Ya parecía extraño que tras siete años de fuga y pelea denodada para no entrar en prisión, fuera a entregarse voluntariamente el expresident Puigdemont sin ningún fin político concreto más allá de montar un cierto espectáculo el día de la investidura de un president no independentista. No negaré que entiendo humanamente su enésima huida de la justicia española, y no solamente porque el escenario de una prisión preventiva no es deseable para nadie ni por nadie sino también porque resulta verdaderamente intolerable en términos democráticos que determinados jueces del país hayan decidido violentar la voluntad popular expresada en la ley de amnistía.
Yo no sé, ni me atrevo a aventurar, si la penúltima fuga ha sido una maniobra limpia de escapismo, o bien ha contado con la connivencia por omisión de las fuerzas de seguridad y/o de sus responsables políticos, pero reconozco que esta última opción no me molestaría en absoluto por cuanto esa detención solo contribuiría a más ruido, más fuegos artificiales, y también por cuanto, como decimos los juristas, la causa de la causa es la causa del mal causado. Es decir que se persigue a un señor por un delito ya amnistiado pero no reconocido por determinada elite reaccionaria en este caso judicial.
La detención de Puigdemont, justo el día de la investidura, flaco favor haría a la constitución de un nuevo govern que llega con retraso para solucionar o, al menos, intentarlo, los no pocos problemas de la ciudadanía catalana, tanto tiempo entretenida mirando sombras chinescas que desaparecen al apretar el interruptor. Lo importante era celebrar el acto de máxima legitimidad democrática que es la reunión de un parlamento para elegir al órgano ejecutivo correspondiente.
En paralelo a los focos mediáticos, Illa, candidato a la investidura, hacia un discurso a su medida: respetuoso, pragmático, breve y sencillo, como un punto y aparte. Igual que otras veces en la historia, lo importante ha provocado menos reflexiones que lo superficial. El inicio de un nuevo tiempo en las relaciones interterritoriales en el conjunto del Estado, la pacificación de la sociedad catalana y la recuperación de los derechos civiles de todos aquellos que fueron a la vez protagonistas y víctimas del procés son de una relevancia tal que no podríamos haberlo imaginado hace apenas unos pocos años cuando asistimos a un conflicto que nos parecía insuperable.
En paralelo a los focos mediáticos, Illa hacía un discurso a su medida: respetuoso, pragmático, breve y sencillo, como un punto y aparte. Igual que otras veces en la historia, lo importante ha provocado menos reflexiones que lo superficial
Con respecto al futuro del soberanismo catalán al que representa Puigdemont como nadie (y así lo demostraron las urnas recientemente), no me cabe la menor duda de que se va a mantener como una minoría relevante en la sociedad catalana donde vive arraigado desde antiguo como un proyecto más romántico que práctico, más épico que programático, pero tan legítimo como cualquier otro, por cierto animado por el patriotismo casposo español. Las ideas y los sueños de cada cual deben ser respetados e irrenunciables, incluso los proyectos políticos democráticos y pacíficos que cada cual pueda sostener. Algunas posiciones publicas me recuerdan más a las viejas causas inquisitoriales que exigían rendición y humillación que a la mínima inteligencia política y respeto al diferente.
Dejemos a Puigdemont que siga su vida, a illa que gobierne y miremos hacia delante, reflexionado sobre un modelo territorial que debe ser pulido. Nuestra conformación estatal es un modelo semifederal con enorme grado de independencia política, económica e institucional de los distintos territorios. Un sistema de conformación asimétrica en la medida en que conviven distintos grados de autonomía atendiendo a razones eminentemente históricas. A partir de ahí, los exabruptos, las performances, las exageraciones y el teatro no importan nada. Las declaraciones sobreactuadas de los políticos y las políticas de vacaciones desaparecerán con el estío y dejarán, ojalá esta vez sí, paso a un tiempo nuevo protagonizado por la política.
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María José Landaburu Carracedo es Doctora en Derecho, experta en derecho laboral y autora del ensayo 'Derechos fundamentales, Estado social y trabajo autónomo'.
Ya parecía extraño que tras siete años de fuga y pelea denodada para no entrar en prisión, fuera a entregarse voluntariamente el expresident Puigdemont sin ningún fin político concreto más allá de montar un cierto espectáculo el día de la investidura de un president no independentista. No negaré que entiendo humanamente su enésima huida de la justicia española, y no solamente porque el escenario de una prisión preventiva no es deseable para nadie ni por nadie sino también porque resulta verdaderamente intolerable en términos democráticos que determinados jueces del país hayan decidido violentar la voluntad popular expresada en la ley de amnistía.