Escuchado el mensaje de Navidad, no puedo evitar recordar aquel "Sosegaos, sosegaos y decid", una frase que se atribuye a otro rey Felipe —esto es, a Felipe II—, ante la queja desconsolada de una mujer que acudió a él.
No está mal pedir sosiego en la conversación pública, como en la privada (basta pensar en tantas reuniones en estos días festivos). Es siempre un consejo oportuno y, si cabe, hoy, más que oportuno, necesario. Y no sólo para los políticos enzarzados tantas veces en un griterío que tiene poco que ver con su deber de ofrecer soluciones a los ciudadanos, ante quienes tienen que responder, porque para eso los elegimos. Es un aviso necesario también para nosotros, los ciudadanos. Pero hay dos matices importantes.
El primero es que los tiempos, por fortuna, han cambiado. Hoy ya no somos súbditos que esperemos gracias de un rey o de un valido. Aun así, creo que la apelación al sosiego está justificada. Pero ahí viene el segundo matiz: lo está, siempre que la apelación sea completa, en el sentido de la cita de aquel rey. Recordemos, sosiego no para callar, sino para decir, para tomar la palabra a la que tenemos derecho. Que eso no es un privilegio de la clase política ni de los profesionales de los medios de comunicación, por imprescindibles que sean —lo son— en la conversación pública que debiera ser la democracia.
Esa apelación al sosiego tiene sentido si lo es como punto de partida para tomar la voz e intervenir desde la calma y la reflexión
Por eso, cuando oímos llamadas al sosiego, no debemos entenderlo sólo como petición de que se rebajen los decibelios y la agresividad en las Cámaras y en los gabinetes de comunicación de los partidos. Menos aún debemos entenderlo como una invocación para que los ciudadanos guardemos silencio, para que nos sometamos o nos resignemos. Esa apelación al sosiego tiene sentido si lo es como punto de partida para tomar la voz e intervenir desde la calma y la reflexión. A intervenir, insisto: una llamada a mejor "decir", para exigir lo que entendemos como justo y denunciar lo que creemos que no lo es.
Afortunadamente y aun con las imperfecciones de nuestro sistema político y de tantos de quienes lo encarnan institucionalmente, vivimos en un Estado de Derecho en el que nuestra palabra no busca la benevolencia de un rey, sino que se cumpla el sentido del Derecho y se restablezca ahí donde haya quebrado. Con el establecimiento de las responsabilidades y, en su caso, de las sanciones. Pero no es una tarea de la que seamos espectadores: somos nosotros los soberanos de ese Derecho y debemos luchar por que no retroceda: tomar la voz para exigir que se nos garanticen de forma efectiva y a todos, sin excepción, nuestros derechos, comenzando por el de obtener respuesta de las administraciones y en su caso, de los tribunales de justicia. Que así sea, en Navidad y después.
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Javier de Lucas es catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de València.
Escuchado el mensaje de Navidad, no puedo evitar recordar aquel "Sosegaos, sosegaos y decid", una frase que se atribuye a otro rey Felipe —esto es, a Felipe II—, ante la queja desconsolada de una mujer que acudió a él.