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Las tesis de febrero

Antes de abril suele venir febrero. Ya saben, Lenin pronunció sus famosas tesis de abril con el fin de preparar el paso a la segunda fase de la revolución rusa. Nosotros, para llegar a algo parecido a abril, que hoy, me temo, es tan poca cosa, y a la vez tan necesaria, como revalidar el actual gobierno progresista en las próximas elecciones generales (y hacerlo con una relación de fuerzas electoral lo suficientemente favorable como para permitir una transformación sustantiva del modelo productivo, fiscal y de protección social, amén de una profundización de reformas sociales y culturales que generen cierta irreversibilidad histórica, vale decir, que sean difícilmente desmontables por un futuro gobierno de signo contrario…), para llegar a este abril nuestro, decía, conviene primero pensar y entender qué ha pasado estos días. No fuéramos a quedarnos permanentemente atrapados en el frío, gris y melancólico mes de febrero.

Así que para intentar evitar esta jaula de hielo, aquí algunas líneas contra los que entiendo son algunos de los principales malentendidos sobre el resultado de la izquierda en estas elecciones castellanoleonesas:

Malentendido 1: Sin implantación territorial, sin trabajo desde abajo, sin movilización molecular y estructura territorial, es imposible tener otros resultados que los obtenidos en Castilla y León por Unidas Podemos. Esta tesis, emitida estos días por columnistas y militantes —de partido o de twitter—, se da de bruces con una evidencia empírica: Podemos en 2015, sin estructura, sin partido construido, sin organización ni base, obtuvo 10 procuradores. IU, con estructura, con organización, con un trabajo de años en un territorio especialmente difícil, obtuvo 1 procurador. No, la estructura no es una condición necesaria para un buen resultado electoral. No en las sociedades tan espectacularizadas como heterogéneas actuales. Las razones de la debacle (y pasar de 11 procuradores en 2015 —10 de Podemos y 1 de IU— a 1 de UP en estas elecciones no es resistir, se mire por donde se mire) no solo se encuentran en otro lado, sino que nos haríamos trampas si de cara al futuro inmediato no entendiéramos que la sociología electoral y la morfología política actuales no son las de la forma partido tradicional.

Malentendido 2: se podrá contra argumentar lo que acabo de señalar apelando a los resultados de algunas de las plataformas de la mal llamada España vaciada. Que Soria ¡Ya!, por poner el ejemplo más claro, es prueba evidente de una construcción desde abajo, de una acumulación de fuerzas en la movilización social y la implantación territorial que solo después tiene capacidad de una traducción electoral exitosa. Un contra argumento que acepto encantado si, al mismo tiempo, valoramos que los resultados de Soria ¡Ya! son seguramente ilegibles sin el previo auge y posterior caída de Podemos. Vale decir, de una construcción política desde arriba —sin implantación territorial y movimiento social articulado en el que apoyarse— que apelaba, precisamente, a la transversalidad, a la superación del eje izquierda y derecha para la solución de problemas y demandas sociales, y a la traducción de la desafección, el sentimiento de abandono y el malestar más allá de subjetividades, ideologías e identidades políticas prexistentes. Eso, precisamente, que intentó el primer Podemos, que hoy rechaza sin contemplaciones —¡y explica su debacle!— al tiempo que, paradoja, resuena con fuerza en el discurso de Soria ¡Ya!

Malentendido 3: Aun si hiciéramos el esfuerzo de aceptar la tesis de que solo la construcción capilar y la implantación territorial permiten crecer hasta obtener buenos resultados electorales —y es una tesis sin duda sensata si pensamos la política en el largo plazo y no solo desde la urgencia de los ciclos electorales—, no deberíamos obviar que las elecciones generales son en menos de dos años y que los tiempos juegan en dirección directamente contraria a la de la lenta acumulación política desde abajo. Podemos, claro, asumir que solo el largo plazo vale la pena y apostarlo todo a un mañana posible (con el riesgo de quedar atrapados en el “mañana” del horizonte temporal que siempre justificó todas las apuestas de las izquierdas revolucionarias), pero si pensamos en la necesidad de trenzar el largo plazo con la urgencia y los horizontes cortos de los ciclos electorales (y me parece necesario hacerlo), entonces la lección de Soria ¡Ya! sirve más para analizar todo lo que se hizo mal en Podemos una vez accede a las instituciones y obtiene representación electoral, que para indicar la vía única, prioritaria o necesaria de construcción política y electoral.

