencia de lo que queda dicho y de la propia experiencia de lo sucedido en 2017, siguen pensando que esto de separarse de un Estado de la Unión es tarea factible, sin mayores consecuencias. Convendría que alguien con honestidad y valor político les dijera que si su interés y voluntad es permanecer en la Unión Europea, deben pertenecer a un “Euroestado” que, en este caso, se llama España, pues lo demás son milongas o peligrosas ensoñaciones. Y ello no es obstáculo para que en sus programas máximos o principios puedan seguir manteniendo la independencia. En cualquier caso, sería mucho más productivo que, guiados por el principio de realidad, pugnaran por mejorar su participación en los asuntos europeos, en especial en los que afectan a sus competencias.

Tengo la impresión de que no se les dice la verdad, que están inmersos en una manipulación o autoengaño abrumador, pues a pesar de la evidencia y de la propia experiencia, siguen pensando que esto de separarse de un Estado de la Unión es tarea factible

IV.- Volviendo un momento a Freud, es como si algunos quisieran vivir siempre y únicamente bajo el principio del placer, y sería una labor caritativa convencerlos de que no es nada placentero vivir fuera de la Unión Europea, lugar del mundo en el que, a pesar de todo, mejor se vive del ancho mundo, si se conoce algo de lo que existe por ahí fuera. Al tiempo que merece la pena el esfuerzo de persuadirlos de que es muy sano, en general, someterse a la égida del principio de realidad, pues la realidad real no engaña y es mejorable con paciencia, dedicación y siempre que seamos capaces de afinar el discernimiento. 

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Nicolás Sartorius es presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas.

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