Malentendido 4: También se vuelve a insistir estos días en que los resultados electorales —esta debacle que no rima con resistir— son, en buena medida, resultado de las peleas internas, las divisiones, la lucha de egos y de poder, eso mismo que habría que evitar a toda costa en futuras o inmediatas aventuras políticas. No, no creo que la apelación a la interna explique la debacle, y no porque no haya existido, que por supuesto, sino porque se invierte el orden de los factores explicativos: igual fue precisamente el rumbo político que llevaba a la debacle el que empezó a generar debates, discusiones —internas primero, externas después— y, con ellas, divisiones, escisiones, purgas o deserciones. Confundir el orden lógico y temporal de los factores puede llevar a una estéril psicologización de las diferencias estratégicas (todo sería cosa de egos enfrentados, ya saben) y del disenso (reducido a meras luchas de poder). Los egos y las disputas por el poder existen, qué duda cabe, y pueden hacer no poco daño en el futuro inmediato, como ha señalado recientemente, y con bastante razón, Antonio Maestre. Pero esas luchas y disputan existen en el PSOE, en el PP (miren Madrid) y en cualquier otra estructura política, institucional o empresarial. Explican dinámicas y comportamientos, sin duda, pero no siempre pueden (ni deben) convertirse en claves explicativas del éxito o la debacle de los partidos. Son las decisiones políticas tomadas, los cambios de rumbo estratégico, la política de alianzas diseñada o la misma gestión (no la existencia) de las diferencias internas… las dimensiones fundamentales que explican los recientes éxitos y fracasos políticos en la izquierda. Y son estos factores los que deberían estar en el foco del análisis hoy.

Malentendido 5: Cabe, claro, evadir ese foco y ese análisis, y transferir la responsabilidad de lo sucedido a cualquier otra pseudo explicación. Como la de los medios de comunicación. No, la ofensiva mediática no explica la debacle. Y no porque no exista, que sin duda, sino porque existía también cuando te iba razonablemente bien, cuando sacabas 10 procuradores en Castilla y León o cuando eras primero en intención de voto nacional (¿recuerdan?). ¿Los medios no atacaban, no fiscalizaban o no golpeaban entonces? Se responderá que sí, pero que no tanto, que se habría producido un aumento en la intensidad de esa ofensiva, una agresividad y radicalidad inéditas. Puede ser, pero cabría preguntarse cómo y por qué sucede este cambio en la intensidad de los ataques, pues es más que plausible que ocurra por razones distintas y acaso contrarias a las argüidas estos días desde el entorno de Unidas Podemos. Me explico: es posible, en efecto, que se haya recrudecido estos últimos años la ofensiva mediática, pero igual no solo debido, que sin duda, a la radicalización de las derechas y de sus medios afines, sino también como efecto de, y respuesta a, un cambio previo en la relación con los medios y la estrategia de comunicación de Podemos. De entender que los medios son espacios contradictorios y habitados por diferencias entre su propiedad y sus trabajadores que abren grietas y puntos ciegos por los que es posible colarse y colocar parcialmente tu discurso, se habría pasado a entenderlos como espacios monolíticos, homogéneos, inequívocamente hostiles (salvo los propios) frente a los que no cabría otra estrategia que la confrontación mutua y directa, amén de un espacio para la afirmación ideológica e identitaria en lugar de un espacio desde el que llegar a y comunicar con grupos sociales ajenos pero muchas veces mayoritarios. Toda una renuncia estratégica por parte de un partido que nació gracias a haber sabido ocupar una posición central en los medios, respondiendo a sus ataques sin entrar en una confrontación necesariamente perdedora, trabajando por acrecentar sus contradicciones y, claro, por generar canales de comunicación amplios y con vocación mayoritaria con el electorado.

La derecha española no se forja en el antifascismo. Nos podrá gustar más o, como es evidente, menos, pero lo que no parece especialmente fructífero es exigir a la derecha ser lo que no es ni por tradición ni por historia

Malentendido 6: ¿El peligro de un gobierno con (o de) la extrema derecha debe conducir a una suerte de frente popular antifascista, con abstención incluida de los partidos que conformen ese frente? Aquí hay no pocos malentendidos juntos, así que iré por partes: lo primero que cabe responder es que la derecha española no se forja, al contrario de lo sucedido con buena parte del centro derecha europeo, en el antifascismo. Nos podrá gustar más o, como es evidente, menos, pero lo que no parece especialmente fructífero es exigir a la derecha ser lo que no es ni por tradición ni por historia. Podemos desearlo, qué duda cabe, incluso trabajar política y culturalmente para que no le quede más remedio que forjarse en coordenadas equivalentes hoy a lo que fue el antifascismo en la segunda posguerra mundial, pero demandarlo o exigirlo sin más no parece especialmente útil. A la derecha francesa o alemana le puedes recordar su pasado y exigirle que no abandone las coordenadas que la definen; interpelarla, por tanto, desde su propio deber ser frente a cualquier tentación de alianza o pacto con lo otro de sí misma, pero no es el caso en España.

Es más, y en segundo lugar, no solo no surge del antifascismo, sino que la fuente modernizadora o democrática de la derecha española tampoco es hoy la misma que la definió durante la Transición (momento en el que ser demócrata sí implicaba alejarse del franquismo —aunque fuese mediante su olvido más que su superación—), sino el que elabora en los años noventa: ser demócrata no implicaba ya estar en contra del pasado franquista sino de ETA. Recuerden la línea de demarcación, más bien depuración, que la derecha consiguió establecer no solo para sí misma, sino para todo el campo político español, entre demócratas y violentos, donde no podía quedar nada en medio o en los lados, tampoco el intento de impugnar esa demarcación en favor de otras, por más que también rechazaran la violencia. Y es este segundo eje de coordenadas el que, años después y procés mediante, se transmuta en la contraposición entre constitucionalistas y anticonstitucionalistas, que el propio PSOE aceptó con más o menos entusiasmo.

Son, creo, estas premisas las que permiten entender mejor que la derecha no muestre graves conflictos morales (aunque sí tácticos o electorales) a la hora de pactar (directa o indirectamente) con Vox, al tiempo que se atrinchera en la constante apelación a los pactos con Bildu y ERC, los presos de ETA, los independentistas catalanes o cualquier acontecimiento que recuerde o permita rememorar esa dialéctica negativa entre demócratas y anti-demócratas.

La pregunta que creo hay que hacerse es la de si el propuesto frente antifascista (o su versión light en forma de cordón sanitario) tiene alguna capacidad de transformar ese eje de coordenadas que intenta sin tregua imponer la derecha para el conjunto del campo político español, si permite situar a la derecha frente a sus propias contradicciones al mismo tiempo que siega el espacio de crecimiento social y electoral de Vox; o si sirve más bien para lo contrario, vale decir, para reforzar una contraposición hoy inerte entre derecha e izquierda, incapaz de alterar, antes al contrario, el campo de juego del sistema político español. Parte central de la propuesta del ciclo político abierto en el 15M, retomado por el primer Podemos, fue precisamente la de impugnar ese reparto de posiciones para así poder transformar el eje de coordenadas que ordenaba la política española. Si el éxito de cualquier proceso de transformación política pasa por la capacidad de nombrar con acierto las fronteras o coordenadas que dividen y ordenan el campo y las reglas de juego, aquel ciclo de luchas post 15M funcionó precisamente porque supo situarse en un lado de una frontera que dividía el campo político o ideológico de forma ganadora: la contraposición entre los de abajo y los de arriba, la ciudadanía y una élite económico política oligárquica, entre pueblo y casta, no solo permitía trazar una división del espacio político que superaba la contraposición izquierda y derecha, sino la que abanderaba la derecha entre demócratas y violentos, o constitucionalistas y anti-demócratas. Así las cosas, el lado virtual en el que quedaba situado ese sujeto político post 15M en la nueva frontera política que trazaba aglutinaba a una mayoría social potencial, por más que ideológicamente no compartiera mitos, símbolos e identidades ideológicas comunes. La propuesta del frente antifascista implica, me temo, un camino inverso: retroceder a un espacio ideológico pre15M en el que la división del campo político ya no solo no busca alterar el eje de coordenadas del conjunto de las posiciones políticas, sino que atrinchera a la izquierda en una suerte de juego de espejos identitario, además de tendencialmente minoritario, frente a la derecha, sin conexión real con la sociología electoral y cultural española, sin capacidad de transformación social y, lo que es más triste, sin poder político y social efectivo para parar el crecimiento de la extrema derecha. 

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